Más de uno cree que los recursos espaciales son infinitos. Como el primer mar. Así lo creían quienes empezaron a orbitar los satélites. Pero las órbitas alrededor de la Tierra ya han empezado a saturarse de satélites científicos, comerciales y militares. Son recursos limitados y escasos.
La explotación del espacio cobrará cada vez más fuerza. Entre ellas, la búsqueda de minerales de gran interés tecnológico. Pero en esta confusión de beneficios económicos, científicos y militares es difícil llegar a acuerdos. Más aún la aplicación de las legislaciones, ya que el universo es un espacio sin propiedad. El Tratado del Espacio Exterior estableció en su día unas directrices básicas: no se puede privatizar ningún objeto espacial (ni los países ni las personas), no se puede realizar actividad militar y no se puede contagiar. Pero las normas se vulneran sistemáticamente.
Hay varias preguntas sobre la mesa: Viendo cómo hemos explotado los recursos terrestres, ¿es posible entender el espacio como un recurso para satisfacer nuestras necesidades? ¿Qué lugar deben ocupar las iniciativas privadas? ¿Qué normativa debería establecerse? Hemos invitado a dos investigadores a reflexionar sobre la explotación del espacio:
Virginia García Pena
Astrónomo y directivo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Durante muchos años fue planetario del Museo de la Ciencia de San Sebastián.
Itziar Garate López
Físico. Estudia las atmósferas de Venus y Marte en el Grupo de Ciencias Planetarias de la UPV/EHU y es profesor de Física en la Escuela de Ingeniería de Bilbao.
¿Cuándo comenzó la conquista del espacio? Si miramos de forma romántica –a los astrónomos nos gusta mucho este punto de vista–, desde que el ser humano tiene conciencia, desde entonces ha mirado al cielo para comprender los cambios que allí se producen arriba. El primer gran salto en astronomía, y de una manera en la conquista del espacio, tuvo lugar en 1609, cuando Galileo apuntó por primera vez al cielo con su telescopio.
El siguiente gran salto se realizó con astronáutica. Observar desde la tierra tiene grandes limitaciones y salir al espacio abre muchas posibilidades. ¿Pero cómo fue ese paso?
Contexto bélico para el astronáutico
El primer objeto que se puso en órbita fue el satélite Sputnik: Sputnik llegó al espacio desde la iniciativa de la Unión Soviética en medio de la guerra fría, durante una demostración de su poder. Pero EE.UU. no estaba muy atrás y, a quién le preguntamos, puede decir que el primer objeto en órbita no fue el satélite Sputnik, sino una tapa de una alcantarilla. Y así llegamos a la Operación Plumbbob.
Entre mayo y octubre de 1957, EE.UU. realizó 29 pruebas nucleares en el desierto de Nevada, entre ellas la Pasccal-A, el 26 de julio. El Pascal-A es la primera detonación nuclear subterránea realizada a 150 metros. En esta prueba, el astrofísico Robert Brownlee decidió colocar sobre el agujero una tapa de una alcantarilla con cámaras de alta velocidad para medir la velocidad de dicha tapa en el momento de la explosión. Así fue la explosión, que la tapa apareció justo y parcialmente en un fotograma y con este dato no pudo medir la velocidad.
Un objeto necesita una velocidad mínima de 11,2 km por segundo para abandonar la gravedad de la Tierra. Se cree que esta tapa superó esta velocidad seis veces. Y nunca se ha encontrado. ¿Salió del planeta Tierra? ¿Continúa en algún punto del desierto de Nevada? En cualquier caso, está claro que se realizó en un contexto bélico. Sin embargo, la astronomía ha aprovechado estos avances para seguir con sus investigaciones.
ISS, llamada de colaboración
Con el cambio de la guerra fría y la situación política, en mayo de 1991, el británico Helen Sharman visitó la estación rusa Mir y en junio de 1992 George H. W. Bush y Boris Jeltsin acordaron unir esfuerzos en la exploración espacial. Conocemos lo que pasó a partir de ahí: este acuerdo fue el primer paso de la actual ISS (Estación Espacial Internacional), que permite que en la actualidad 17 países participen en este proyecto. Además, las agencias espaciales colaboran en varias misiones enviando sondas espaciales a diferentes lugares del sistema solar o colocando telescopios en el espacio.
Cooperación, competencia y futuro
Hoy estamos en otra guerra: la guerra político-económica. China tiene su propio programa y su propia estación espacial, ha anunciado que Rusia dejará el ISS dentro de cinco años para construir su propia estación, y Israel y Arabia Saudí han realizado sus propios lanzamientos a la Luna y a Marte.
También tenemos la lucha de las empresas privadas: SpaceX, con su programa Starlink, pondrá en órbita 42.000 satélites para dar Internet a todo el planeta. Samsung y Amazon harán lo mismo. Todo ello tendrá consecuencias: alterarán las condiciones naturales del cielo para siempre y condicionarán las observaciones astronómicas que se realicen desde la Tierra.
Es más, el conflicto entre SpaceX y Blue Origin detiene el programa Artemis del Andén por una denuncia de Jeff Bezos. ¿Cuál es el futuro de la astronomía si se deja en manos de empresas privadas?
En este momento girando a Marte hay 8 orbitadores y en su superficie 3 vehículos y un robot estable. Por primera vez hay un pequeño helicóptero. Y, sin embargo, no es suficiente. Porque un robot no es una persona. No tiene intuición, por lo que sus decisiones son limitadas. Además, las órdenes emitidas desde la Tierra tardan una media de 10 minutos en llegar a Marte y las confirmaciones de cumplimiento de las órdenes para volver a la Tierra otros tantos. Así que un robot es lento. Si pudiéramos enviar astronautas a Marte, la ciencia avanzaría mucho en poco tiempo.
Aprovechar el conocimiento
Los recursos necesarios para ello (oxígeno, agua, comida, productos sanitarios e higiénicos, combustible, protección contra la radiación cósmica...) son muy costosos, ya que el peso y coste del cohete aumenta considerablemente. ¿Pero si pudiéramos conseguir esos recursos, o al menos parte, en Marte? Por ejemplo, al igual que se hace en la Estación Espacial Internacional, ¿si en Marte se pudieran crecer las lechugas? ¿O si pudiéramos fundir el hielo de los polos y utilizarlo como potable o como propulsores? El instrumento MOXIE del vehículo Perseverance, situado en la superficie de Marte en febrero de la NASA, por ejemplo, está en los intentos de obtener oxígeno a la atmósfera. También son cada vez más numerosos los estudios sobre las posibilidades de construir módulos y proteger a los astronautas de la radiación solar y espacial, convirtiendo la tierra de Marte o la Luna en material de construcción, tanto en agencias espaciales como en empresas privadas.
Esta explotación del espacio permitiría a corto plazo conocer Marte de arriba abajo: su estructura interna, su superficie, su atmósfera, los cambios climáticos que ha sufrido, su proceso de formación y su evolución… Y, por supuesto, ese conocimiento, unido a la creación e historia del Sistema Solar, nuestra historia, supondría un mayor conocimiento.
Sin legislación fuerte
No obstante, existen diferentes puntos de vista a la hora de desarrollar esta tecnología. Las agencias espaciales públicas buscan el interés y el beneficio de la sociedad (aunque en algún caso sean de una sola nación). Las empresas privadas, por su parte, tienen como prioridad el interés económico y cuando a la dura competencia se le añade una falta de legislación fuerte, surgen problemas. Prueba de ello son los continuos enfrentamientos entre Jeff Bezos y Richard Branson.
La mercantilización de minerales en juego
Elon Muskiz, en pocos años, representa una consolidada colonia en Marte cuando vende cohetes, naves espaciales y tecnología de SpaceX. ¿Pero cuál es el objetivo de esta colonia? ¿Ser lugar de vacaciones de un grupo de millonarios? ¿Construir un campamento minero y obtener beneficios con sus recursos? Ese es, por ejemplo, el objetivo de la mercantilización de los asteroides y de los minerales de la Luna que han estado en bólvora en los últimos años. ¿O vender tecnología a agencias espaciales e impulsar una explotación segura, sostenible y no agresiva?
Opcionalmente, preferimos el último, aunque esta forma de actuar también tiene mucho que mejorar. Por un lado, el beneficio de las empresas no debería provenir de la venta o uso directo de esta nueva tecnología, sino de sus posibles aplicaciones en la Tierra (recordad que el GPS que llevamos en la mano proviene de las necesidades de la exploración espacial). Por otro lado, se debería trabajar en una legislación que reduzca la actividad espacial de las empresas privadas y condicione y regule la de las agencias espaciales públicas, como el Tratado del Espacio Exterior firmado en 1967, pero más riguroso y consistente. Tampoco sería inútil crear un comité internacional que auditara la actividad espacial. Afortunadamente, estamos en ese camino.