Riesgo de nostalgia

Publicado en Begitu el 1 de febrero

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Ed. Stocksnap

Después de estos dos últimos años, es evidente el deseo de quedarse tranquilo con tantas personas, abrazar tranquilamente, besarse tranquilamente, bailar tranquilo, cantar tranquilo, practicar deporte, cuidar y cuidar, viajar tranquilamente… Y no es de extrañar que son actividades propias de nuestra especie. Sin embargo, para evitar la transmisión de un virus hemos sido forzados a renunciar a todo lo que tenemos tan arraigado, y la actitud ante el mismo, el rechazo o rechazo de la negación, ha empeorado aún más el ambiente.

Hemos olvidado, sin embargo, que volver a sí mismo supondría el riesgo de que todo esto vuelva a ocurrir. Porque el virus SARS-CoV-2 no se ha creado y extendido por casualidad. Y no, no es porque, como dicen algunas teorías conspirativas, alguien ha planificado y creado intencionadamente, no. No ha sido necesario.

De hecho, los científicos tenían toda la certeza de que se iba a producir una pandemia así, y que no iba a ser muy lejos en el tiempo. En su opinión, un patógeno que se transmitiría por el aire probablemente fuera un virus. ¿De la gripe? No sería de extrañar que en 2009, por ejemplo, hubo miedo con la aparición del H1N1. ¿Un antivirus? También podría ser eso, teniendo en cuenta la amenaza de SARS y MERS.

También previeron dónde y cómo iba a ocurrir. La microbióloga Miren Basaras Ibarluzea, un año antes de la aparición del COVID 19, en un reportaje realizado en la revista Elhuyar sobre la pandemia de 1918, dijo: “Hay sitios en los que hay más riesgo de que el virus salte de animales a seres humanos, por ejemplo en Asia: “¿Por qué? En los viveros, porque hay mucha cercanía entre las aves [animales] y las personas”.

Lo olvidamos. Teníamos otras preocupaciones. Pero enseguida llegó el recordatorio. La respuesta inicial, sin embargo, fue negar la realidad. En China no se dieron a conocer los primeros casos y después, cuando se advirtió de que se trataba de una nueva enfermedad contagiosa, se hizo una desestimación en Occidente. Una vez que el virus salió de China y se confirmó que había llegado allí, también se recurrió a la desestimación: “es solo una gripe”.

Del menosprecio a la expresión de la guerra

Es difícil conocer la evolución de la pandemia, si los gestores hubieran trabajado la estrategia junto con los agentes sociales y con una visión social asumiendo la gravedad y la complejidad de la situación, dejando a un lado el orgullo.

De hecho, en Euskal Herria, por ejemplo, en marzo de 2020, el Movimiento Feminista creó una mesa técnica para “abordar la crisis de la juventud preocupada por el COVID-19”. Se ha solicitado al Gobierno Vasco, al Gobierno de Navarra y al Colegio Vasco la constitución de una mesa de coordinación de la vigilancia. Además de los partidos políticos y sindicales, se señaló la necesidad de contar con la participación de agentes sociales: movimientos feministas, trabajadores del hogar y residencias, asociaciones, y expertos en el ámbito del cuidado, la economía y la medicina.

Las autoridades, sin embargo, desoyeron. El virus fue confinado y declarado guerra. Cuando consiguieron un arma pusieron la fuerza: la vacuna. Basarse únicamente en esta estrategia mostraba claramente, pero hasta qué punto la mirada sobre la situación era reducida. En el mejor de los casos, el desarrollo de la vacuna más poderosa de todos los tiempos y su aplicación a todo el mundo permitiría dominar el SARS-CoV-2.

Visión sindemica

Olvidaron que el problema no era sólo un virus. No se trataba de una pandemia, sino de una sindemia, y así fue advertido, en octubre de 2020, en una de las revistas más conocidas, The Lancet. Las sindemias se caracterizan por la interacción biológica y social entre condiciones y situaciones, que acentúan la tendencia a perjudicar o empeorar la salud de las personas.

Y en la situación que vivimos, la crisis sanitaria, la crisis social y la crisis ambiental se han unido. Por lo tanto, las estrategias que respondan a un solo aspecto quedarán necesariamente abombadas.

Lo expresaron claramente en The Lancet: “Mientras no diseñen políticas y programas de cambio de grandes desigualdades, nuestras sociedades nunca estarán realmente seguras de COVID 19”. También anunciaron: “La crisis económica que viene hacia nosotros no la solucionará un medicamento o una vacuna”. Por tanto, se recomendó adoptar una visión más amplia que incluyera la educación, el empleo, la vivienda, los alimentos y el medio ambiente.

Antes de ello llegaron las primeras vacunas y se renovaron las promesas: “Con la incorporación del 70% de los adultos se conseguirá la inmunidad grupal”. El horizonte estaba en verano de 2021. Con ganas de volver a la primera, olvidando los hechos y las enfermedades emergentes.

Hemos afirmado que es una promesa inejecutable. Y lo hemos olvidado. Hemos olvidado que el Consejero de Sanidad de Navarra anunció la finalización de la pandemia en septiembre de 2021. Y queremos creer que la pandemia está a punto de terminar y que estamos casi en endemia, aunque no sabemos muy bien qué significa eso.

Estamos afectados por la nostalgia. Pero si queremos un futuro mejor, nos conviene no olvidarnos y aprender de lo que estamos pasando. El primero y el olvido nos han traído aquí.

 
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