Mito del espermatozoide macho

Galarraga Aiestaran, Ana

Elhuyar Zientzia

En la reproducción sexual, la fecundación es uno de los momentos álgidos en los que se unen el óvulo y el espermatozoide. En realidad, más de un momento es un proceso, y para explicarlo es muy habitual el uso del tono épico, incluso (o sobre todo) en la reproducción humana. Por ejemplo: «En la eyaculación se vierte un chorro de espermatozoide al óculo en espera. La avalancha de espermatozoides nadan hacia ella, dejando a un lado los espermatozoides más débiles y alcanzando sólo los mejores espermatozoides. El único conseguirá unirse al óvulo». Aunque sin ir

tan lejos, lo general es considerar al espermatozoide «ganador» como protagonista y considerar a un segundo plano el óculo, el conquistador y el conquistado acogiéndose a la pareja clásica. Robert D, especialista en antropología, evolución y reproducción humana. Sin embargo, según el biólogo Martín, esta visión es consecuencia de los estereotipos machistas que se han impuesto en la historia de la ciencia y que, además, es errónea. Hasta el

siglo XX, lo que los hombres científicos sabían de la fecundación se basaba más en las convicciones y creencias que en la ciencia. Los espermatozoides eran desconocidos hasta que fueron vistos a través del microscopio realizado por el propio comerciante e inventor Antoni van Leeuwenhoek, hacia 1680. A más de uno le pareció una brujería, pero Leeuwenhoek lo demostró claramente: en la semilla humana había seres vivos. Esto reforzó la creencia de que los niños se desarrollaban desde la semilla.En 1876 supieron que la fecundación

se producía entre el espermatozoide y el óculo, gracias al zoólogo Oscar Hertwig, pero ya estaba claro que la fecundación era cosa de los hombres, para lo que disponían de un pene, un par de testículos y millones de espermatozoides. La mujer, sus órganos y demás, eran meros receptores. Sin embargo, a medida que la

ciencia avanza y los científicos abren los ojos, los vacíos de esta perspectiva se han puesto de manifiesto. Y estos son los que ha destacado Martín. Por ejemplo, recuerda que la abundancia de espermatozoides no es necesariamente una buena señal: muchos de ellos son defectuosos, por eso son necesarios tanto. Y no nadan en busca del óculo: son impulsados por los movimientos del útero y los obiduktos. Junto

a otras convicciones corruptas, ha mencionado también la edad del hombre, ya que antes se decía que la edad del hombre no importaba. Tal y como ha sido de utilidad admitir que esto es erróneo, Martín considera que también será bueno deshacer el mito del espermatozoide macho. La clave está en estar preparados para aceptar evidencias y cambiar la perspectiva.

Publicado en el diario Berria.

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