Si tuviéramos la oportunidad de utilizar la máquina del tiempo y volviéramos a San Sebastián de hace unos 200 años, el paisaje que encontraríamos en ella no tendría nada que ver con el actual, ya que en la zona ocupada por las calles de la ciudad actual encontraríamos arenales anchos y marismas preciosas. El Urumea, a partir de Martutene, que pierde su carácter fluvial y se convierte en ría, se desvanece y, formando amplios meandros, se dirige hacia el mar, creando en el actual barrio de Amara grandes marismas y playas de limos.
Al final el río se enfrentaba a Igeldo, Urgull y las amplias dunas que unían las bases de Ulía, superando al máximo esa barrera al mar. Algo parecido pero en menor medida se podía encontrar en el valle de Ibaeta.
El crecimiento demográfico de la capital guipuzcoana y su consiguiente expansión. Esta expansión se desarrolló sobre arenales y marismas, destruyendo esa riqueza vital para siempre.
Sin embargo, hasta hace unos meses entre el Puente de Hierro y el de Egia, en uno de los últimos tramos en los que la ría del Urumea no se canalizaba, se podía ver una pequeña marisma. No eran más que unos pocos metros cuadrados, seguramente no llegaría a cubrir un par de campos de fútbol, pero parece que el aspecto que cubría esta pequeña marisma es "imprescindible" para el desarrollo de la ciudad. De lo contrario, no se puede entender cómo los grupos que pedían la protección de estos tramos ante el proyecto de canalización no han conseguido que los responsables políticos del Ayuntamiento de Donostia cedieran. Con esta última canalización salvaje, el ecosistema marismeño ha desaparecido totalmente de la desembocadura del Urumea; recientemente se ha incluido en la lista de las rías del País Vasco (Bilbao, Pasaia…) que han visto destruido todo su valor natural en el último siglo.
Aunque aceptamos que la canalización era necesaria… ¿no había alternativas para proteger ese aspecto tan importante ecológicamente? ¿No se podía plantear una canalización más "blanda"? ¿Qué se perdería si la canalización se hubiera retrasado unos metros, manteniendo la marisma? ¿Cómo se puede entender que un trabajo de este tipo se haga así en la actualidad, en una época en la que las palabras medio ambiente y ecología se escuchan constantemente en boca de los políticos? Todas estas preguntas, en definitiva, ponen de manifiesto el doble lenguaje de los políticos, ya que al mismo tiempo que la duna y la ría de Zarautz están declarando Biotopo, ensalzando el valor natural de Urdaibai o Txingudi, estas pequeñas marismas como la de San Sebastián, no han sufrido ninguna confrontación.
Apenas ha transcurrido un año desde que publicé en esta revista una serie de artículos sobre la costa vasca. Desde entonces ya han desaparecido tres marismas, la de San Sebastián, la de Socoa y la de Saint Bernard en Baiona, y otras van a desaparecer en breve si continúan los proyectos que amenazan estos entornos (Plentzia, Ondarroa, Zumaia, Orio, Ziburu, etc.). Esto puede dejar en una situación muy peligrosa el ecosistema de marismas, una de las partes más importantes de nuestro patrimonio natural, así como en Urdaibai y Txingudi, que han recibido un cierto reconocimiento institucional, ya que la degradación no ha paralizado y, en concreto, en el caso de Txingudi, la recuperación es cada vez más difícil.
Además, si no le damos la vuelta a esta situación, la afección no será sólo una importante reducción de la biodiversidad del País Vasco, sino que también tendrá una incidencia significativa fuera de nuestras fronteras. De hecho, el pasado 8 de abril “Conservación de humedales desde el punto de vista Norte-Sur: En la presentación del libro “El camino migratorio Atlántico Este”, el representante de Amigos de la Tierra, Humberto Da Cruz, explicó claramente que la costa de Euskal Herria, a pesar de ser un punto estratégico de este eje migratorio, es en la actualidad el eslabón más débil. Por tanto, su desaparición podría tener una gran influencia en todo el eje migratorio.
Mientras que hechos como éste están destruyendo los aspectos más importantes de nuestro patrimonio natural, nuestros políticos siguen disfrazados de “verde”, declarando las cumbres de las cordilleras como Parque Natural. No cabe duda de que esta lamentable política ambiental actual debe ser totalmente modificada. Para ello bastaría con dotar de cierta personalidad jurídica a once estudios, catálogos, programas y anteproyectos sobre medio ambiente llevados a cabo por las instituciones, ya que el problema no es que nuestro entorno no esté investigado o aún no conozcamos cuáles son nuestros aspectos más valiosos, sino que cada vez que llega el momento de poner en marcha medidas de protección efectivas, los intereses políticos y económicos ocultos consiguen frenar todos estos proyectos.
Por tanto, si se quieren mantener estas últimas partes valiosas que quedan en el medio ambiente, hay que diseñar una política de protección valiente; desgraciadamente, teniendo en cuenta lo que hemos expuesto hasta ahora, nuestros políticos están muy lejos de este tipo de planteamientos. Mientras tanto, las excavadoras siguen destruyendo los últimos restos de nuestro patrimonio natural.