La soledad involuntaria es una experiencia subjetiva multifactorial, pero desde el punto de vista físico, sentirse solo puede considerarse una alarma biológica: como el hambre nos impulsa a buscar agua, la soledad nos lleva a relacionarnos con los demás. Y no es una metáfora: En noviembre de 2020, cuando la gente estaba aislada por el confinamiento del COVID-19, se publicó en la revista Nature Neuroscience una investigación significativa que relaciona la soledad con el hambre.
Según este estudio, la soledad aguda provoca en el cerebro una respuesta equivalente al hambre. Para llegar a esta conclusión, los investigadores partieron de la siguiente pregunta: si las personas se aislan, ¿anhelan la interacción social? Para encontrar la respuesta realizaron un experimento con 40 voluntarios.
Para empezar, analizaron el cerebro de los voluntarios mediante una técnica de representación por resonancia magnética (fMRI). Posteriormente se realizaron dos sesiones de diez horas cada una. En la primera sesión les negaron la comida, sólo podían beber agua. En el segundo, les impidieron relacionarse con los demás, ya sea de forma presencial o a través de teléfono o vídeo.
Después de cada sesión, se analizó la actividad del cerebro, especialmente en la zona denominada materia negra. De hecho, es uno de los focos generadores de dopamina, está relacionado con la mente y el deseo y tiene importantes funciones en la retribución, el aprendizaje y las adicciones, entre otras. De hecho, en las personas dependientes, la actividad de esta zona aumenta cuando se les muestra la sustancia adictiva.
Tras la primera sesión, se mostraron a los voluntarios las fotos de los alimentos que les gustaban y, tras la segunda, las relaciones sociales más gratificantes. Para el control utilizaron fotografías de flores. En ambos casos, los investigadores demostraron que la actividad del tema negro aumentaba. Es decir, de la misma manera que con hambre se irrita la comida si las relaciones humanas están aisladas, aunque sea con menos fuerza. Así demostraron que el hambre y la soledad producen una respuesta similar en el cerebro.
Sin embargo, el experimento queda muy corto a la hora de comprender las consecuencias y la dimensión de la soledad involuntaria. En primer lugar, el periodo de confinamiento fue mucho más largo que el experimento y no fue voluntario. Tampoco se analizaron otros efectos de la soledad sobre el cerebro y el cuerpo. Por último, investigaron sólo al individuo, sin tener en cuenta el entorno social. Porque cada vez son más las personas que experimentan una soledad no deseada, y se ha puesto de manifiesto que el problema no es sólo individual sino también social. Por lo tanto, teniendo en cuenta todo ello, en la actualidad se considera un problema de salud pública y existe una pandemia.
Como muestra de la dimensión de la soledad no deseada, la Unión Europea ha puesto en marcha el proyecto piloto Vigilancia de la Soledad en Europa. El objetivo del proyecto es mejorar la comprensión de todos los aspectos de la soledad, incluidos los factores individuales, sociales y contextuales que favorecen la soledad. Y también propone soluciones para afrontarlo.
El primer paso del proyecto se dio en el año 2022 con una amplia encuesta para conocer la situación y en el año 2023 se celebró un congreso para presentar y debatir los resultados, comprender mejor la situación y analizar las políticas para afrontarla.
Según la encuesta, un 13% manifestó sentirse solos en la mayoría de los casos o siempre y un 36% esporádicamente. Sin embargo, por países hay grandes diferencias: la mayor prevalencia del sentimiento de soledad se concentraba en Irlanda, Grecia, Bulgaria, Luxemburgo y Holanda, y la menor en la República Checa, Croacia y Austria.
Dentro de los países, la prevalencia en el medio rural era mayor, destacando entre los factores de riesgo los ingresos, el empleo y la edad. Por ejemplo, los jóvenes mostraron un mayor riesgo, pero la soledad afecta a todos los tramos de edad, y en mayor medida a los de bajo nivel educativo y a los desempleados. También se observó un mayor riesgo para determinados colectivos: migrantes y comunidad LGBTQIA+.
Además, la encuesta puso de manifiesto que las relaciones significativas y el elevado número de intercambios sociales reducen el riesgo de sentirse solo. Por el contrario, la separación matrimonial, la pérdida de empleo y la finalización de los estudios aumentan algunos episodios de la vida.
Por otra parte, se estableció una relación entre la soledad y aspectos como la mala salud, la baja confianza en el prójimo, el débil compromiso con la sociedad y el uso intensivo de las redes sociales. Los responsables de la encuesta, sin embargo, subrayaron que la existencia de una relación no significa que exista una relación causa-efecto.
De hecho, el grupo de investigación OPIK se ha centrado en la relación entre soledad y salud. Unai Martín Roncero, doctor en Sociología y Salud Pública, ha explicado que en su trabajo con Celia Fernández Carro, han llegado a la conclusión de que esta relación es bidireccional: “Uno de los factores relacionados con la aparición del sentimiento de soledad es el estado de salud y, a su vez, el sentimiento de soledad es un importante condicionante de salud”.
De hecho, las situaciones funcionales, cognitivas y emocionales de una persona pueden ser un límite para las relaciones personales deseadas y, por tanto, pueden contribuir a la aparición del sentimiento de soledad. Por otra parte, la soledad no deseada tiene una gran influencia en la salud física y psíquica y puede afectar a la calidad de vida y al bienestar.
En este sentido, Martín trabaja para comprender esta relación teniendo en cuenta las condiciones estructurales y los condicionantes sociales: “Comprender la conexión entre la salud y la soledad no deseada permitirá, por un lado, visibilizar el problema y reducir el estigma y, por otro, establecer medidas para mejorar la calidad de vida y el bienestar emocional de los que se sienten solos, como programas sociales, servicios de protección comunitaria y estrategias de participación y relación significativa”.
Según Martín, el primer paso para comprender la interacción entre salud y soledad es superar la perspectiva biomédica de la salud. En este sentido, la salud es contraria a la enfermedad, es decir, una persona es sana si no tiene ninguna enfermedad. Por tanto, se centra en la enfermedad y en los factores que la pueden desencadenar. Incluso cuando tiene en cuenta los hábitos de vida, los entiende como decisiones personales.
Por el contrario, en el modelo social de la salud, la salud no es fruto de un proceso puramente biológico, sino que hay que añadir también lo social y lo político. Dentro de ella, las condiciones derivadas del sistema económico, político y cultural son clave para explicar tanto el estado de salud individual como las diferencias de salud entre los grupos sociales.
Martín pone como ejemplo el modelo de los investigadores Dahlgren y Whitehead. Propusieron un modelo en capas. Se basan en características individuales como el sexo, la edad, los genes, etc. En la capa superior se encuentran los hábitos de vida. En la siguiente, protección social y comunitaria, que incluye la soledad social. Y por encima de todo, las condiciones socioeconómicas, culturales y ambientales. Estas capas se superponen y se interaccionan entre sí.
Desde esta atalaya ha analizado, por tanto, los trabajos que investigan la interacción entre la soledad no deseada y la salud. “En la última década se han realizado cada vez más investigaciones longitudinales que han permitido poner de manifiesto las relaciones causales, con una metodología sólida. Así, se ha observado que la soledad no deseada se asocia a diferentes indicadores de salud, morbilidad y mortalidad”.
En el caso de la mortalidad, por ejemplo, la soledad aumenta el riesgo de todas las causas de muerte y su incidencia puede asimilarse a otros factores como la obesidad, la calidad ambiental y la actividad física.
La morbilidad está muy relacionada con las enfermedades cardiovasculares y las emisiones cerebrales, así como con problemas funcionales y motores. También afecta a la cognición: en alzheimer y demencia, la influencia de la soledad se puede comparar con otros factores conocidos como el tabaco, la depresión y el bajo nivel de estudios.
En otros indicadores de salud también destaca el efecto de la soledad no deseada. Por ejemplo, el propio Martín, junto a Yolanda González Rábago, publicó en 2021 un estudio con datos de la Comunidad Autónoma del País Vasco, según el cual la percepción o la convicción personal de tener mala salud es el doble que la de los que se sienten solos.
También está probado el impacto sobre la salud mental: “Sentirse solo está relacionado con síntomas de depresión y ansiedad en todas las edades, sexos y niveles socioeconómicos”, explica Martín. Y añade un matiz: “La literatura científica distingue claramente el impacto del aislamiento social en la salud (la red de relaciones sociales, su calidad y cantidad) del de la soledad involuntaria (la percepción subjetiva de sentirse solo). Y la evidencia demuestra que ambos tienen un impacto en la salud, tanto por separado como conjuntamente”.
Por otra parte, estudios recientes han demostrado que los efectos sobre la salud dependen en cierta medida de la dosis. Por tanto, hay que tener en cuenta la intensidad y duración de la soledad: cuanto más tiempo permanezca aislado y cuanto mayor sea el sentimiento de soledad, más evidentes son las consecuencias.
En otras investigaciones también se han estudiado los hábitos de vida, y en ellos se observa que los hábitos de vida de los que se sienten solos no son tan saludables como los de los demás: consumen más tabaco y alcohol, son más sedentarios… Para explicar por qué Martín habla de dos procesos: “Por un lado, las personas que viven solas reciben un menor control social por parte de familiares y amigos y, por tanto, tienen menos motivación para llevar una vida saludable. Por otro lado, pueden presentar alteraciones en las funciones cognitivas (autorregulación y conducta correcta) que dificultan la adquisición de hábitos saludables”.
La calidad del sueño y el estrés son también importantes intermediarios en la relación entre la soledad y la salud. Los que se sienten solos duermen peor y menos horas, en gran medida por el estrés que genera la soledad. “Asimismo, el estrés es uno de los mecanismos que mejor explica la relación entre la soledad y los condicionantes sanitarios”, ha subrayado Martín.
En este sentido, ha recordado que, en el modelo social de la salud, la salud depende de las condiciones de vida: vivienda, empleo, educación…“Eso creo que es muy importante. Como estas condiciones no están repartidas por igual en la sociedad, la situación sanitaria tampoco es la misma en todos los grupos sociales. El sentimiento de soledad también se reparte en función del modelo social y, además, en la medida en que afecta a la salud, es también causa de desigualdades”.
Las estructuras políticas de los países, las fuerzas económicas, los niveles educativos… son factores estructurales, y las diferencias entre ellos pueden explicar, en cierta medida, por qué existen estas diferencias en el sentimiento de soledad de un país a otro. En un plano más micro, Martín señala que el urbanismo y la distribución de zonas verdes protegen de la soledad.
La encuesta sobre las condiciones de vida de España en 2022 muestra que la soledad no deseada está más extendida entre las mujeres que entre los hombres (30% más entre las mujeres). También es mayor en las personas mayores que en otros tramos de edad. Sin embargo, el porcentaje de jóvenes que se sienten solos es preocupante, especialmente porque hasta ahora no se les ha prestado atención en las políticas de soledad, aunque la necesidad es evidente.
En otros lugares se observan resultados similares, pero no en cuanto al nivel de estudios: En el Reino Unido, al disminuir el nivel de estudios, el sentimiento de soledad está más extendido, mientras que en España ocurre lo contrario.
La soledad involuntaria ha salido de las sombras, y prueba de ello es que cada vez se están poniendo en marcha más proyectos vinculados a la cuestión, tanto por parte de los gobiernos como de estructuras de menor rango. Según Martín, los más eficaces son los específicamente adaptados al receptor, y en este sentido es importante tener en cuenta el ciclo de vida, ya que “las causas, el significado y el impacto de la soledad son diferentes según el momento del ciclo de vida”. También pone un ejemplo: “Es inútil ofrecer soluciones tecnológicas en tramos de edad con brecha digital elevada”.
Concluye subrayando que la relación entre salud y soledad es bidireccional y que es necesario seguir investigando y profundizando en ello para preservar la calidad de vida de las personas y la salud de la sociedad.