De hecho, las sustancias psicoactivas, el tabaco y el alcohol son las que más se consumen en Euskal Herria. Entre ambas hay similitudes: son legales, fácilmente accesibles y comercializadas por potentes empresas internacionales.
Otras sustancias psicoactivas, por el contrario, son ilegales y su consumo y comercio está castigado. En general se consideran como peligrosos, aunque no son los que más problemas generan en el sistema sanitario. Las enfermedades y problemas sociales derivados del consumo de tabaco y alcohol generan más gasto que la heroína y la cocaína, sobre todo porque el consumo está mucho más extendido en la sociedad.
Sean legales o ilegales, todos tienen capacidad para cambiar la conciencia, el estado de ánimo o la mente. Por eso las personas las toman. Pero no sólo por eso, sino que a veces, a partir de un momento, una sustancia psicoactiva no se ingiere por sus efectos, sino por evitar la situación que genera su carencia.
De hecho, las sustancias psicoactivas pueden generar adicción, y una de las características de la adicción es que se siente mal cuando se deja de tomar la sustancia. El malestar puede ser psicológico o físico y se llama síndrome de abstinencia.
Otra de las características de la dependencia es la tolerancia. La tolerancia se define como la necesidad de tomar cada vez mayor cantidad de sustancias para producir el mismo efecto y, junto con el síndrome de abstinencia, es uno de los criterios para diagnosticar la dependencia.
En la clasificación internacional de enfermedades, la Organización Mundial de la Salud (OMS) menciona seis criterios. El que cumple al menos tres de estos seis se diagnostica dependiente. El síndrome de tolerancia y abstinencia son los más fáciles de medir biológicamente, ya que otros cuatro están relacionados en parte con el conocimiento. Dos de ellos son, por un lado, la pasión o entusiasmo por tomar la sustancia y, por otro, la dificultad para controlar el consumo.
En los otros dos criterios también aparecen efectos sanitarios y sociales, como el abandono de otras fuentes de placer y diversión por consumo de sustancias, y la persistencia de la ingesta de sustancias a pesar de saber que está afectando negativamente a la salud.
Sin embargo, la adicción es una perturbación provocada por sustancias psicoactivas que confunde actividades cerebrales perceptivas, emocionales y motivacionales.
Antiguamente, la adicción a las sustancias no era considerada como un trastorno cerebral, al igual que las enfermedades psiquiátricas y mentales. Sin embargo, según la OMS, con los avances de la neurociencia ha quedado claro que es un trastorno cerebral. Diversas técnicas permiten visualizar y medir los cambios que se producen en la actividad cerebral, lo que permite evidenciar el efecto de las sustancias psicoactivas, tanto en el momento de su administración como a largo plazo.
En el cerebro la comunicación se transmite a través de las neuronas, el centro de comunicación es sinapsis y el mensajero neurotransmisor. Dopamina, serotonina, noradrenalina, GABA, glutamato y opioideos endógenos son los neurotransmisores más importantes relacionados con sustancias psicoactivas. Cada llave tiene como cerradura propia un receptor. Cuando el neurotransmisor se une al receptor se producen varios cambios en la neurona.
Las sustancias psicoactivas afectan a este nivel. Algunas se unen al receptor y trabajan como los neurotransmisores del cuerpo. Otros actúan de forma opuesta y rompen la comunicación entre neuronas. Las sustancias que se asocian al receptor y aumentan la función se denominan agonistas, mientras que las que lo impiden se denominan antagonistas.
Por ejemplo, la nicotina provoca la síntesis y liberación de dopamina; el etanol aumenta los efectos inhibidores del GABA y reduce los excitantes del glutamato; la cocaína aumenta los efectos de la dopamina; el éxtasis favorece la liberación de serotonina y alarga su efecto...
Es evidente, por tanto, que cada sustancia tiene su forma de actuar, por lo que el efecto depende de la sustancia. En general, las sustancias psicoactivas más frecuentes se clasifican como depresores, estimulantes, opioideos y alucinógenos. Por ejemplo, el alcohol y los sedantes son depresores; nicotina, anfetaminas, cocaína y estasis estimulantes; la heroína y la morfina opioides, son alucinógenos como el LSD y el cannabis.
La tolerancia que producen algunas sustancias es relativamente fácil de entender analizando la actividad de los neurotransmisores y receptores. En el caso de la nicotina, los cambios en los receptores provocan la aparición de tolerancia. El síndrome de abstinencia se caracteriza por irritabilidad, ansiedad, mal humor, disminución de la frecuencia cardiaca y apetito.
Sin embargo, los cannabinoides, a pesar de generar tolerancia, apenas producen síndrome de abstinencia al dejar de tomar. Con la cocaína, por su parte, no está claro que produzca tolerancia, quizás a corto plazo. Sin embargo, el abandono de la cocaína tampoco produce síndrome de abstinencia.
Por tanto, el síndrome de abstinencia pone de manifiesto la dependencia física de ciertas sustancias. Esta dependencia física incita a seguir consumiendo, pero no sólo eso explica la dependencia. Si no, ¿cómo entender por qué se repone la sustancia después de mucho tiempo? Y en el caso de los que no producen síndrome de abstinencia, ¿qué es lo que engancha a estas sustancias? Al parecer, el motor es una compleja interacción de factores psicológicos, neurobiológicos y sociales.
El cerebro tiene sistemas especiales para conducir las conductas creadas por estímulos vitales para la supervivencia. El agua, la comida y los miembros del otro sexo activan estos sistemas y existen mecanismos para premiar y reforzar las conductas que llevan a la bebida, a la comida o al coito, de forma que podamos repetirlas.
Parece que las sustancias psicoactivas también activan estos sistemas y mecanismos. Esta teoría se explica también en el trabajo que la OMS ha lanzado este año sobre el tema, entendiendo que la motivación para tomar la sustancia psicoactiva es tan fuerte. Por lo tanto, estas sustancias engañan al cerebro y éste responde como si fueran indispensables para la vida de las sustancias y de los estímulos relacionados con las sustancias. Además, cada vez que se toma la sustancia, la asociación se refuerza.
Los procesos de aprendizaje tienen gran importancia. A través de ellos, los estímulos relacionados con la toma de la sustancia son capaces de motivar la toma de esta sustancia, es decir, el ambiente, las cosas, incitan al consumo de la sustancia incluso después de un largo periodo de abstinencia.
Además de todo ello, los investigadores han visto que la genética también tiene que ver con la creación de la dependencia. Está demostrado que la tendencia al consumo de tabaco se hereda. Los genes implicados en el metabolismo de la nicotina parecen ser un factor de riesgo importante.
La herencia también se ha estudiado en la adicción al alcohol, y en este caso son importantes los genes que controlan a los receptores de serotonina GABA y dopamina neurotransmisores, y los relacionados con el metabolismo del alcohol. El riesgo de heredar la dependencia de los opóideos puede llegar al 70%.
A la vista de ello, los investigadores tienen intención de seguir estudiando los genes relacionados con el consumo de sustancias psicoactivas. De hecho, la genética puede ayudar a responder a muchas preguntas y, además, puede ser una vía para encontrar tratamientos eficaces adaptados a cada persona. Eso sí, sin olvidar que además de los factores genéticos intervienen otros muchos.
Por el cerebro
Antes, para investigar la incidencia de sustancias psicoactivas, se utilizaban principalmente animales de laboratorio. Algunos experimentos eran peligrosos para realizar con hombres y mujeres, y no era raro que el propio investigador se experimentara consigo mismo. Pero los avances tecnológicos han supuesto una cierta revolución.
Con las técnicas que proporcionan imágenes cerebrales in vivo, se puede observar qué lugares del cerebro se activan cuando hay estímulos que provocan el deseo de tomar la sustancia y qué lugares no funcionan normalmente después de tomar la sustancia.
Un ejemplo son las imágenes de resonancia magnética. Utilizando campos magnéticos y ondas de radio se obtienen imágenes precisas de dos o tres dimensiones de estructuras cerebrales. La resonancia magnética funcional proporciona además una valiosa información sobre la actividad del cerebro, ya que permite comparar sangre oxigenada y libre de oxígeno.
Otra técnica importante es la tomografía por emisión de positrones (PET). Esta técnica permite visualizar la actividad metabólica existente en una zona del cerebro. Para ello se inyectan una serie de compuestos radiactivos que se extienden junto con la sangre y que dependiendo del grado de radiactividad pueden determinar la actividad que se desarrolla en diferentes zonas del cerebro. Así, se observa in vivo el flujo sanguíneo, el metabolismo del oxígeno y la glucosa o las concentraciones de sustancias en los tejidos.
Algunas conductas pueden tener efectos similares a las sustancias psicoactivas. Sin duda alguna, hay comportamientos que generan un gran placer en las personas, que se siente cuando se eleva el nivel del neurotransmisor dopamina en el cerebro. Algunos expertos creen, por tanto, que algunos hombres y mujeres se acostumbran a niveles altos de dopamina y con el tiempo se convierten en dependientes de este comportamiento. Por ejemplo, juegos, sexo, comer, navegar por internet, hacer compras... pueden provocar una venganza al perder el control sobre estas actividades.
Según el catedrático de psicología de la UPV, Enrique Echeburua, las adicciones ‘sin drogas’ y las sustancias psicoactivas son muy similares. De hecho, estas actividades, inicialmente agradables, no se realizan después por su satisfacción, sino para eliminar el malestar que genera la falta. En definitiva, las adicciones psicológicas están relacionadas con la incapacidad de controlar los impulsos.
Sin embargo, otros investigadores no los consideran dependientes, creen que son otro tipo de alteraciones. Sin embargo, todavía queda mucho por investigar en este campo.