“Las vacunas pueden convertirse en víctimas del éxito que han tenido”, afirmaba la editorial de la revista Nature del 26 de mayo. Se trataba de un texto escrito en respuesta a la preocupante aparición del sarampión. En 2010 se detectaron 300.000 casos de sarampión en Europa. Cinco veces la media de los casos de la última década. El sarampión también ha llegado a Euskal Herria: Hasta junio de 2011 Osakidetza contabilizó 26 casos de sarampión en la CAPV. 26 casos más que en los 10 años anteriores. De hecho, el marcador estaba a cero desde que en el año 2000 se puso en marcha el plan especial de extracción de sarampión. El eje de este plan era la vacunación, como el de todos los planes que se establecieron en el mundo para superar el sarampión. La vacuna del sarampión comenzó a administrarse y extenderse sistemáticamente a partir de la década de los ochenta, y se ha reducido en diez ocasiones el número de muertos por sarampión, de dos millones y medio a doscientos mil.
Quien no ve éxito tras este dato no está dispuesto a verlo. La higiene, los antibióticos y las vacunas siempre aparecen en los primeros puestos de la lista cuando se pregunta por la mayor contribución a la salud que ha aumentado la supervivencia humana. Porque así han sido. Pero como gracias a las vacunaciones es tan pequeña la incidencia de muchas enfermedades, sobre todo en países ricos como el nuestro, se ha olvidado que son graves y mortales. No tenemos enfermedades en nuestro entorno, tenemos vacunas en nuestro entorno, y los efectos secundarios que pueden tener las vacunas han cobrado protagonismo. Y pueden tener efectos secundarios, simples, raros y peligrosos. Pero eso no puede distorsionar la realidad.
Es un privilegio vivir en una sociedad que, lejos de preocuparse por las consecuencias de las enfermedades, tiene la posibilidad de preocuparse por el simple efecto colateral de las vacunas. Ser privilegiado no significa, por supuesto, renunciar a la mejora, pero tenemos que tener claro que sólo apostando por las vacunas aumentará la seguridad real: la de las vacunas y la de seguir con las enfermedades. El brote de sarampión nos ha demostrado con total claridad lo vulnerable que puede ser renunciar a la vacunación. Sirva como dosis de recuerdo de lo que estamos jugando.