El parásito Cuscuta vive del sudor de otras plantas. El tallo, que suele ser amarillo, naranja o rojo, se enrolla alrededor de la víctima y le introduce una especie de aguijones para absorber el sudor. De regiones templadas a tropicales, está extendida en casi todo el mundo y es el quebradero de cabeza de muchos campesinos. Ataca a tomates, zanahorias, cebollas, cítricos, alpaparas, etc. En muchos países, por ley hay que asegurar que las semillas que se venden para cultivo no tienen Cuscuta.
Según los investigadores de Pennsylvania, saber cómo el parásito encuentra al huésped puede ser útil para combatirlo. Tras varias pruebas con plantas de tomate, descubren que detecta algunas sustancias volátiles que el tomate desprende. Ataca de la misma manera a un trozo de goma impregnada con estas sustancias.
Se pensaba que encontraba a los hosteleros al azar, pero esa investigación dejó claro que hace una búsqueda activa. Al principio gira y cuando detecta una sustancia que indica la presencia de la víctima se dirige hacia ella. Los investigadores han quedado sorprendidos por la precisión y rapidez del ataque.
Y eso no es todo, dicen que es capaz de tomar decisiones. Y es que también han hecho pruebas con trigo, y han visto que al poner el trigo y el tomate a elegir va en busca del tomate. A pesar de que ataca el trigo cuando no hay otra alternativa, un compuesto emitido por la grúa ahuyenta al Cuscut.
Cuscuta recuerda otra mala hierba muy conocida por los campesinos de aquí: la izquierda (de hecho, dos especies herbáceas muy similares pueden estar detrás de este nombre común: Convolvulus arvensis y Calystegia sepium ). No sabemos si la izquierda también tendrá la capacidad de 'oler' a su víctima, pero cuando la encuentra sube sobre ellas, como Cuscuta, enrollando. No les mete punzones --la izquierda realiza la fotosíntesis -, pero su crecimiento es extremadamente rápido y, en ocasiones, cubre totalmente a las víctimas.
Estas son las relaciones más comunes entre las plantas: la luz, la lucha por el agua y los alimentos. Estas competiciones suelen ser a menudo físicas: la que más rápido crece, o la más alta, o la que tiene más o menos raíces, o la que tiene la capacidad de soportar unas condiciones concretas mejor que las demás, es más fácil que acceda a los recursos que necesita.
Esta competencia es a menudo dura y algunos competidores dejan fuera de juego a otros. Este puede ser el caso de la izquierda, cuando deja al huésped completamente cubierto y sin luz, en estas condiciones el huésped no tiene posibilidades de crecer.
Otro ejemplo son los bosques cerrados. Si alguna vez has estado en un pino, habrás podido comprobar que el suelo cubierto por hojas en forma de aguja suele estar bastante "limpio", es decir, que además de los pinos no crece mucho más. Por un lado, los pinos dejan pasar muy poca luz y, además, las agujas de pino caídas liberan ácidos al descomponerse. Avanzar en un entorno de estas características es imposible para muchas plantas.
La química es otra de las armas que las plantas utilizan para competir. Algunas plantas envenenan a sus competidores. Algunas de las moléculas que las producen influyen en el crecimiento y desarrollo de las plantas circundantes. Esta guerra química entre las plantas se conoce como alelopatía.
Las sustancias alelopáticas suelen ser metabolitos secundarios, es decir, productos secundarios del metabolismo de la planta. Muchos de ellos son tóxicos para las plantas: algunos impiden la germinación de las semillas, otros influyen en la fotosíntesis, etc.
El juglon producido por nogales (la familia Juglandaceae) es una de las sustancias alelopáticas más conocidas. Los nogales se acumulan en raíces, hojas, ramas y frutos. Cuando la juglona pasa al suelo, influye en el metabolismo de algunas plantas. No afecta por igual a todas las plantas, pero para algunas especies es imposible vivir bajo los nogales o alrededor de ellos. Lo mismo ocurre con los eucaliptos y otras especies.
La mayoría de los estudios sobre alelopatía se realizan en el campo agrícola. También se analizan las interacciones entre plantas de cultivo y malas hierbas y entre cultivos. El arroz es una de las plantas que más se ha investigado en este campo, y han visto que tiene una gran capacidad alelopática.
Por otra parte, las sustancias alelopáticas pueden ser útiles como reguladores o herbicidas del crecimiento, aunque la mayoría de las sustancias conocidas son demasiado débiles para ello.
Está claro, por tanto, que las plantas, como los animales, también viven en una competición en la que tienen varias armas. Pero tener armas no es todo, es muy valioso obtener información sobre lo que está o funciona a su alrededor. Los animales suelen ser hábiles, tienen sentidos. Las plantas también son capaces de recopilar esta valiosa información. Hemos visto que Cuscuta "ole" a las víctimas. Pues no es el único con estas habilidades.
Por ejemplo, algunas plantas son capaces de conocer si tienen competencia en el entorno, detectando pequeñas variaciones de luz. Las plantas absorben y reflejan la luz de determinadas longitudes de onda, lo que permite que algunas plantas sepan si hay alguien alrededor. La cebada, por ejemplo, al detectar estos cambios en el espectro de la luz provocados por las plantas circundantes, alarga más los pujas y acelera el desarrollo de las flores.
Otros obtienen la presencia de la competencia detectando cambios en el agua o los alimentos de la zona o señales químicas encontradas en el suelo, regulando su crecimiento en función de ello.
Pero Cakile es un bebedor que todavía va más lejos. Investigadores de la Universidad McMaster de Ontario explicaron en un trabajo publicado el año pasado que esta planta es capaz de conocer a sus familiares.
En concreto, se ha observado que la plantación conjunta de ejemplares de una misma madre en un mismo envase produce menos desarrollo de raíces que junto a ejemplares de distintas madres. Los investigadores no tienen claro si los parientes reducen el desarrollo de sus raíces o los ejemplares no emparentados incrementan ese desarrollo en la lucha por los recursos.
Está claro que estas plantas dan una respuesta diferente en función del parentesco de la que está a su alrededor y, por tanto, son capaces de detectar ese parentesco. Pero cómo lo hacen todavía es un misterio para los investigadores. Sus hipótesis indican que puede haber alguna señal química implicada.
Desde la publicación de este estudio se han obtenido conclusiones similares para otras tres especies. Los científicos están sorprendidos por estos descubrimientos. Y no es de extrañar, porque no es fácil comprender cómo las plantas pueden hacer todo lo que hacen sin ojos, orejas, nariz, boca y cerebro.