Quizá habrás escuchado muchas veces la palabra autoestima, pero ¿qué significa exactamente? La autoestima es quererse uno mismo: tener poca autoestima es, por tanto, amar poco a uno mismo y tener mucha autoestima es querer a sí mismo.
El autoconcepto está íntimamente relacionado con la autoestima y representa el concepto de uno mismo. Constituye el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y por eso tiene un error importante: en ningún caso es objetivo.
El concepto que tenemos de nosotros mismos está muy relacionado con lo que queremos. Si el concepto que tenemos de nosotros es bueno, nos amamos más y si es malo, menos. En definitiva, la autoestima explicará nuestra actitud hacia nosotros mismos y muchas cosas de nuestra vida afectiva y de nuestro comportamiento.
Si te preguntas si prefieres tener poca, mucha o moderada autoestima, seguro que me respondes en la medida, ¿no es así? Querernos mucho en nuestra sociedad porque se confunde con orgullo. Y si te preguntas: ¿qué es mejor amar a tus padres, muchos, pocos o en la medida? ¿amar a amigos, mucho, poco o en la medida? Esta vez me responderás a lo mejor querer mucho, teniendo en cuenta que amar mucho a los padres no es dar todo lo que los padres quieren o que amar mucho a los amigos no es decir no. Entonces, ¿por qué no querer tanto como queremos a nosotros, a nuestros padres, a nuestros hijos o a nuestros amigos?
Según los estudios realizados, tener poca autoestima está relacionada con el dolor psíquico. Las personas con poca autoestima tienden a sufrir más ansiedad, depresión y enfermedades psicosomáticas y las relaciones interpersonales son más escasas y peores.
El que se siente poco tiene más miedo y con el temor de lo que los demás no aceptan se autoaísla. Para no adivinar “lo poco que valen” los demás, vive disfrazado y, ante cualquier crítica, temerosa de lo que va a quedar patente, se muestra muy minucioso. Su objetivo más importante es que los demás lo acepten (lo que no es capaz de hacer consigo mismo). “Por dar gusto a los demás”, en la confianza de que así logrará el amor de los demás, hipoteca todo su carácter. Sin darse cuenta es un "tranposo algo": “siempre pensando en los demás”, pero a cambio del premio (es decir, del amor). Depende de la aceptación de los demás.
No tiene en cuenta que ser fantástico para todos es imposible o que no todos nos quieren. En cualquier caso, esta actitud es comprensible porque requiere mucho cariño, es como una embarcación excavada que nunca desbordará, insaciable (Figura 1). ¿Cómo conseguir disfrutar del amor de los demás y cómo amar sanamente a los demás si no es capaz de amar a sí mismo?
Antes de avanzar, sin embargo, hay que distinguir entre creer que en un área concreta somos pocas cosas y otra sentirnos como personas y totalmente pocas cosas:
Podemos dividir nuestro conocimiento de nosotros mismos en tres ámbitos. Como tenemos cuerpo, somos ganas y vivimos en sociedad, debemos distinguir entre autoconcepto físico, autoconcepto psicológico y autoconcepto social
A pesar de no coincidir punto por punto con las características que se valoran en la sociedad en general, éstas tienen una gran influencia en nuestros gustos. En la medida en que crecemos y educamos en una cultura y una sociedad, esto tiene una gran influencia en nuestros valores y aspiraciones. Estarás de acuerdo conmigo en que ser lector, tal y como nos exige nuestra sociedad actual, es excesivo, imposible (Figura 2). Las características que deberíamos tener los seres humanos son excesivas. Así se puede entender, en cierta medida, la desvaloración que sufren los ancianos en nuestra sociedad, el descontento de los desempleados o los complejos relacionados con la apariencia física.
Por sus excesivas características, todos tienen como misión “descender”. La permanencia o exclusión de estas ideas en nuestra sociedad está en nuestras manos y deberíamos intentar cambiarlas. Sin embargo, en estas páginas prefiero hablar de lo que podemos hacer por nosotros mismos: nuestra tranquilidad y felicidad no pueden esperar a cambiar la sociedad.
En la infancia construimos el autoconcepto con información procedente del exterior. Bastante general y relacionada con la valoración. Se limita a cosas como “mi madre dice que yo soy malo”. El castigo y lo peor que puede aguantar (no sentirse querido) se le explican al niño y así los interioriza.
A pesar de que la “costumbre” se ha interiorizado para valorar de una manera lo que uno se ve y ve de una manera diferente, cuando se le enseña a ver y valorar las cosas de otra manera desde fuera, esa “costumbre” puede cambiar, tal y como las pieles blancas pueden verse ennegrecidas al cambiar de residencia. En eso consiste la base de la psicoterapia o de algunas relaciones tan beneficiosas para nuestra confianza y autoestima (buenos amigos, parejas, etc.). Sin embargo, a menudo nos relacionamos con personas de nuestra misma ideología o naturaleza en la elección de nuestras relaciones y elegimos aquellas que nos refuerzan “malos hábitos” ya adquiridos. Esto se opone a la apertura y a la flexibilidad beneficiosas para la salud. Quien se autoexige mucho puede tomar como lema a novias, novios o amigos de poca exigencia y se puede hablar de una persona tan exigente como ella, reforzando su dureza.
A partir de la adolescencia, nuestro autoconcepto nos viene de los demás, pero adquirimos la capacidad de preguntarnos. En lugar de vernos como seres vacíos y aprender a valorarnos, muchas veces dependemos del imperativo “debería ser”. El adolescente, en busca de la identidad, ve y equipara sus características tanto con la gente que le rodea como con los “modelos exigentes” que la sociedad ha puesto. Esto, de nuevo, le puede llevar a analizarse a sí mismo con dureza y a crear disgusto.
La dinámica de madurez sigue igual y es lo que has conseguido hasta entonces. Por último, si durante la vejez has sido duro consigo mismo a lo largo de la vida, tenderás a seguir con esa actitud y la jubilación, las enfermedades o la pérdida de facultades pueden resultar insostenibles hasta que te quiten todo el valor.
La influencia de la cultura se manifiesta claramente, pero no hay que olvidar que cada uno es el que ha interiorizado esa “mala costumbre” y que cada uno es el que se juzga duramente. En consecuencia, uno es el único que puede enfrentarse a este juez.
Es posible que desde el principio del artículo esté a la espera de este final. Recuerda lo que has dicho antes: no es lo mismo tener poca autoestima en algunos ámbitos que querer muy poco. Si consideras que eres de los segundos, te recomendaría que busques ayuda especializada. En cualquier caso, las siguientes recomendaciones también te serán de utilidad. Pero si eres de los demás, me temo que no te decaiga. En estas líneas no hay magia.
Conocer y aceptar límites
Aunque sea adulto, no olvides tener un bebé dentro. Descubre a tu hijo, a tu sobrino o a un niño cercano. Incluso cuando está “en maldad” te risas. Sus capacidades limitadas llevan a acciones torpes. Eso te despierta la pasión y el amor: “enfermo”, piensas. ¿Por qué no te ves como ese niño? Cada vez que te equivocas, ¿por qué actuar duro consigo mismo y considerarlo culpable? ¿No te das cuenta de que eres en gran medida “niño”? Es muy importante aceptar como somos para poder querernos. Intentar subsanar nuestros errores no está mal, pero conocer y aceptar las limitaciones también es necesario.
Enfrentarse al juez interno
Como en nuestro interior hay un “niño”, hay un “juez”. Los jueces de todos no juegan lo mismo, el de unos es más duro y el de otros más blando
Cuando vemos que alguien está cometiendo errores, nos convertimos en su protector: “¿No te das cuenta de que no puede?”, decimos. Entonces, ¿por qué no nos protegemos si el juez es tirano? Como somos capaces de controlar los deseos y deseos del diablillo que tenemos dentro (“el niño”), somos capaces de enfrentarnos a nuestro favor al “juez” (el angelito) porque esas luchas se producen dentro de nosotros. Primero tenemos que ser capaces de escuchar e identificar la voz del “juez”. Si sus exigencias son excesivas para nuestras limitaciones y necesidades, debemos aprender a defendernos: “¡oye tirano! no puedo. ¿No te das cuenta de que eso que me solicitas es demasiado? ¿que hago todo lo que puedo?”. No hay que olvidar que hay que luchar por cambiar esta inercia. Los hábitos de muchos años no cambian de un día para otro y todos los cambios son difíciles. Por tanto, mantener la calma y la firmeza. ¡Ánimo!