El hallazgo que acaba de publicar en la revista PNAS demuestra que el capullo, además de ser refugio de huevos y larvas de diversos animales, puede ser un inmejorable depósito de microorganismos fósiles de millones de años. Descubren el fósil de un ciliado que ha permanecido protegido durante 200 millones de años en el capulo de una sábana.
Las lombrices de tierra y las criaturas colocan los huevos al abrigo de un capulo. El material capuloso fluye en estado líquido y se endurece. De hecho, al igual que ocurre con el ámbar, este ciliado fósil quedó atrapado en esta trampa; en el capullo escondido por una criatura del Triásico. El fósil tiene un cuerpo de 25 µm y un acortamiento y en su interior se puede ver un núcleo en herradura con las mismas características que las actuales Vorticellas ciliadas.
Los vorticellidos son muy abundantes en los ecosistemas acuáticos de todo el mundo, pero hasta ahora nunca se encontró su fósil. De hecho, es muy difícil que los microorganismos del cuerpo blando se conviertan en fósiles. Los capullos de los abetos, por su parte, tienen unas características excepcionales para convertirse en fósiles, que son habituales a partir del Triásico. Además de este ciliado, en estos capullos se han encontrado otros pocos microorganismos y esporas, pero hasta ahora se han estudiado muy poco. Así, los investigadores que han realizado este nuevo descubrimiento han previsto que estos capullos pueden ser una fuente muy valiosa de información de microorganismos antiguos.