La nieve es el principal componente que necesitan los glaciares de montaña, para que se acumulen año tras año, formen hielo, se deformen por gravedad y empiecen a moverse. Además, en los glaciares de latitudes medias y tropicales, la temperatura del hielo suele estar cerca del punto de fusión, por lo que el vertido de agua aumenta la lubricación y el deslizamiento de la masa de hielo. Son los glaciares.
Sin embargo, en función de la situación y de las características climáticas de cada cadena montañosa o medio polar, se pueden distinguir distintos tipos de glaciares, pero todos ellos cumplen dos características principales: en la zona alta se acumula la nieve y el glaciar gana masa, mientras que en la zona baja el hielo se derrite y se producen pérdidas al ganado en la parte superior. Esta ecuación básica, denominada balance de masas o balance del glaciar, es el principal indicador de “salud” de cada glaciar (Figura 1).
Si las condiciones climáticas son adecuadas, parte de la nieve total que gana un glaciar en invierno no se derrite durante la época estival, aumentando el espesor y la extensión del glaciar. Por el contrario, si las condiciones climáticas cambian, es decir, si el clima se calienta, el deshielo de la parte superior del glaciar se extiende a toda la superficie y el glaciar intenta ajustarse a la nueva situación. En este caso es posible que el glaciar tenga problemas de supervivencia.
En la actualidad, el mayor grupo de glaciares más meridionales de Europa se encuentra en los Pirineos, que se encuentran en una frontera climática que acelera su destrucción. Como si se tratara de termómetros variables de la cadena montañosa, estos destacados elementos geográficos de alta montaña son muy sensibles a las incidencias ambientales. Además, retrocediendo en la escala geológica, además de tallar los Pirineos en los últimos miles de años, son responsables del paisaje cultivado que hoy podemos ver (junto a otros muchos procesos, por supuesto). Se trata, por tanto, de un símbolo de la alta montaña pirenaica, ya que, además de aportar los valores naturales citados, influye también en los ecosistemas de la zona alta y genera un valor cultural en el patrimonio e historia de la cadena montañosa. Diríamos que para los montañeros es también un símbolo sentimental de la alta montaña.
Los 21 glaciares actuales están zocorados en los circuitos de los macizos más altos de la cadena pirenaica (Figura 2). El situado más al oeste es el glaciar de Las Neous, cada vez más reducido y ubicado en el macizo de Balaitous, mientras que el más oriental es el pequeño glaciar d’Arcouzan, que permanece en la ladera noreste del monte Mont Valier (Ariege, Francia). El glaciar más grande, por su parte, sigue siendo el glaciar de Aneto, de 50 hectáreas, pero no tiene nada que ver con la superficie glaciar que seguían los montañeros del siglo pasado para llegar a la cima principal de la cordillera y con su espesor.
El retroceso y la pérdida de dinámica de los glaciares pirenaicos coincide con la transformación progresiva que se ha estudiado en otras cadenas montañosas que actualmente no cuentan con glaciares, como las cumbres europeas y los Apeninos. XVI. y XIX. La Pequeña Edad de Hielo fue un período climático mundial, relativamente más frío, ocurrido entre siglos, en el que los glaciares ganaron espesor y superficie y se expandieron también en altura hacia abajo. Desde 1850 se ha perdido el 90% de esta superficie por hora en los Pirineos (Figura 3) y se han extinguido o disminuido al menos 33 glaciares hasta convertirse en una crujía de hielo.
En las últimas décadas, además, el retroceso de los glaciares pirenaicos ha sido notable, sobre todo desde los años 80, ya que de 39 glaciares, en la actualidad sólo quedan 21. Como es sabido, la temperatura media de la Tierra ha subido 1 ºC desde la era preindustrial, un calentamiento climático que se ha incrementado por la acción humana, además, es más amplificado en la mayoría de las zonas de alta montaña, por lo que los Pirineos son un ejemplo de ello.
Así, y en colaboración con los colaboradores e investigadores del IPE-CSIC, en los trabajos de campo realizados a finales del verano de 2020 (principios del año hidrológico), utilizamos drones y un sistema de luz láser (scanner láser terrestre) para completar los modelos de relieve de los últimos glaciares que quedan en la actualidad. De los veintiún glaciares estudiamos dieciséis con drones y el glaciar del Monte Perdido con la ayuda del escáner, como lo hacen las personas del IPE-CSIC desde 2011. Gracias a estas novedosas técnicas, por primera vez hemos conseguido tener una visión amplia a nivel de la cadena montañosa, lo que ha permitido poner números exactos a los cambios de superficie y espesor de los últimos glaciares pirenaicos en el periodo 2011-2020.
Es frecuente que al decir que estamos trabajando en campo, la gente se considere un científico loco. Si a pesar de las inclemencias meteorológicas no es posible volar con helicóptero, en varias ocasiones hemos tenido que subir al balcón de Pineta el escáner de 30 kg sobre la espalda, o cuando estudiamos el grosor del hielo del glaciar de Aneto, que el que viene en pantalones cortos y zapatillas no entienda por qué debemos transportar un pesado georradar con aspecto de dragón… Sin embargo, con el tiempo hemos visto que el trabajo de campo está basado en la experiencia. Es decir, aplicamos en nuestras salidas lo que hoy en día es “estilo alpino” o ligero, y al mismo tiempo nos adentramos en un viaje lleno de sentimientos. Somos una cuerda de pocos amigos, sólo tomamos lo imprescindible en la espalda y nos movemos de un glaciar a otro de la forma más eficiente posible, garantizando siempre la seguridad de nosotros y del grupo.
Así, además de la utilización de escaneres pesados, y en la medida en que las tecnologías innovadoras lo permitan, hemos empezado a utilizar GPS y dispositivos más ligeros (drones). Antes, cada macizo o glaciar era una salida de unos días; hoy en día, podemos analizar más de un glaciar en el mismo día y movernos de un macizo a otro.
El objetivo de la sokada de la UPV-EHU fue estudiar también con un pequeño drone los glaciares más pequeños y rocosos, y para permitir sus vuelos tuvimos que subir más de una montaña y una cresta de 3.000 metros, con jornadas largas y costosas en Gabietous-Taillón, en Seil de la Baque-Portillón, en Posets.... Además, acompañamos a los compañeros del IPE-CSIC a los glaciares más grandes; para dar la señal de radio a los vuelos del dron de ala fija, tuvimos que subir y bajar en otras cumbres: Aneto-Maladetan, Posets e Infiernos, por ejemplo. Una de las claves fue medir la nueva nieve de los glaciares de Monte Perdido y Ossoue (Vignemale) para que los análisis realizados fueran lo más fiables posible.
Las últimas mediciones nos indican que la superficie de los glaciares pirenaicos en 2011 era de 297 hectáreas (ha), mientras que en 2020 sólo quedan 232 ha, es decir, se han perdido 65 ha en nueve años. El retroceso más visible se ha producido en los glaciares más grandes, Ossouen (Vignemale), Aneto y Maladas, lo que indica que son más sensibles a las condiciones climáticas. Sin embargo, los glaciares más pequeños y marginados que condicionan notablemente la topografía se han mantenido más estables, pero también han sufrido pérdidas. Entre estos últimos, los más graves son los glaciares de Barrancs, La Paul y Portillón, donde los indicios de fragmentación y falta de dinámica son cada vez más evidentes.
En cuanto al espesor de hielo, entre 2011 y 2020, los glaciares pirenaicos se han adelgazado una media de 7,3 metros. Y los glaciares han tenido diferentes respuestas (figura 4). Los mayores cambios son bastante mayores que la media (entre 10-12 metros), como los de los glaciares de Seil de la Baque y Aneto. Sabemos que el glaciar de Aneto, el glaciar más grande de los Pirineos, está a punto de dividirse en dos y que la división sólo hará más daño en el futuro proceso de fusión. Los más pequeños y los más zócalos, por su parte, son menos adelgazados (entre 3 y 5 metros). En total, si situáramos en valores acuáticos la pérdida de hielo de los glaciares pirenaicos en los últimos nueve años, podríamos decir que en la última década se han perdido 20 millones de toneladas de agua.
La mayoría de los glaciares de montaña del mundo están sufriendo los efectos del cambio climático y los Pirineos no son una excepción. A partir de los estudios realizados se constata que las áreas de acumulación de los glaciares pirenaicos son cada vez más reducidas y, en la mayoría de los casos, se puede afirmar que no existe acumulación alguna. Es decir, en la época estival, además de derretir toda la nieve que ganan en la época invernal, pierden el hielo que existía y, por tanto, adelgazan los glaciares y pierden superficie (Figura 4). Es un síntoma significativo de que los glaciares pirenaicos no podrán sobrevivir en las actuales condiciones climáticas. Por lo tanto, si las velocidades actuales de retroceso y adelgazamiento persisten (y así parece), los glaciares de la cadena montañosa están a punto de perderse por completo en los próximos 20 años.
En consecuencia, un elemento geográfico y geológico único de los Pirineos está a punto de desaparecer en las próximas décadas y ya lo podemos ver y entender con nuestros ojos. El despedida de las masas de hielo permanentes y móviles, características de las montañas altas de la Tierra, se está produciendo ahora mismo, pero la desaparición de estos glaciares no será una catástrofe ambiental, ya que encierran poco agua. Sin embargo, nuestros descendientes no podrán conocer este paisaje tan cercano a casa. Los glaciares pirenaicos son también pregoneros de lo que está sucediendo en otras partes del mundo; la vulnerabilidad de los glaciares de montaña al cambio climático es evidente y, como ocurre en la actualidad en los Pirineos, los glaciares de otras cadenas montañosas pueden estar en peligro de extinción en el futuro.