El campesino Jon Harluxet, presidente de la asociación Bio-Aquitaine, reivindica el cultivo sin transgénicos. Según él, los transgénicos "aunque se mencionan mucho, son algo muy marginal" en Francia y en el País Vasco Norte, "y así es mejor". La siembra de transgénicos fue autorizada durante dos años, pero el año pasado se restauró la moratoria, por lo que no se realizaron transgénicos. Por tanto, a Harluxet no le afectan directamente los transgénicos.
Pero eso no quiere decir que no le preocupe. Desde un punto de vista puramente pragmático y económico, Harluxet renuncia a los transgénicos. Afirma que "el 80% de los consumidores no quieren transgénicos". No está en contra de la tecnología de los transgénicos, pero no quiere imponerse, "y sabemos que la agricultura no es un sistema cerrado".
De hecho, recuerda que en el departamento de Lot-et-Garona aparecieron plantas transgénicas en el campo de un agricultor ecológico por culpa del polen arrastrado por el aire de alguna plantación de la zona. Y cuando esto ocurrió, estaba prohibida la siembra de transgénicos. "Aunque esté prohibido, existe un riesgo de contaminación; una vez aceptado, no te pongo en contacto". Para los productores de agricultura ecológica es importante mantener la moratoria sobre los transgénicos.
También tienen otras razones para renunciar a los transgénicos. Por ejemplo, Harluxet separa la propaganda y la realidad a favor de los transgénicos. Según la propaganda, las semillas transgénicas servirán para superar el hambre en el mundo y son una herramienta para proteger el medio ambiente, "pero el 99% de los transgénicos que se producen en el mundo tienen dos funciones: El 66% está programado para la tolerancia de un herbicida, el glifosato, mientras que el 33% genera una toxina insecticida --que es el maíz Bt, el único admitido en Europa-”.
En palabras de Harluxet, muchas veces empiezan con ese maíz porque "es más fácil para explicarlo a la sociedad". Y es que esa toxina también es en la naturaleza, "por lo que dicen que es algo muy natural". Sin embargo, lo más interesante es el otro, porque junto con la semilla también venden herbicida.
Cree que son motivos de propaganda que sirven para combatir el hambre. De hecho, la mayoría de los transgénicos que se realizan no son para alimentar a la gente, sino para alimentar al ganado, hacer combustible para los coches y hacer algodón para la industria textil.
Harluxet tiene claro que hay grandes fuerzas económicas detrás de los transgénicos. Las grandes empresas de biotecnología (Monsanto, Syngenta, Novartis, Bayer, DuPont...) eran industrias químicas. Se introdujeron en el sector agrario vendiendo abonos y ahora también venden semillas. "En la agricultura hay algo que no se puede excluir, una semilla; y si controlas la semilla, lo controlas todo".
Sin embargo, considera que la sociedad quiere controlar su alimentación. Y cree que lo que ha ocurrido en Francia es un ejemplo muy representativo: "si se consigue socializar el tema, es posible que los políticos prohíban hacer transgénicos".
Aunque en este sentido se muestra bastante optimista, tiene más inquietudes en relación con los transgénicos. Una de ellas es la decadencia de las abejas. Las abejas están desapareciendo en todo el mundo y Harluxet y otros tantos sienten que el maíz Bt está implicado, entre ellos, biólogos e ingenieros agrónomos.
Precisamente, las abejas llevan el polen del maíz Bt al coofón, que utilizan para alimentar a las larvas. Harluxet y otros denuncian que no se ha hecho un estudio para ver si esto tiene consecuencias. Es más, el declive de las abejas no es más que una de las consecuencias negativas para el medio ambiente de los transgénicos. Por lo tanto, exigen que se realicen investigaciones y "no aprovechar el medio ambiente como si fuera una mesa de laboratorio".