Charles August Lindbergh nació en Detroit el 4 de febrero de 1902. Desde pequeño demostró su habilidad mecánica. Tenía mecánica de aviones favoritos, por eso a los 21 años compraba un Jenny y volaba siempre que podía.
En aquella época volar se veía como un pasatiempo de aventureros, y pocos imaginaban el avance del transporte aéreo en pocos años.
En 1924 Lindbergh se incorporó a la escuela aérea del ejército de EE.UU. y, cómo no, era el mejor piloto de la clase. Por ello fue tomada por una compañía de correo aéreo. Pero no duró mucho, porque esa monotonía le aburría. Lindbergh prefería pensar en cómo diseñar mejores aviones y probar en su avión los cambios ocurridos cuando podía.
Poco a poco los aviones iban mejorando, unos para realizar viajes más largos y otros para transportar mayores cargas. Los pilotos más atrevidos de la época trataban de cruzar el Océano Atlántico, pero todos los que se habían esforzado hasta entonces se perdieron en el mar.
Lindbergh, al igual que los pilotos caídos al océano, soñaba con llegar a París sin parar. Por ello, se volcó en la búsqueda de un patrocinador que financiara el avión necesario para un largo viaje. Y conseguirlo. Tenía muy claro que el mejor avión de la época no era suficiente para completar ese vuelo. Por eso cogió un monoplano Ryan M-2 y lo adaptó. A pesar de que el diseño del avión modificado fue realizado por Donald Hall, Lindbergh realizó una revisión exhaustiva de todo el proceso.
En honor a sus patrocinadores, llamó al avión The Spirit of Saint Louis. Para afrontar este reto contaba con un motor Wright J-5C de 220 caballos de potencia y nueve cilindros. A pesar de ser un avión fiable para la época, casi la mitad de su peso (2,3 toneladas) era combustible. Como aquel enorme depósito de combustible llegaba hasta la altura de la cabina del piloto, debía utilizar un periscopio para ver lo que tenía delante o hacer girar el avión para mirar por una ventanilla lateral.
Tras varias pruebas con el avión, Lindbergh despegó en Nueva York el 20 de mayo de 1927 y, 33 horas y media después, aterrizó en París. Allí había miles de personas esperando la bienvenida al héroe. Su acogida al regreso a EEUU no fue más fría. Con la intención de aprovecharse de aquella reputación, la Fundación David Guggenheim de Promoción de la Aeronáutica le ofreció financiación, lo que le permitió desplazarse por su plano aéreo.
En uno de esos viajes de promoción del transporte aéreo también llegó a México. Allí conoce a su futura mujer, Anne Morrow.
Lindbergh y Anne Morrow se casaron en 1929. Enseñó a su mujer a pilotar aviones y durante un tiempo trabajaron abriendo nuevos caminos comerciales para las compañías aéreas.
Sin embargo, el 1 de marzo de 1932 las cosas comienzan a deteriorarse. El niño de 20 meses de la pareja fue secuestrado y diez semanas después fue encontrado el cadáver. Cuando encontraron al presunto asesino, su juicio y ejecución tuvieron gran repercusión, sobre todo en la prensa sensacionalista. Molestos, los Lindberg decidieron marcharse a Europa en busca de tranquilidad.
Tampoco fue dulce el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Para entonces, volvieron a Estados Unidos y se abrió a favor de los nazis. Cuando Estados Unidos entró en guerra, Lindbergh se mostró en contra y acusó públicamente a judíos e ingleses de participar. Además, para entonces ya había recibido la Medalla de Honor de la mano de los nazis durante su estancia en Europa. Sin embargo, tras el ataque de Pearl Harbour decidió entrar en guerra y, aunque no fue admitido en el ejército, participó en cerca de 50 misiones a modo de piloto civil.
Los aviones para esta época estaban muy adelantados y fueron el arma más eficaz durante la Segunda Guerra Mundial. Tras la guerra, el transporte aéreo siguió cobrando fuerza. Cada vez era más fiable para la gente y las compañías aéreas invierten mucho dinero en hacer mejores aviones.
Era una época inmejorable en el ámbito laboral para Lindbergh y trabajó en varias compañías aéreas. Compaginando su experiencia con la técnica más puntera, mantuvo e impulsó la intensa marcha de la aeronáutica. Y todavía tuvo tiempo de escribir su libro The Spirit of Saint Louis y ganar un premio Pullizer.
Tras estar a la vanguardia de la tecnología, Lindbergh comenzó a viajar con especial atención a las culturas del mundo. Participó en campañas de conservación de especies en la década de los 60 y se opuso al desarrollo de aviones suaves para el transporte.
Murió de cáncer en una tranquila isla de Hawai. Aunque realizó los diseños más sofisticados a lo largo de su vida, el último fue un sencillo borrador de su estela.