Para que el ordenador “vea” y “escuche” ya han empezado a romper el camino. Parece que ha llegado la hora del olor y que hay unos primeros sistemas electrónicos para “escuchar” el olor. La tecnología en este campo no ha hecho más que empezar a desarrollarse, por lo que los resultados no son por el momento extraños, pero se puede decir que empezamos a introducirnos en el mundo del olor.
En la actualidad la única forma de detectar los olores son las “narices” de las personas especialmente formadas en ello, o la cromatografía gaseosa. La aromatización de la sustancia olorosa en un inyector y su paso sucesivo por una columna cromatográfica separan los componentes según su composición química. A continuación, extrayendo cada componente de la columna, se ioniza mediante una llama, generando en un electrodo una señal eléctrica proporcional al número de iones generados.
Un cromatograma requiere al menos una hora de trabajo, siendo fijo en la mayoría de los aparatos del laboratorio. Por tanto, cuando se necesita rapidez y movilidad, la cromatografía es poco eficaz.
La novedad más destacable en este campo son los sensores de olor. Los primeros trabajos se han llevado a cabo en Japón con el objetivo de solucionar algunos problemas de contaminación. La técnica utilizada consiste en modificar la conductividad eléctrica de un sensor de semiconductor al aspirar un gas ambiente. De este modo, se puede detectar la concentración de óxido de carbono (IV) emitido por los vehículos o las emisiones industriales de gases de cloro, azufre, etc. Se detecta bruscamente y la absorción es reversible, ya que al estar el sensor a 330ºC, el semiconductor absorbe las moléculas durante un breve tiempo. En Toulouse se ha iniciado la investigación para aplicar el mismo tipo de sensor japonés a la industria alimentaria.
El mayor problema de estos sensores, sin embargo, es que los componentes son inseparables, ya que la variación de la conductividad del semiconductor parece no depender del tipo de sustancia que se absorbe, sino de su cantidad. En Suecia, en el Instituto Tecnológico de Linkoping, se ha abordado este problema de resolución, y parece que mediante sensores de diferentes metales semiconductores se podrá detectar a diferentes familias de moléculas, y que el conjunto de información suministrada por los semiconductores formará un documento de identidad de cada olor.
Los investigadores de Linkoping afirman que una matriz de sesenta sensores podrá detectar olores complejos. Además, se puede hacer ver la huella dejada por las moléculas aspiradas: cuando la superficie de los semiconductores se barre con una luz de frecuencia determinada, la variación de la tensión eléctrica produce un cambio en la frecuencia de los rayos de luz que pueden aparecer en forma de imágenes en color.
Todo esto está en fase de experimentación, son sólo los primeros pasos y todavía queda mucho trabajo por hacer que toda la información que aporta un olor se pueda procesar automáticamente.