Consideramos imprescindible para comprender la situación actual de los humedales y definir las medidas a adoptar de cara al futuro, repasar la evolución histórica de la relación entre el ser humano y los humedales, echar un vistazo al pasado, que puede ser de gran ayuda a la hora de decidir la gestión y protección de los mismos.
En un principio, las condiciones inadecuadas de los humedales para el asentamiento del ser humano limitaban la relación entre el hombre y los humedales a la explotación de los recursos tróficos de estos ecosistemas. La caza que se practicaba en los humedales, la pesca, los mariscos (en el caso de los humedales costeros) constituían un importante complemento trófico para los grupos humanos que habitaban en sus proximidades, por lo que estos asentamientos experimentaron un notable crecimiento respecto a otros, constituyéndose en muchas ocasiones en el punto de partida de comunidades humanas sedentarias.
En la segunda etapa que se extiende en el País Vasco desde la época romana hasta aproximadamente el siglo pasado, como consecuencia de que algunos recursos de los humedales empezaran a ver la explotación con fines productivos, el hombre comenzó a transformar los humedales. Hay que mencionar, sin embargo, que estas primeras transformaciones se llevaron a cabo con el fin de impulsar uno o varios aspectos concretos del funcionamiento de los humedales, pero en ningún caso supusieron una modificación sustancial del proceso o fisionomía de los mismos. Esto, aunque afectaba de alguna manera a los humedales, mostraba una interacción equilibrada entre la naturaleza y la actividad humana ejemplar en el marco del desarrollo sostenible actual. Ejemplos más significativos de este tipo de relaciones serían las salinas construidas en humedales y ríos salinos, los arrozales, el sosa (carbonato sódico) que se utilizaba para elaborar vidrio y jabón y las hierbas vítreas (Salsola sp.) para obtener potasa (carbonato potásico). la explotación, la utilización como forraje para el ganado, la recogida de plantas pantanosas para cestería o construcción, la extracción de barro para la fabricación de pecios y ladrillos, los baños de salud...
Aunque en algunos lugares comenzó antes, en la tercera etapa que se extiende desde el siglo pasado hasta la actualidad, la relación entre el hombre y los humedales se ha caracterizado por la actitud del hombre hacia la destrucción de los humedales. En este periodo se ha sustituido la explotación sostenible de los recursos de los humedales por drenajes, desecaciones y rellenos que han simplificado los humedales. En este periodo, el ser humano ha preferido utilizar en agricultura las tierras que ocupan los humedales en lugar de explotar su producción natural.
Esta última tendencia ha tenido un gran nivel en el siglo XX. En el siglo XIX y, sobre todo, a partir de la década de los cincuenta, el uso de maquinaria agrícola y la aparición de potentes medios técnicos han provocado el desecamiento de amplias zonas húmedas hasta entonces bien conservadas. En la mayoría de los casos, además, han sido iniciativas impulsadas o subvencionadas por la propia administración, ya que hasta hace poco el paludismo endémico relacionado con humedales provocó una auténtica guerra contra los humedales. Como ejemplo se puede citar la Ley Cambó, aprobada en el Estado español en 1919 y vigente hasta 1985. Mediante esta ley, las administraciones públicas otorgaban subvenciones e incentivos por el secado de lagunas, charcas y humedales en general. Medidas similares estaban impulsadas por la Ley de Colonización de Grandes Regadíos de 1939 o por la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario de 1973.
Desgraciadamente, las consecuencias del desarrollo tecnológico de las últimas décadas no se han limitado a convertir los humedales en tierras de cultivo. En algunos casos las transformaciones llevadas a cabo en los humedales han sido mucho más graves. Este fenómeno ha sido más acusado en los humedales costeros. En muchas de ellas, las necesidades de suelo derivadas de la industrialización y crecimiento demográfico se han visto satisfechas por el drenaje y la sequía de las zonas llanas y extensas de las marismas. En este sentido, cabe destacar la influencia del crecimiento del turismo en nuestra costa durante los últimos años en estos ecosistemas, ya que las urbanizaciones e infraestructuras (aparcamientos, camping, muelles deportivos, etc.) llevadas a cabo hasta el extremo final, además de destruir la mayor parte de las dunas de nuestras playas, han provocado el secado de varias marismas pequeñas y medianas, que hasta hace poco se habían mantenido.
Todo ello, además, ha propiciado la proliferación de vertidos de todo tipo, con lo que se ha contaminado el agua de muchos humedales. A pesar de que la contaminación en las comarcas agrarias ha sido causada por los pesticidas y fertilizantes utilizados en las regadíos, los vertidos industriales y urbanos son el principal causante de la contaminación en los humedales periféricos.
En esta etapa de relación entre el ser humano y los humedales se han producido otras agresiones destacables: la intensificación de las áreas de regadío por el agotamiento de varios acuíferos o la disminución de la superficie de agua; el impacto negativo de la introducción de diversas especies animales y vegetales procedentes del exterior en la fauna y flora autóctonas; las infraestructuras construidas sobre los humedales (carreteras, ferrocarriles, redes eléctricas, etc.); la sobreexplotación de recursos naturales, el uso de vertederos y de aguas de riego.
Sin embargo, en los últimos años parece que algo está cambiando en esta dinámica devastadora. Las investigaciones que han destacado el alto valor natural y ecológico de los humedales han hecho que la conservación de los humedales sea un objetivo prioritario para grupos ecologistas y naturalistas. La labor divulgativa llevada a cabo por estos grupos para dar a conocer el valor de los humedales ha permitido que la mentalidad destructiva se haya ido modificando poco a poco, a través de la denuncia por las agresiones a humedales aún tan abundantes y de diversas medidas de presión, se hayan puesto en marcha diversas leyes y proyectos de protección y recuperación administrativa y política.
Por tanto, se puede afirmar que estamos al inicio de la cuarta etapa de la relación entre el ser humano y los humedales. Comenzamos diciendo que aunque la mentalidad y actitud que perseguían la destrucción de los humedales están cambiando poco a poco, en la actualidad las agresiones a los humedales siguen siendo diarias. Un ejemplo significativo de esta situación contradictoria es la que se está dando con los humedales de nuestra costa. Mientras se están aprobando y poniendo en marcha varios proyectos y leyes para la protección y recuperación de humedales de las rías de Urdaibai o Txingudi, en las rías del Urola, Urumea o Atturri, de menos prestigio que el valor ecológico y natural, se han destruido extensas zonas de marisma sin cupié, justificando estas medidas con argumentos descabellados de siempre difícilmente entendibles en la actualidad.
Esto nos demuestra que el trabajo realizado hasta ahora, aunque importante, no es suficiente y, por tanto, si queremos que las siguientes generaciones conozcan esta parte valiosa de nuestro patrimonio natural, es necesario dar continuidad a las labores de sensibilización y denuncia.
De cara al futuro, la relación entre el ser humano y los humedales debería basarse en una ordenación territorial que garantice la protección y conservación de estos valiosos ecosistemas. Para ello es necesario disponer de una visión amplia e integrada de los procesos que tienen lugar en los humedales, ya que hasta la fecha, la protección de los mismos se ha planteado en muchas ocasiones en relación con la riqueza ornitológica, quedando fuera de las políticas de protección varios tipos de humedales de interés y valioso valor que no albergan comunidades de aves generosas. Consideramos que la protección de los humedales debería incluir las siguientes medidas: