El término anhedonia musical se utilizó por primera vez en 2011 para describir el caso de una paciente que sufrió una lesión cerebral. Como consecuencia de la lesión, esta persona perdió la capacidad de sentir emociones al escuchar música. La pérdida fue específica, es decir, era capaz de emocionarse con otros estímulos, escuchando bien sonidos y melodías, pero no le hacían sentir nada.
Aunque el término no se había utilizado hasta entonces, este tipo de casos ya aparecen en la literatura científica. Y no sólo por lesión, sino también por aquellos que no tienen esa capacidad por sí mismos. De hecho, la neurocientífica Noelia Martínez-Molina ha investigado las diferencias entre las personas con una anhedonia musical propia y las que disfrutan de la música.
Reconoce que no es fácil encontrar personas con esta característica. En algunos trastornos psíquicos, como la depresión o la esquizofrenia, es habitual perder la capacidad de disfrute o, en cierta medida, ser reducido. Esta anhedonía, sin embargo, es generalizada; en la anhedonia musical, la ausencia es sólo de música. Cabe destacar que entre un 3 y un 5% de la población posee anhedonía musical.
En un estudio realizado en colaboración por investigadores de la Universidad Cognition and Brain Plasticity Unit de Barcelona y de la Universidad McGuill, se demostró que el placer que se genera al escuchar música es independiente del que genera ganar dinero. En esta investigación participaron personas con anhedonía musical que, al oír música, no experimentaban reacciones fisiológicas: la conductividad eléctrica de la piel no se alteraba, ni la frecuencia cardiaca. En cambio, cuando ganaban dinero en el juego diseñado dentro del experimento, la respuesta electrodérmica y los latidos cardíacos cambiaban.
Utilizando resonancia magnética funcional, se confirmó esta distinción: en personas sin anhedonía, al escuchar música, se activaba el campo auditivo y se activaba el campo relacionado con el sistema de recompensas. Sin embargo, cuando tenían anhedonía no había esa respuesta simultánea. De alguna manera, los sistemas de evaluación sensorial auditiva y sonora y el sistema de premios están suspendidos en estas personas.
En estas investigaciones se ha utilizado una escala para medir la reacción de la música con cinco variables: la emoción que genera, el esfuerzo en la búsqueda de música, la regulación del estado de ánimo, el beneficio social y la respuesta sensitiva y motora. “Hemos llamado esfuerzo por buscar música al trabajo y al ensayo que realiza la persona para escuchar música, como comprar música, ir a un concierto, buscar referencias…”, explica Martínez-Molina. Las personas con anhedonía musical tienen baja puntuación en esta escala, pero no tienen problemas para sentir placer con otros estímulos como la comida o las relaciones sexuales.
Aunque no se trata de una anhedonia musical, hay diferencias de persona a persona y de día. Influye, por ejemplo, el hecho de ser músico o tener estudios musicales o una cultura musical amplia.
Hay otra variable que puede tener un efecto significativo y que no se tiene en cuenta y que, a juicio de Martínez-Molina, habría que tener en cuenta: el ciclo menstrual. “Las mujeres tenemos grandes alteraciones hormonales que hacen que nuestras respuestas emocionales cambien. Por tanto, dependiendo del momento del ciclo, la respuesta a la música puede ser diferente. Sin embargo, las investigaciones no se centran en ello, y yo me he dado cuenta de que, en determinados momentos del ciclo, me emociono con más facilidad hasta llegar a llorar. Creo que las emociones deberían tenerlas en cuenta en todas las investigaciones que se estudian, pero de momento no le dan mucha importancia”.
No obstante, ha subrayado que estas investigaciones han demostrado que la anhedonía puede ser específica para determinados estímulos y que una de las formas es la anhedonia musical. Esto demuestra que el núcleo del problema no está en el sistema de premios, sino en la relación entre sistemas, “relación entre el sistema que recibe el estímulo y el sistema retributivo”.
En este sentido, también han tratado de responder a la pregunta ¿Cuál es la llave del placer al escuchar música? Martínez-Molina afirma que tiene que ver con las previsiones. “Cuando escuchamos una sucesión de notas, inconscientemente, nuestro cerebro calcula la siguiente nota. Cuando aciertas, se activa el sistema de premios y sentimos placer. Pero si siempre acertamos, nos aburrimos. Por eso, nos da aún más placer si no acertamos y nos sorprenden. Eso sí, la sorpresa tiene que ser moderada. En ese equilibrio se encuentra la cuestión y hay una gran diferencia de persona a persona en función de la cultura propia y del conocimiento musical”.
El cerebro de las personas con anhedonía musical no calcula así. Martínez-Molina advierte, además, que esta peculiaridad puede tener consecuencias desde el punto de vista clínico: “La musicoterapia musical es un tratamiento cada vez más extendido. Pero antes no se mira si el paciente tiene o no una anhedonia musical. Por lo tanto, es posible que una persona con anhedonía musical sea conducida a terapia musical, en cuyo caso el tratamiento no será efectivo y se pierde la posibilidad de tratarlo de otra manera”.
María García-Rodríguez, con estudios superiores de música, clarinetista, profesora de música, terapeuta musical, investigadora, está a punto de finalizar su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Precisamente, la relación entre los placeres de la música y las relaciones humanas es el eje central de su tesis.
García-Rodríguez ha recordado que la música es una expresión social con un marcado componente emocional. “Presente en todas las culturas, es un componente esencial de muchos actos sociales. De hecho, su capacidad para crear y fortalecer relaciones humanas es la principal razón de la duración y desarrollo de la música. Esta función social está estrechamente relacionada con el placer por la música”.
La música, además de ser una de las fuentes de placer más importantes de estas personas, participa en la regulación de las emociones. “A nosotros nos interesa mucho este aspecto, cómo usamos la música para canalizar las emociones, por ejemplo, para reducir el estrés, relajarnos... Y analizamos especialmente a los jóvenes. La música es la actividad de ocio más querida entre los jóvenes y está directamente relacionada con el bienestar emocional y social. En definitiva, una experiencia musical compartida reúne y relaciona a las personas”.
Por todo ello, García-Rodríguez decidió investigar si existe relación entre el disfrute que genera la música y lo que proporcionan las relaciones humanas. En ese contexto, quería saber si quienes tienen la anhedonia musical disfrutan tanto como los demás de las relaciones humanas o no, y viceversa.
Estudió a los alumnos de secundaria y desagregó los datos por sexo y edad. Aclara que en los resultados no se aprecia la influencia de la edad, pero sí la del género: “El nivel de anhedonía social es mayor en los chicos que en las chicas”.
En cuanto a la música, demostró que existe una relación directa entre los dos parámetros: amabilidad y excitación. “Para medir la influencia de la música nos basamos en el modelo dimensional de las emociones, concretamente en el de Rusell. Según él, la emoción provocada por un estímulo depende de dos variables neurofisiológicas: el grado de satisfacción del estímulo (de -4 a 4, de ser rechazable a crear un gran placer) y la excitación (de no hacer nada a activarlo totalmente)”.
Les hicieron escuchar piezas que generan seis emociones básicas: alegría, asco, ira, miedo, asombro y tristeza” Los participantes debían valorar estas dos dimensiones y vimos que existe una relación directa entre ambas. Por ejemplo, las músicas que provocan miedo y asco provocan una gran excitación y se valoran negativamente, mientras que la alegría y la tristeza tienen poca puntuación en la escala de la excitación, pero se consideran gratificantes”.
Sin embargo, en las valoraciones de algunos alumnos no aparece esta relación: “Por ejemplo, en la escala de placer de la música terrible o asquerosa, la puntuación no era negativa sino cero. No es que odian la música o les parece desagradable, sino que no les dice nada, ni frío ni calor”. Es decir, tenían una anhedonia musical. Y estos eran precisamente los que no les gustaban las relaciones humanas. “Este es el resultado más destacado de nuestra investigación: la relación entre la anhedonía social y la música”.
Paralelamente, se detectó una paradoja que se ha identificado en otros estudios: “Reconocían que la música les daba por triste. Es decir, por tristeza, no lo consideraban desagradable, sino al revés. Eso es paradójico, porque otros aspectos o acontecimientos trágicos de la vida no nos parecen placenteros, eso no pasa con la música”.
Estos resultados pueden ser útiles en la musicoterapia. García-Rodríguez coincide plenamente con Martínez-Molina: es inútil derivar a terapia musical a un paciente con anhedonía musical, “por ello sería conveniente mirar con antelación”. Ambos tienen la intención de continuar con sus investigaciones para profundizar aún más en las cavidades de la anhedonia musical.