Entre el 60 y 65% del cuerpo humano es agua. Más de la mitad. La proporción es elevada, ya que en este agua se dan las funciones fisiológicas necesarias para vivir. Para el ser humano es imprescindible mantener esta proporción de agua para que todas sus funciones se cumplan correctamente.
Algunas de estas funciones están relacionadas con el mantenimiento de la homeostasis, es decir, con la independencia de las características corporales como la temperatura, la concentración de los compuestos del cuerpo y la propia cantidad de agua respecto a las variaciones externas. Si por algo el cuerpo pierde agua y no recupera después, puede llegar a tener problemas para su buen funcionamiento. Para evitar problemas, cuando el agua empieza a alejarse de los valores del equilibrio, se enciende la señal de alarma: sentimos sed, sensación de que el cuerpo necesita agua.
Bebemos agua para calmar la sed, pero cuando bebemos no llenamos la escasez de agua. El agua, en primer lugar, avanza en el aparato digestivo hasta llegar al intestino, donde es absorbida para pasar a la zona que necesita: el medio interior del cuerpo.
El medio interior es la parte en la que se realizan todas las funciones del cuerpo. Con el aparato digestivo, y al igual que con los aparatos respiratorios y excretores, realiza un intercambio de sustancias innecesarias que, en definitiva, son unos tubos que atraviesan el cuerpo, el medio externo del cuerpo. Las membranas de estos tubos son el límite entre el medio exterior y el interior.
El medio interior distribuye el agua en tres compartimentos: dentro de las células, entre las células y dentro de los vasos sanguíneos. Los tres compartimentos están intercomunicados y entre ellos se producen constantes intercambios de agua y de solutos necesarios. El agua es la principal facilidad de paso. Si una persona pierde agua, el agua que queda en el cuerpo se distribuye entre los tres compartimentos. Para ello, existen canales específicos en las membranas celulares que permiten el paso exclusivo del agua. Se denominan aquapescas.
El agua se mueve por la ósmosis: cuando las disoluciones situadas a ambos lados de una membrana semipermeable presentan una concentración diferente, el disolvente pasa de una solución de baja concentración a una concentración elevada, hasta igualar las concentraciones de ambos lados. En el cuerpo, las membranas semipermeables son membranas de células y vasos sanguíneos y disolvente, agua.
Por lo tanto, al perder el agua, debido a la ósmosis, todo el cuerpo percibe esa falta de agua, incluso el centro que controla la necesidad de agua del cuerpo, el hipotálamo. Para conocer el estado del agua del cuerpo, el hipotálamo mide la presión de los vasos sanguíneos y la concentración de la sangre en los vasos sanguíneos que llegan hasta el hipotálamo. Al perder el agua, la presión de los vasos sanguíneos es menor, ya que el volumen de sangre disminuye y la sangre está más concentrada. Cuando el hipotálamo detecta falta de agua, comienza a pedir agua: hace sentir sed.
Además del agua, el cuerpo necesita otros ingredientes como los alimentos para obtener energía. Cuando las células descomponen los alimentos, junto con la obtención de energía, producen como residuos compuestos altamente tóxicos. La eliminación de estos compuestos del cuerpo es fundamental para el buen funcionamiento de las células. Al ser estos residuos solubles en agua, el cuerpo aprovecha este agua para eliminarla.
La expulsión ocurre en los riñones. Como se ha mencionado anteriormente, una vez atravesada la membrana de los riñones, el agua y los residuos pasan al aparato excretor, por lo tanto al medio externo. Los riñones se encargan de la eliminación de los residuos y de mantener en equilibrio el volumen de agua del medio interior. Para cumplir este objetivo tienen una gran capacidad para concentrar o diluir la orina en función del nivel de agua corporal.
Sin embargo, esta capacidad tiene un límite, y en las condiciones más duras, por ejemplo, aunque una persona que no tiene agua esté sudando y ahogada la sed, los riñones producen orina, aunque sea en detrimento del balance de agua. Las células, en el desempeño de su actividad, generan de forma continua residuos que deben ser eliminados por la orina. En las condiciones del ejemplo, los riñones harán todo lo posible para concentrar la orina, es decir, para eliminar el mayor número de residuos posible en el menor volumen de agua posible, pero siempre eliminarán el agua. El cuerpo se detiene con menos agua, por lo que se enciende la señal de alarma: sed.
Otra vía de pérdida de agua del cuerpo es la sudoración. El sudor sirve para disipar el calor del cuerpo. Si una persona está a alta temperatura o realiza alguna actividad física, los tejidos del cuerpo se calientan. Al igual que ocurre con el volumen de agua, para el cuerpo es imprescindible mantener la temperatura corporal en determinados valores. El cuerpo tiene receptores de temperatura en la piel y en el interior del cuerpo. Cuando se detecta un aumento de la temperatura corporal, el cuerpo comienza a sudar para devolverla a los valores habituales.
El sudor es en gran medida agua. Los vasos sanguíneos transportan el agua hasta la piel, que por evaporación disipa el calor producido por el cuerpo. Esto permite que el hombre regule la temperatura corporal. Así, cuanto mayor es el calor corporal, más agua pierde por el sudor. Cuando no hay suficiente agua para realizar adecuadamente las funciones del cuerpo, se enciende la alarma: se siente sed.
Por todo ello, sabemos que con la sed nuestro cuerpo nos advierte de la falta de agua. ¿Y si no bebemos, qué? El cuerpo tendrá cada vez menos agua y, a partir de cierto nivel, la escasez de agua provocará daños. Este daño se denomina deshidratación.
Por un lado, la pérdida de agua de las células hace que los compuestos intracelulares se acumulen, estén más concentrados. En esta situación es posible que existan problemas para cumplir las funciones de las células, ya que los compuestos no tendrán la estructura necesaria para su correcto funcionamiento. Por otro lado, se reduce el volumen de sangre en los vasos sanguíneos. Esto afecta a todo el cuerpo, ya que al tener menos sangre, la sangre no puede llegar a todas las partes del cuerpo. En consecuencia, no podrá llevar oxígeno ni alimentos a todas las partes ni expulsar los residuos generados en las mismas. Con el fin de compensar la escasez de sangre, aumenta la frecuencia de latido del corazón, disminuyendo la circulación de sangre en el cuerpo pero aumentando la velocidad. En esta situación, la persona siente fatiga.
Otra de las consecuencias de la escasez de sangre es la existencia de problemas de disipación de calor, ya que la prioridad de la recogida de sangre se debe a que la sangre no puede llegar a la piel. Por lo tanto, en estado de deshidratación, el calor se acumulará en el cuerpo sin que se pueda disipar.
Si el cuerpo no puede mantener su temperatura en equilibrio, sufrirá daños. La persona en esta situación sufre una hipertermia, siendo la más habitual sufrir un golpe de calor. Sus síntomas suelen ser fatiga repentina, náuseas o dolor de cabeza; si es más grave puede tener problemas de coordinación de movimientos o incluso delirios, llegando en los casos más graves a perder el conocimiento.
Todos estos problemas tienen una solución sencilla: beber. La sed se calma en el momento de la bebida; poco a poco se absorbe agua en el intestino y se introduce en el ambiente interior del cuerpo, lo que permite recuperar la concentración del medio interior del cuerpo en equilibrio.
Ahora viene la pregunta de siempre: ¿cuál es la cantidad que hay que beber al día? Pues lo que el cuerpo demanda, ni más ni menos. Hoy en día está de moda beber gran cantidad de agua, pensando que es beneficioso para la salud, que limpia el cuerpo y apoyándose en más tópicos como éste. Y eso no es cierto. De hecho, una persona sana, sin problemas en los riñones, el corazón y el hipotálamo, es suficiente con beber a medida que se siente la sed para satisfacer la necesidad de agua del día.
Si alguien, sin sentir necesidad, bebe agua, ésta será absorbida por el cuerpo, irá a los riñones y saldrá como ha entrado, del que el cuerpo no se beneficiará. Es más, si bebe en exceso puede perjudicar al cuerpo. Ya se ha mencionado anteriormente que los riñones tienen un límite de concentración de orina. Así como diluir la orina. Si bebemos demasiado agua, al ser eliminados se eliminarán otros compuestos junto con el agua, lo que puede ocasionar una pérdida de la concentración del medio interior del cuerpo en condiciones de equilibrio, una mayor dilución. Esto provocará otros problemas.