Ibn al-Haytham, sabio científico

Etxebeste Aduriz, Egoitz

Elhuyar Zientzia

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Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

Todavía estaba oscuro cuando empezó la llamada de la mezquita a la oración. Ibn al-Haytham se despertó en soledad doméstica. La mezquita que tenía a su lado, pero ese día tampoco iba a ir; oía de casa las cinco llamadas del día. Así era el día y el día, todos los días igual, desde que fingió locura. Quizá huyó a un castigo más sangriento, pero estaba condenado a ser prisionero en su casa.

Si no fuera tan valiente, cuando dijo que podía dominar el río Nilo... Vivía entonces en Basra (al sur de Irak actual), donde nació al-Haytham en el año 965. Al principio estudió teología y derecho, pero luego decidió ir por la filosofía y la ciencia. "Estudié en profundidad las creencias de las diferentes sectas, el pensamiento y los sistemas teológicos, pero no logré nada que ilumine el camino hacia la realidad", escribiría en su autobiografía. Cuando conoció las obras de Aristóteles, más que las palabras de los hombres, decidió que Dios quería investigar los trabajos realizados en el universo. También absorbió obras de Arquímedes, Euclides y Ptolomeo, dejando clara su verdadera vocación.

La fama de sabio de Al-Haytham estaba bien extendida cuando dijo que se podía controlar el río Nilo. Nilo se desbordaba todos los años, y al-Haytham calculó que con diques y canales se podía evitar inundaciones y reservar agua para la época de sequía. También llegó a El Cairo, capital del Califato Fátimitar, hasta las orillas del califa Al-Hakim. Y, por supuesto, para el califa la idea de controlar a Nilo según su deseo era muy atractiva.

Llamado por el califa, al-Haytham viaja al Cairo. No era un mal lugar para un sabio. Allí estaba la prestigiosa universidad Al-Azhar, que gustaba de los califas y fomentaba la ciencia y el conocimiento. Por ejemplo, creó la biblioteca Dar al-'ilm (La Casa del Conocimiento), que llegó a ser una de las más importantes del mundo.

Kalifa nombró a al-Haytham al jefe de un equipo de ingenieros de la corte y el equipo se embarcó en el río en busca del lugar adecuado para sujetarlo. Al cabo de varios días, pasando por Asua, en el techo del desierto, al-Haytham se sintió sudor frío. Lo vio claro: no funcionaban, era imposible, Nilo era demasiado grande, incontrolable.

Pero, ¿cómo decir al califa que fracasó? Su crueldad era conocida. Al-Haytham escuchó una vez que ordenó matar a todos los perros porque los ladrones le molestaban; que obligó a la población a dormir de día y a trabajar de noche; que prohibió que las mujeres salieran a la calle y que hicieran zapatos para mujeres a los zapateros; que cortaban las manos a los esclavos del palet; y que asesinaba sin razón a visirras, médicos u otros funcionarios, muchas veces con sus manos. Por miedo a la reacción del califa, la solución que encontró fue fingir locura. Y le obligaron a permanecer prisionero en su casa. Así pasó diez años hasta que murió el califa en 1021. Pero no perdió ese tiempo. Trabajó y escribió, entre otros, el tratado Kitab al-Manazir ( Libro de la Óptica ) sobre una óptica de siete volúmenes.

"La tinta de los eruditos es más sagrada que la sangre de los mártires", afirma el Corán, y al-Haytham derramó muchas tintas, tanto durante esos diez años como después. Al morir Califa, confesó la verdad y siguió dando clases, traduciendo obras griegas e investigando durante toda su vida.

Trabajó mucho en geometría y teoría de números, mecánica, astronomía, ingeniería y filosofía. Pero una de sus grandes aportaciones fue el Libro de la Óptica. Demostró que la luz viajaba correctamente y fue el primero en explicar bien la base de la vista. A través de experimentos con lentes y espejos, estudió la reflexión, dispersión y refracción de la luz y dio sus explicaciones matemáticas. Estudió los eclipses, las sombras y los arco iris. Y explicó que vemos la luz del crepúsculo y del amanecer porque la luz solar se refracta en la atmósfera, y que ésta se produce cuando el sol está a 19 grados sobre el horizonte. En base a esta refracción, calculó también que la altura de la atmósfera era de unos 100 km.

La obra de al-Haytham, basada en el empirismo y las pruebas. Diseñaba una serie de dispositivos y experimentos para demostrar las hipótesis extraídas de su lectura o observación. Por ejemplo, estudiando cómo la luz de las velas penetraba de un pequeño agujero de la pared a una habitación oscura, hizo grandes descubrimientos. Por ejemplo, si ponía varias velas fuera, observó que en la habitación oscura aparecían otros tantos puntos claros, y que si ponía algún obstáculo entre una vela y el agujero, desaparecía el punto correspondiente. Midió que las velas y los puntos de la habitación oscura podían asociarse con líneas rectas que pasaban por el agujero.

De la misma manera demostró que la luz emitida por una fuente de luz (sol o vela) se refleja en los objetos en todas las direcciones. Y viendo que en los experimentos de la habitación oscura las luces de las diferentes velas no se mezclaban al pasar por el agujero, concluyó que cuando la luz reflejada por los objetos entra en los ojos, se hace una representación en el ojo por puntos de lo que tenemos delante. Además, profundizó en la anatomía del ojo y, viendo la estructura, propuso un funcionamiento similar al de la habitación oscura.

Así, al-Haytham demostró que Euklides y Ptolomeo estaban equivocados y que no lo vemos a través de los rayos emitidos por los ojos, como ellos decían. Y si aquellos grandes eruditos estaban equivocados, ¡quizá otras muchas verdades aceptadas eran equivocadas!

De hecho, los griegos tendían a quedarse en una mera teorización. Al-Haytham, sin embargo, vio clara la necesidad de la experimentación y de la demostración de hipótesis, así como la importancia de ser crítico con lo dado por los anteriores: "El buscador de la verdad no es aquel que explora las obras de antiguos eruditos y, en virtud de su naturaleza natural, confía en ellos, sino que sospecha de su fe en ellos (...) y recurre a argumentos y pruebas, y no a lo que han dicho las personas, ya que la persona está llena de imperfecciones y errores de todo tipo. Así, el hombre que analiza los escritos de los científicos tiene la obligación de, si quiere saber la verdad, hacer enemigo de todo lo que ha leído (...) y atacar por todas partes".

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