Aparecieron con la promesa de ofrecer alimentos más seguros, saludables y sostenibles, pero las biotecnologías alimentarias tienen poco espacio por el momento en Europa. Sin embargo, a pesar de no haber participado directamente en la producción de alimentos, las biotecnologías han proporcionado a nuestra sociedad un servicio importante, ya que nos han permitido reflexionar sobre los sistemas de alimentación desde otra perspectiva. Desde la existencia de estas tecnologías, muchos de nuestros políticos y organizaciones parecen haber vuelto a la realidad desde el territorio de Jamás. A diferencia de antes, han perdido la vergüenza de decir que en el mundo hay hambre, estructuras comerciales injustas, abandono ambiental y falta de democracia. Sin embargo, los políticos, en lugar de hacer frente a los problemas e injusticias que se encuentran en el mercado alimentario, han adoptado una vía más sencilla: la propia biotecnología que ha puesto de manifiesto todo lo que hay que solucionar, el espía, considerarlo un becario. Como sin biotecnología hablábamos poco de hambre y de fraudes en los alimentos, eliminemos todos esos alimentos que contienen transgénicos, clones y “genes”, y quizás silenciemos la voz de quienes demandan un mercado justo y democrático. Con información reducida, estamos a punto de volver a caer al barco.
Lo que ha ocurrido recientemente con carne, leche y otros productos de animales clonados es un ejemplo excepcional. El Europarlamento y la Comisión Europea han representado el papel de lo bueno y lo malo, y nosotros, mirando el dedo que muestra la Luna (en este caso los sudores del Europarlamento), no nos hemos dado cuenta de que ambas instituciones están al servicio del mismo sistema y del mismo mercado. A la vista de la obra, parece que la culpa es de la biotecnología que ha permitido crear la carne de los clones y no del modelo de globalización.
En abril, la Comisión de la Unión Europea decidió no adoptar las medidas propuestas por el Parlamento Europeo sobre los productos de los clonados, entre las que se encuentra la prohibición de comercializar los productos de las crías de un animal clonado antes de la quinta generación y la necesidad de declarar en las generaciones futuras que el producto procede de animales clonados. El origen del debate está en el otro lado del Atlántico. En Estados Unidos, la FDA otorga las autorizaciones para la comercialización de alimentos y medicamentos, y en 2006 concedió la autorización definitiva para los productos de cerdo y bovino clonado. El debate surgió en Europa por importaciones.
En comparación con las intensas polémicas de décadas anteriores, existe un símbolo evolutivo en el proceso político de la carne de clones. Como ya se ha hecho en numerosas ocasiones, la Comisión Europea quiso situar el proceso de reflexión exclusivamente en la seguridad alimentaria, insistiendo en que no había motivos para preocuparse por los datos científicos. Pero la novedad fue que el Parlamento no cuestionó los estudios de seguridad. La imagen de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (ESEA), pieza clave en el sistema europeo, que se ha visto afectada por la calidad de los informes científicos, ha supuesto una nueva vía. El Europarlamento ha afirmado directamente que la mayor preocupación va más allá de la tecnología y que tiene que ver con la sensibilidad de los consumidores. Es decir, que las medidas parten de la voluntad de los consumidores de ser emprendedores más activos en el mercado (los llamados food citizen).
Sabiendo esto, ¿cómo debemos entender la sesión del Parlamento? Es decir, tenemos que pensar que la cuestión de la carne de clonados ha sido considerada con honestidad como una oportunidad para democratizar el mercado y, desgraciadamente, ¿no ha tenido éxito? Conociendo el nivel de los servicios jurídicos parlamentarios, esta versión es increíble. Nuestros gobiernos, junto con la Unión Europea, forman parte de los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio. Según estos acuerdos, un país no puede rechazar productos de otros países ni proteger sus productos o servicios nacionales. Cuando se trata de exportaciones, nos parece bien, pero a los políticos les resulta difícil explicar que esto también afecta a las importaciones. Los productos estadounidenses (ropa, coches o carnes) tienen abiertas las puertas del mercado de la Unión Europea cuando tienen un nivel de seguridad adecuado.
No cabe duda de que las instituciones europeas tienen una intención seria de hacer frente a estos acuerdos. Sin embargo, las sesiones nos han dejado una buena imagen, porque a la hora de elegir los alimentos los europeos tenemos ganas de proyectar otros criterios éticos, sociales, culturales y económicos, además de la salud. La globalización económica lleva nuestra identidad y diversidad cultural como una ola gigantesca, y nos abrimos a cualquier acción que nos permita no ser consumidores de alimentos sino de food city. Pero en este caso el mensajero no merece nuestra confianza. La Unión Europea, construida sobre un mercado liberalizado, es un sistema económico que quieren mantener las instituciones de la Unión Europea, que, a pesar de alguna acción simbólica, no piensen que están dispuestas a boicotearse.
En esta representación también es criticable que los avances tecnológicos en materia alimentaria hayan vuelto a aparecer como becarios. Son símbolos de producciones de masas a gran escala procedentes del exterior, tanto transgénicas en general como de clonados estadounidenses. Por tanto, es comprensible estimular la sensibilidad por muchos motivos, y también es comprensible que nosotros muchas veces aceptamos la oposición que simbólicamente muestran. Pero si analizamos más a fondo, ¿nos beneficia? Separando bien los avances de la ciencia del ámbito político, creemos que deberíamos exigir medidas más eficaces para el libre ejercicio de nuestros derechos individuales. Entre estas medidas se encuentra, sin duda, el fortalecimiento de nuestra capacidad de producir alimentos de forma sana y sostenible, así como el establecimiento de precios adecuados. Al igual que los consumidores queremos reforzar nuestra ciudadanía ante la globalización, la biotecnología de los alimentos merece una transición. Se le ha puesto la etiqueta de ser una simple herramienta de producción a gran escala y pretende reivindicar que es también una herramienta para producir los alimentos que el organismo de cada persona necesita de forma adecuada y sostenible. A la vista de lo que nos ha ofrecido en medicina, creemos que merece la pena darnos la oportunidad.