Malaspina ha sido la última. Durante los siete meses que ha durado la expedición ozanográfica, ha aparecido en los medios de comunicación dónde andaba la nave Hespérides, en qué estaban los investigadores, etc. La gira alrededor del mundo terminó a mediados de julio y los medios de comunicación han dado por concluida esta aventura. Para los investigadores, sin embargo, es entonces cuando se inicia una verdadera labor que les llevará a conocer un océano todavía desconocido.
Para muchos grupos de investigadores, "la expedición es un trabajo de campo para la recogida de muestras; ahora tienen una colección de muestras a analizar, un montón de muestras ingentes: unos analizarán desde el punto de vista taxonómico, otros tendrán que hacer una recopilación de genomas, etc.", explica Juan Iriberri, microbiólogo de la UPV que participó en la expedición Malaspina.
No fue éste el trabajo del equipo de Iriberri en Malaspina: "Tuvimos que hacer una parte del trabajo de investigación en el propio barco --aclaró. Nuestro cometido ha sido medir la actividad bacteriana en cada estación de muestreo. Concretamente, medimos la actividad hidrólítica de las bacterias, es decir, su capacidad para dividir las macromoléculas que rodean a las bacterias de un punto y una profundidad determinada del océano".
De hecho, en el mar, la materia orgánica suele estar en forma de macromoléculas como grandes cadenas de proteínas o carbohidratos. Las bacterias sólo pueden contener aminoácidos o monómeros azucareros. Por tanto, expulsan las enzimas de fragmentación de macromoléculas y se alimentan de éstas. Pues bien, "hemos medido cómo cambia esta actividad con la profundidad en las estaciones de muestreo. Para medir la actividad es imprescindible que las bacterias permanezcan vivas y se mantengan en las mismas condiciones que en el lugar donde se han recibido. Por lo tanto, a medida que salimos del mar debíamos empezar a analizarlos lo antes posible", ha explicado Iriberri.
A pesar de haber tenido que realizar los primeros estudios allí mismo, según Iriberri, "todavía no hemos sacado resultados, necesitaremos un año para sacar conclusiones y reunirnos con el resto de grupos que han participado en los estudios de microbiología. Tenemos muchos datos para analizarlos e interpretarlos".
Este trabajo descrito por Iriberri se refiere al equipo de investigadores que ha trabajado con microorganismos. En la expedición Malaspina se han tratado otros bloques temáticos (fitoplancton, zooplancton, contaminantes, óptica oceánica, etc.). "A lo largo del viaje, muchos de ellos sólo han realizado una labor de recopilación, ahora tienen que empezar a trabajar con el inmenso grupo de muestras recogidas: hemos recogido muestras en 170 estaciones o puntos de los océanos de todo el mundo y, aunque habíamos previsto recoger 70.000 muestras, finalmente hemos recibido cerca de 200.000", afirma Iriberri.
Iriberri ve claro que para el futuro trabajo van a necesitar más recursos: "El proyecto Malaspina ha financiado principalmente la expedición. A partir de ahora esperamos que los equipos que hemos participado en la expedición obtengan financiación suficiente para seguir trabajando. El nivel de conocimiento que podamos aportar a la sociedad dependerá de los recursos que obtengamos, depende del dinero”.
El zoólogo de la UPV-EHU Iñaki Saiz cuenta con una amplia experiencia en cuanto a la financiación posterior a las expediciones. Saiz ha participado en las cuatro expediciones de Bentart que ha tenido el proyecto. El primero se realizó en 1994 y el último en 2006. Bentarte tiene como objetivo estudiar la biodiversidad del fondo marino de la Antártida. "La primera fue la zona más tierna de la Antártida, la isla de Livingston, porque no teníamos experiencia. Así, adquirimos experiencia y seguridad en uno mismo. Entonces piensas que el equipo puede seguir adelante y que será más fácil conseguir financiación para futuras expediciones. Pero no siempre es así. A veces nos ha sucedido pedir subvenciones para hacer expediciones y recibir una y otra vez la negativa", ha recordado Saiz.
Para analizar el material recogido en los viajes, además, "hemos estado bastante mal financiados --comenta Saizek--. Hemos tenido que obtener los recursos necesarios para analizar el material por otras vías, como por ejemplo, sacar un tiempo de un proyecto en marcha o aprovechar los fondos del Instituto Español de Oceanografía y de la Universidad". También dan pequeños impulsos al material recogido, dando la oportunidad de investigar a jóvenes investigadores.
De hecho, "las secuencias de trabajo para el análisis de muestras son muy largas: cada grupo especializado en cada grupo de animales debe realizar por separado la identificación de las especies, el conteo, etc. La verdad es que si empezamos a profundizar en algo, pronto salen novedades y cosas interesantes que publicar". Pero el problema es que "tenemos que hacer esas tareas con otras muchas tareas, que son escuelas, que son otros proyectos..."
Ambos creen que es interesante y enriquecedor unir trabajos de investigadores de diferentes disciplinas, además de su trabajo personal. Según Saiz: "Es muy interesante unir los resultados obtenidos en su grupo animal y relacionarlos con las condiciones ambientales encontradas en la Antártida". Iriberri también cree que será la "parte más bonita" de Malaspina: "En nuestro caso, por ejemplo, es importante analizar la actividad de las bacterias, pero los resultados se enriquecerán exponencialmente si sabemos qué bacterias realizan esta actividad, y si a ello añadimos la cantidad de materia orgánica que había disuelta en cada punto en el que nosotros hemos realizado las mediciones, y cualitativamente sabiendo que había esa materia orgánica, etc. Cada uno de estos estudios ha sido realizado por un equipo de investigación y al reunirlos obtendremos información que nos permita realizar publicaciones punteras a nivel internacional".
Desde el principio han tenido la intención de unificar trabajos en la expedición Malaspina. "Esto es lo que realmente importa en Malaspina", ha destacado Iriberri. Realizar el trabajo encomendado por todos los grupos en el plazo acordado y coordinar las actividades de todos ellos es, sin embargo, "un trabajo muy laborioso", según ha podido comprobar Saiz en el proyecto Bentart.
A pesar de las dificultades, para Saiz "es una gran eficacia volver a la Antártida. Si yo tengo la oportunidad, haré todo lo posible para ir. Te fascina unos días y es maravilloso ver de primera mano lo que se habla en la literatura. Por ejemplo, gigantismo. Los animales de aquí medianos son enormes. Las ascidias (túnicas), por ejemplo, son de 1-2 centímetros. Allí, sin embargo, son animales de 30 centímetros, ¡casi se mete el puño en sus sifones! ".
En el proyecto Bentart se han realizado descubrimientos desconocidos. Según ha explicado Saiz, "lo más llamativo ha sido encontrar nuevas especies de peces. De hecho, suele ser muy habitual encontrar especies de invertebrados desconocidos, pero es más raro encontrar nuevas especies en los vertebrados, así como nuevos géneros. Nosotros, sin embargo, hemos encontrado bastantes, sobre todo en la campaña 2003".
En general, "hemos publicado mucho más de lo que pensamos desde que comenzamos el proyecto -comenta Saizek-. Cada año, una persona del grupo publica tres o cuatro artículos en revistas de alto impacto, con más de doscientas publicaciones. Y sorprendentemente, han pasado cinco años desde la última campaña y seguimos publicando".
Saiz considera que grandes proyectos de este tipo se inercia en su publicación: "Dado que el estudio de las muestras ocupa tanto tiempo, el tiempo de publicación de los trabajos también se alarga mucho. Todavía queda mucho por analizar".
Ahora bien, lo mejor sería reunirse para otra expedición --dice Saizek--. Somos seres humanos y los estímulos nos impulsan. La motivación que te da participar en las expediciones se va enfriando con el tiempo. Ahora llevamos cinco años así. Yo quiero muchísimo la Antártida. Pero la realidad es muy cabezona y te recuerda una y otra vez que no hay dinero y que hay que repartir entre muchos lo que hay".