El Archivo General de Gipuzkoa se encuentra en Tolosa. XV. En él se incluyen documentos desde el siglo XX. El propio edificio es depositario de estos documentos desde 1904. Sin embargo, antes de allí, fueron en la iglesia de Santa María de Tolosa, sobre las sacristías, desde 1530. Las condiciones no fueron las mejores para conservar los documentos sin deteriorarlos. Más aún, se vieron afectados por incendios como el XVIII. A finales del siglo XX, así como mojadas, en el citado incendio, los vecinos depositaron varios documentos en la orilla del río Oria para protegerse de las llamas.
Los documentos afectados por estas incidencias necesitan pasar por el laboratorio de restauración. Las curan en el laboratorio para que sigan cumpliendo su función, es decir, para que puedan consultarlas todas las personas interesadas.
En 1991 se puso en marcha el laboratorio de restauración con la última renovación del Archivo General, y a la hora de establecer las Prioridades, "se optó por empezar con los documentos más antiguos. Además del valor histórico de estar más lejos en el tiempo, hay menos posibilidades de que haya copias", explica Esther Escalante, archivera del Archivo General de Gipuzkoa. "Estamos restaurando el fondo de las Juntas y Diputaciones de Gipuzkoa, que es nuestro principal fondo. Además, trabajamos con libros de la Universidad de Oñati y de Koldo Mitxelena. Así mismo, si alguna entidad nos solicita documentación para exposiciones, por ejemplo, las solventamos si es necesario. Y es que cualquier persona puede consultar los trabajos aquí guardados, por estar realizando una investigación o por querer retroceder en la historia de su familia".
Además de la restauración, es muy importante conservar los documentos en condiciones ambientales adecuadas, "La temperatura se mantiene en 18-20ºC y la humedad en un 55-65% y hemos colocado láminas en las ventanas para evitar la entrada de luz solar", explica Escalante. De hecho, "el agua y el aire provocan oxidación en los componentes del papel, y la luz solar también deteriora mucho el papel", ha explicado Inés Berasategi, profesora y analizadora de la Escuela de Papel de Tolosa durante 30 años. Esta oxidación hace que el papel sea cada vez más ácido y en esa acidez se produce la hidrólisis o rotura de la celulosa".
En definitiva, la celulosa es el componente más importante del papel. Se trata de una cadena de moléculas de glucosa interconectadas, y "cuanto más unidades sean las cadenas, más resistente es el papel --ha añadido Berasategi-. Sin embargo, con los años, las reacciones de hidrólisis de las cadenas celulósicas son más fáciles y frecuentes, y el papel pierde resistencia, ya que la acidez acelera el proceso". El papel pierde flexibilidad, se amarilla y se rompe al pasar las páginas. Al final ni siquiera se pueden abrir libros antiguos.
"XIX. El papel de los documentos hasta el siglo XX es de muy buena calidad --ha seguido Berasategi-, con el lino, el algodón y plantas de bastante celulosa pura hasta entonces. XIX. Sin embargo, en el siglo XX se empezó a utilizar madera. La producción de papel aumentó, pero se deterioró mucho la durabilidad del papel y, por tanto, el envejecimiento". De hecho, en la madera, un cuarto es la lignina, y "provoca procesos como la oxidación o la amarilidad".
Además, en el siglo XIX se empezó a utilizar una cola llamada colofonia. En el siglo XX. La colofonia es una resina de coníferas. "Esta cola se adhiere muy bien a las fibras y no fluye con agua -destaca Berasategi-. Pero necesita un pH ácido, que queda en el papel".
Los restauradores trabajan con documentos con mucho respeto. "Toda intervención que realizamos debe ser reversible. Es decir, debe ser posible, si se quiere, devolver el documento a su estado original", ha explicado Eli Bereziartua, trabajadora del laboratorio de restauración.
Antes de comenzar a trabajar, realizan un análisis y descripción detallada del documento. "El diagnóstico lo hacemos hoja a hoja". Se realiza un análisis exhaustivo de la tinta utilizada para describir y anotar el impacto del papel, con el fin de conocer exactamente qué pueden hacer y qué no.
A menudo encuentran los orificios provocados por los bibliofagos. Existen alrededor de un centenar de especies de bibliofagos, entre ellas insectos denominados peces de plata, así como ratones. Se alimentan de hidratos de carbono y a medida que se comen crean galerías en los documentos. Los documentos también contienen hongos y bacterias.
Escalante explica que también tienen problemas con las tintas utilizadas para escribir documentos: "Si usaron preferentemente tintas metaloácidas para escribir. De hecho, al contener un metal y un ácido, con el paso del tiempo éste se transforma en ácido sulfúrico, llegando a perforar el papel y a transformar el papel en carbón. Antes de llegar a este punto, además, la tinta se expande y lo que se escribe no se lee".
Especialmente difícil resultó la reparación de un libro de 1704 que recoge, entre otras cosas, la ratificación de los fueros guipuzcoanos por Felipe V. Bereziartua ha recordado que una de sus mayores dificultades fue que las páginas estaban pegadas entre sí en algunas partes del libro: "De alguna manera, los autores quisieron separarse del resto de páginas y lo hicieron hermoso, dándoles cera de abeja y karnauba como apresto. Con el paso del tiempo las ceras de algunas hojas se fusionan con las de las hojas adyacentes, quedando todas adheridas".
La restauración pudo abordarse eliminando este barniz con los compuestos adecuados. Como todos los documentos, el primer paso fue la limpieza en las cámaras de higienización y la interrupción de la actividad biológica que pudiera haber. La eliminación de insectos y microorganismos se lleva a cabo mediante su introducción en alcoholes "siempre que no perjudique las fibras o la tinta, de ahí la importancia de los análisis previos. Con ellos sabremos qué disolventes orgánicos utilizamos y si es mejor sustituir el alcohol por acetona, o por ejemplo el tricloro", explica Bereziartua.
A continuación llega la fase acuática. "Limpiamos parcialmente con agua la fibra que no ha sido limpiada con disolventes orgánicos. Tenemos el papel en el agua en 10-20 minutos. Además de limpiar, el agua fortalece los puentes de hidrógeno que actúan como imanes entre las fibras", ha explicado Bereziartua.
Así mismo, Bereziartua ha destacado que "si el pH del documento es inferior a 6,5, le damos una reserva alcalina. Es decir, lo introducimos en un baño de hidróxido de calcio. De esta manera, neutralizamos las reacciones ácidas que provocan el deterioro del papel y lo protegemos ante la acidificación que sufrirá el documento en los próximos años, ya que el calcio se incluye entre las fibras".
En el baño para aumentar la reserva alcalina, si es necesario se le añade una fina hoja de papel (laminación). "Este fino papel tiene sólo 3 gramos por metro cuadrado y da cuerpo al documento".
Finalmente completan los documentos rellenando las partes que les faltan con las nuevas fibras de papel. "Intentamos que la fibra que añadamos, de algodón y de lino, tenga el mismo color que el papel. Si el papel está amarillento por el tiempo, también teñimos de amarillo la fibra que introducimos. No hacemos blanqueo porque para ello deberíamos utilizar hipocloritos que dañan y debilitan las fibras".
El objetivo del relleno, según Bereziartua, es que "el documento sea manejable, ya que le devolvemos su apariencia y tamaño original y rompe el proceso de ruptura. Es decir, paramos el deterioro o degradación".
Disponen de una máquina para realizar el relleno. Se trata de una bomba de aspiración que con el documento colocado en el fondo de la máquina mezclan la pasta de fibra en el agua y la vierten. Mediante la puesta en marcha de la bomba, el agua sale del depósito por las zonas menos resistentes, es decir, por los orificios del documento. Con la extracción del agua, la fibra que tenía mezclada se deposita en los orificios.
Una vez extraído el papel de la reconstructora, se entrega al documento el apresto de almidón (cola vegetal) de pegar las fibras entre sí, quedando únicamente el secado. "Los rodeamos con papeles secantes y los colocamos entre tableros de madera, ya que hemos visto que es la mejor forma de mantener la estructura original de las fibras. Después, recomponemos el libro o documento", dice Bereziartua. Es decir, replegan las hojas, las montan y devuelven el aspecto original del documento. "Un documento totalmente frágil y débil vuelve a ser manejable", destaca Escalante.
Hacerlo manejable y duradero sí, pero el objetivo de la restauración no es, "en absoluto, reescribir lo que estaba escrito en un documento original, aunque sepamos lo que ponía en el origen, sería manipularlo", dice Bereziartua.
Las intervenciones que se realizan en relación a la tinta son, por un lado, proteger con fixadores para evitar que la entrada de papel en el agua de lavado, en los casos en que haya tintas solubles, destruya la tinta expandida y vuelva a leer lo escrito.
Todas las intervenciones se realizan siguiendo las normativas establecidas para la restauración del papel. Estas normas, sin embargo, van cambiando y responden a los consejos de los investigadores que trabajan en la mejora de los procesos de restauración en el mundo: "Demostraron, por ejemplo, que un determinado fixador de la tinta hace que con el tiempo el papel se amarille y se ordenó no usarlo", explica Bereziartua.
Singularizado ha determinado que no introducen ninguna mano, siguiendo los criterios del archivo, "si sospechamos que se dañará alguno de los componentes del documento o que no conseguiremos recuperar su apariencia o características originales. No podemos impedir información, ni escrita, ni características propias de los documentos. Si no lo garantizamos, significa que no hemos trabajado bien". En caso de aparecer alguno de estos casos, adoptan medidas preventivas básicas en el archivo: intercalan papeles de pH neutro en el documento (para que la acidez no siga perdiendo), cuidan las condiciones ambientales y recogen la información contenida mediante fotografías y digitalización. "Nada más, mientras no inventan medidas para tratarlas".