El envejecimiento es el resultado de combinar la influencia del tiempo, nuestras características y un estilo de vida concreto. El envejecimiento de la población está acompañado de un número creciente de personas que están perdiendo funcionalidad y se están convirtiendo en dependientes. Desde el punto de vista de la investigación clínica, algunos aspectos de esta situación nos preocupan. Creo que en la pandemia nos ha quedado más claro que nunca cómo actuar ante personas mayores en situaciones difíciles.
Por un lado, la investigación básica trata de comprender mejor la fisiología subyacente a la fragilidad, buscando la forma de alargar la vida y de envejecer sano.
Por otro lado, la investigación clínica busca herramientas para saber qué pacientes mayores son vulnerables y cuáles no. La fragilidad identifica un subgrupo de personas de alto riesgo, ya que cuanto mayor es la fragilidad menor es la supervivencia. Creo que la práctica clínica actual no es capaz de responder a la demanda, porque seguimos atendiendo a la edad cronológica. Además, existe otra razón que impide el correcto uso de este concepto en la práctica clínica: la falta de una intervención eficaz tras la detección de la fragilidad. Poco a poco estamos viendo que el ejercicio físico y la nutrición pueden prevenir o tratar la fragilidad, pero nuestros centros de salud no responden a estas necesidades.
Además, el número de pacientes mayores con cáncer aumentará exponencialmente en las próximas décadas. Paralelamente, se pone de manifiesto la necesidad de conocer mejor las características biológicas del cáncer, así como las de las personas mayores que padecen esta enfermedad. Teniendo en cuenta que la edad cronológica no indica la situación biológica de un paciente, no se puede utilizar como variable para decidir una alternativa terapéutica. Por eso creo que es fundamental que las personas que participamos en el diagnóstico y tratamiento del cáncer recibamos formación geriátrica y antes de actuar nos preguntemos cuál es la mejor forma de ayudar al paciente que tenemos delante. Para los expertos en cáncer, el reto es determinar cuál es el tratamiento más adecuado para los pacientes mayores, ya que esta población es heterogénea en términos de comorbilidad, reservas físicas, discapacidades y afecciones geriátricas.
Por esta preocupación, el Servicio de Oncología Médica del Hospital Universitario Donostia lleva años investigando y valorando adecuadamente a los pacientes antes de iniciar un tratamiento sistémico. Pero hay que hacerlo más y el sistema sanitario debe adoptar medidas que tengan en cuenta la fragilidad para dar una respuesta adecuada a las necesidades de las personas mayores. Creo que es fundamental detectar la fragilidad antes de ponerse en contacto con el centro sanitario e iniciar las pruebas diagnósticas o cualquier intervención terapéutica. Por eso creo que es fundamental contar con un servicio de geriatría en nuestros hospitales.
Tras estas valoraciones, somos conscientes de que es fundamental contar con intervenciones eficaces para que nuestros pacientes puedan llevar mejor las intervenciones y tratamientos que van a recibir. Gracias a un apoyo del Gobierno Vasco en 2019, junto a investigadores de la UPV/EHU y Biogipuzkoa, estamos realizando un ensayo clínico multicéntrico denominado Onko-frail. En ella participarán 200 pacientes de la Comunidad Autónoma Vasca. Con este estudio esperamos identificar un panel de biomarcadores relacionados con la fragilidad de los pacientes oncológicos mayores y analizar la eficacia de un programa individual de ejercicio físico para mantener la capacidad funcional.
Como Oncólogo Médico e Investigador Clínico quiero transmitir mi esperanza e ilusión, pero al mismo tiempo quiero solicitar una mayor inversión en investigación e intervención en personas mayores con cáncer.