El virus SARS-CoV-2 (coronavvirus 2 del grave síndrome respiratorio agudo) ha infectado a más de 35 millones de personas en todo el mundo y ha causado más de un millón de muertes hasta el 12 de octubre de 2020, según la Organización Mundial de la Salud. Teniendo en cuenta que una segunda ola de covid-19 está afectando a Europa y que el invierno se acerca, necesitamos una comunicación clara de los riesgos que conlleva el covid-19 y de las estrategias eficaces para combatirlo. En este memorando lanzamos nuestra visión sobre el consenso actual basado en la evidencia del covid-19.
El SARS-CoV2 se despliega fácilmente por contacto (mediante aerosoles y gotas grandes) y a mayor distancia por medio de aerosoles, especialmente cuando la ventilación es mala. La alta transmisibilidad [1] y la sensibilidad de la población hacia el nuevo virus, junto con la creación de condiciones para una rápida transmisión social. La mortalidad de COVID-19 es varias veces mayor que la de la gripe estacional [2] y la infección puede dar lugar a una enfermedad persistente incluso entre jóvenes que ya estaban sanos (es decir, “COVID largo” [3]). No está claro el tiempo que dura la inmunidad protectora [4] y, al igual que el resto de coronas de temporada, el SARS-CoV2 es capaz de reinfectar a las personas que han pasado la enfermedad, pero la frecuencia de las reinfecciones es desconocida [5]. La transmisión del virus puede mitigarse mediante el alejamiento físico, el uso de la máscara, la higiene de manos y respiración, evitando aglomeraciones y lugares cerrados mal ventilados. Los test rápidos, el seguimiento de los contactos y el aislamiento también son fundamentales para el control de la transmisión. La Organización Mundial de la Salud ha apoyado estas medidas desde el inicio de la pandemia.
En la fase inicial de la pandemia, muchos países establecieron confinamientos (limitando a la población general, incluidas las órdenes de permanencia y teletrabajo) para frenar la rápida propagación del virus. Esto fue fundamental para reducir la mortalidad [6],[7], con el fin de evitar que los servicios sanitarios se desbordaran y ganar tiempo para establecer sistemas de respuesta a la pandemia y, tras el confinamiento, detener la transmisión. Los confinamientos han sido muy duros en todas partes, han influido en la salud física y mental de las personas y han perjudicado económicamente. Sin embargo, han tenido peores consecuencias en países que no supieron utilizar el tiempo para establecer sistemas eficaces de control de la pandemia tras el confinamiento y durante el mismo. En ausencia de medidas adecuadas para gestionar la pandemia y su impacto social, estos países han sufrido continuas restricciones.
Todo ello ha generado desesperación y desconfianza. La llegada de la segunda ola y la toma de conciencia de los retos de futuro han renovado el interés por la inmunidad colectiva y se ha propuesto que entre la población de bajo riesgo se pueda permitir un brote incontrolado del covid-19 mientras se protegen las personas más vulnerables. Sus partidarios sugieren que llevaría a la población de bajo riesgo a desarrollar la inmunidad colectiva adquirida y a proteger a los más vulnerables. Esta falacia es peligrosa y no está protegida por la evidencia científica.
Toda estrategia basada en la inmunidad adquirida por infección natural es defectuosa en la gestión del covid-19. La transmisión incontrolada entre las personas más jóvenes presenta un riesgo de morbilidad [3] y un riesgo significativo de mortalidad en toda la población. Además del coste humano, esto afectaría a toda la población activa, superando la capacidad de atención de los sistemas sanitarios en la atención ordinaria y de urgencias.
Además, tras una infección natural del SARS-CoV2, no hay evidencia de que la inmunidad la proteja durante mucho tiempo, y la transmisión endémica que pudiera producirse al ir disminuyendo la inmunidad podría suponer un peligro futuro para las poblaciones vulnerables. Una estrategia de este tipo no acabaría con la pandemia COVID-19, sino que provocaría epidemias recurrentes, como ha ocurrido con muchas enfermedades infecciosas antes de que llegaran las vacunas. También supondría un estrés inaceptable para la economía y los profesionales de la salud, muchos de los cuales han muerto o han tenido consecuencias psicológicas en el ejercicio de la medicina de catástrofes. Además, todavía no sabemos quién puede tener un COVID-19 sostenible [3]. La determinación de la vulnerabilidad es compleja, pero sólo teniendo en cuenta los riesgos de enfermedad grave, el 30% de la población de algunas regiones es vulnerable [8]. El alto aislamiento de grandes sectores de la población es prácticamente imposible y poco ético. La evidencia empírica de muchos países demuestra que es imposible limitar la influencia de brotes no controlados a determinados sectores de la sociedad. Esta estrategia conlleva el riesgo de incrementar las desigualdades socioeconómicas y estructurales que ha puesto de manifiesto la pandemia. Los esfuerzos especiales para proteger a los más vulnerables son fundamentales, pero deben combinarse con estrategias para todos los ciudadanos.
Una vez más, en Europa, América Latina, EE.UU. y muchos otros países del mundo estamos afrontando un rápido crecimiento de casos como el COVID-19. Es fundamental actuar con decisión y urgencia. Deben establecerse medidas eficaces para evitar y controlar la transmisión cuando sea, y deben ser respaldadas por programas financieros y sociales que protejan a la sociedad durante este periodo y hagan frente a las desigualdades que la pandemia ha agravado. Es posible que todavía sean necesarias restricciones por periodos cortos para reducir la transmisión y corregir sistemas ineficaces de respuesta a la pandemia para evitar futuros confinamientos. El objetivo de estas reducciones es evitar eficazmente las infecciones del SARS-CoV2, con el fin de detectar rápidamente brotes localizados y obtener una respuesta rápida, mediante la búsqueda, prueba, seguimiento y aislamiento, y mediante sistemas de ayuda para que la vida sea casi normal, sin restricciones generales. La protección de nuestras economías está inevitablemente asociada al control del covid-19. Debemos proteger a nuestra población activa y evitar la incertidumbre a largo plazo.
Japón, Vietnam y Nueva Zelanda, por citar algunos países, han demostrado que las respuestas fuertes de la salud pública pueden controlar la transmisión, permitiendo que la vida sea casi normal, y hay muchas historias de éxito de este tipo. La evidencia es muy clara: Controlar la socialización del COVID-19 es la mejor forma de proteger nuestra sociedad y nuestra economía hasta que en los próximos meses lleguen vacunas y terapias seguras y efectivas.
No podemos perder la atención para conseguir una respuesta eficaz, es fundamental actuar con urgencia a partir de la evidencia.
Para apoyar esta llamada de acción firma el Memorando John Snow.
REFERENCIAS1. Hao X, Cheng S, Wu D, Wu T, Lin X, Wang C. - Nature 2020; 584: 420–24.2. Verity R, Okell LC, Dorigatti I, et al. Estimates of the severity of coronavirus disease 2019: a model-based analysis. Lancet Infect Dis 2020; 20: 669–77.3. Nature. Long COVID: let patients help define long-lasting COVID symptoms. Nature 2020; 586: 170.4. Chen Y, Tong X, Li Y, et al. A comprehensive, longitudinal analysis of humoral responses specific to four recombinant antigens of SARS-CoV-2 in severe and non-severe COVID-19 patients. PLoS Pateros 2020; 16: e1008796.5. J. Parry COVID-19: Hong Kong scientists report first confirmed case of reinfection. BMJ 2020; 370: m3340.6. Flaxman S, Mishra S, Gandy A, et al. Estimating the effects of non-pharmaceutical interventions on COVID-19 in Europe. Nature 2020; 584: 257–61.7. Dehning J, Zierenberg J, Spitzner FP, et al. Inferring change points in the spread of COVID-19 reveals the effectiveness of interventions. Science 2020; 369: eabb9789.8. Clark A, Jit M, Warren-Gash C, et al. Global, regional, and national estimates of the population at increased risk of severe COVID-19 due to underlying health conditions in 2020: a modelling study. Lancet> Health 2020; 8: e1003–17.