La abuela conoce las plantas que le rodean, las conoce por su nombre y sabe para qué las usaban en su día, algunas aún las utiliza. Y es por ello que el etnobotanista quiere conocer este conocimiento, recoger y conservar testimonio de ese conocimiento. Y es que la abuela es dueña del conocimiento de sus antepasados, lo recibió de sus padres y abuelos, y desgraciadamente sus hijos no han recibido más que parte de ese saber, y sus nietos aún menos.
En general, este fenómeno se está produciendo en todo el mundo, de generación en generación se está perdiendo el conocimiento de sus antepasados. Parte de ese conocimiento lo tienen los mayores, sobre todo las mujeres. Y, en la medida de lo posible, la etnobotánica trata de que no se pierda ese conocimiento.
Gracias a ello, se conocen cerca de ochenta mil especies de plantas que tradicionalmente se han comido o se consumen, y cerca de cien mil especies que han sido utilizadas como medicamentos.
Desde hace tiempo se han realizado trabajos de etnobotánica. El más antiguo conocido es De Materia Medica, escrita en el año 77 por el griego Dioscorides. Esta obra es una especie de catálogo: Recoge seiscientas especies vegetales del Mediterráneo, con su uso y receta de preparación.
Pero el propio término etnobotánica no es tan antiguo, fue utilizado por primera vez en 1895 por el botánico Harshberger para diferenciar una disciplina que aúna antropología y botánica. Según Harshberger, la etnobotánica es "una investigación de las plantas utilizadas por los aborígenes y se ocupa de su importancia en la cultura y del rendimiento que la civilización puede obtener de su uso".
Con el tiempo, la disciplina ha evolucionado y ha ido adaptando su definición. Así, en la actualidad, la etnobotánica investiga la relación del hombre con las plantas. Esta relación es muy amplia, ya que las plantas tienen múltiples usos: como alimento, como medicamento o combustible, en la construcción, en la confección de ropas, rituales... Y además, tiene diferentes perspectivas: cultural, gastronómica, farmacológica, histórica, toxicológica, etc.
Antiguamente el único recurso para alimentarse y curarse era la vegetación de la zona. Conocían perfectamente a los vasalandarras locales. Pero en los últimos 50 años la situación ha cambiado mucho: los hombres y las mujeres se han alejado de la vida salvaje, la sociedad se ha urbanizado.
Pero no todo se ha perdido. Hay que reconocer que muchos medicamentos actuales han sido utilizados desde antiguo. Morfina, por ejemplo. La morfina es una sustancia activa de la hierba opial (Papaver somniferum), que se utiliza desde la antigüedad como analgésico. Menciones más antiguas a. C. III. Son dependientes, por lo que la usarían mucho antes. La morfina fue extirpada por primera vez del opio en 1803 y desde entonces ha estado incluida en la lista de medicamentos de hospitales de todo el mundo. Actualmente se utiliza para aliviar los dolores más graves.
Otro tipo de fármacos, como la efedrina y el taxol, han hecho un camino similar. Efedrina Ephedra vulgaris es una sustancia activa de la planta que aumenta la capacidad respiratoria. El taxol sale de la vagina y se utiliza en el tratamiento contra el cáncer. Estos y otros fármacos son, digamos, modernos medicamentos nacidos del patrimonio histórico-cultural.
Todavía hoy, explorar el patrimonio cultural de los pueblos es una buena vía para buscar nuevos medicamentos. Eso sí, requiere mucho trabajo. En la Unión Europea, por ejemplo, V fue un proyecto. En el marco del programa marco, investigar el patrimonio etnobotánico de varios pueblos. El proyecto estuvo liderado por Michael Heinrich, investigador jefe de la Escuela de Farmacia de Londres. Heinrich estuvo en San Sebastián a finales de enero en las jornadas de etnobotánica de Aranzadi. Y dio a conocer ese proyecto y, de paso, explicó el trabajo de los etnobotanistas.
Por ejemplo, ¿cómo saben si el uso de una planta es nuevo o si es antiguo? Pues bien, en esos casos la antropología y la lingüística tienen algo que decir. Por ejemplo, en este proyecto se analizó la etnobotánica de un pueblo italiano de origen griego, entre otros. Entre otras cosas, se identificaron plantas medicinales y comestibles que usaban tradicionalmente; y para conocer (aunque sea de forma aproximada) la tradición de su uso, se compararon los nombres que el pueblo daba a las plantas con los que se daban en varios pueblos griegos. Algunos coincidían. Conclusión: estas plantas se utilizaban desde hace mucho tiempo, al menos, desde que aquel pueblo formaba parte de Grecia.
Además de la investigación histórica, el proyecto incluyó la investigación farmacológica y toxicológica. Por ejemplo, se analizó una flor de merienda (Merendera montana) comida en muchos lugares de la península ibérica. Se consumen bulbos de esta planta. Se observó que la dosis consumida está en el límite de la toxicidad.
Desde el punto de vista farmacológico se investigó también el tomillo (Thymus vulgaris). La sustancia activa del tomillo es el timol, conocido desde hace tiempo. Durante la investigación se descubrió que la variedad de tomillo con menos timol es la más eficaz como medicamento, por lo que el tomillo contiene más sustancias activas que el timol.
Pues bien, en Euskal Herria se están haciendo investigaciones similares. Un etnobotánico del equipo de Heinrich, Rocío Alarco, acudirá a investigar las tradiciones del sur de Álava. Recorrerá la zona de Izki, realizando entrevistas a sus gentes, tomando muestras de plantas, realizando análisis farmacológicos y toxicológicos, etc.
Ya se han realizado recogidas de datos en Euskal Herria: Daniel Pérez de Aranzadi ha realizado cientos de entrevistas y sigue en ello. De hecho, Pérez organizó una jornada de etnobotánica en la que expuso el patrimonio de Euskal Herria. A partir de los datos recogidos y con la intuición que le ha dado la experiencia, Pérez divide el patrimonio etnobotánico de Euskal Herria en unas seis culturas tradicionales.
Estas culturas o tradiciones se distribuyen geográficamente: la cultura de la verbena y la hierba pasional en Gipuzkoa en general, la del haya en el medio oeste de Bizkaia, la de Izkikoa (al sur de Álava), la de las rocas en el centro de Navarra, la de los Pirineos y la de la ribera (al sur de Navarra).
Por supuesto, la distinción entre estas culturas no es rigurosa. Los más similares son los de ecología similar, ya que son los propios recursos naturales a su alcance. Además, debido a su relación, interactúan entre sí y, en mayor o menor medida, están influenciadas por otras culturas del entorno, como el mediterráneo y el cantábrico.
Entre ellas, destacó Izkikoa Daniel Pérez. Y es que, aunque en apariencia parezca la cultura del té de las rocas, tiene características propias. Dicen que los de la zona de Izki sacaban mucho partido al bosque (en el que hay árboles de muchas especies del género Quercus), se comían en el bosque y las bellotas cocidas, utilizaban como medicamento el toque del txantxapot o del ombligo de Venus (Umbilicus rupestris) y tenían una forma especial de hacer txondorras.
En palabras de Pardo de Santayana, esta investigación puede suponer un beneficio económico, con la elaboración de nuevos medicamentos o la comercialización de algún alimento tradicional. Pero, además, seguro que la sociedad se beneficiará de otro tipo: estrechar la relación intergeneracional y tener en cuenta la cultura y tradiciones locales.
Así, "confluirán la conservación de la naturaleza, la explotación sostenible y el patrimonio cultural."