Las mujeres son fisiológicamente más variables que los hombres. Debido a las hormonas sexuales, las mujeres sufren alteraciones cíclicas que los hombres no tienen, entre otras cosas, en una franja de edad aumentan y bajan las hormonas cada mes, se quedan embarazadas, a veces adoptan anticonceptivos hormonales para evitar el embarazo y dejan de producir hormonas sexuales a partir de cierta edad.
Todos estos procesos pueden alterar el efecto del cuerpo sobre los fármacos. Por ejemplo, los anticonceptivos hormonales pueden alterar la absorción de ciertos fármacos, como los psicofármacos, y algunas enzimas que se encargan de metabolizar medicamentos en el hígado tienen una mayor o menor actividad debido a las hormonas sexuales. Por lo tanto, para que el efecto sea el mismo en hombres y mujeres, uno debería tomar más dosis de un medicamento y otro menor.
Desde el punto de vista de un ensayo clínico, la necesidad de tener en cuenta todas estas incidencias de las mujeres podría hacer que el experimento sea más difícil y caro. Los ensayos clínicos son la última fase experimental que se realiza antes de la salida de un medicamento. Los investigadores entregan el medicamento objeto de estudio a varias personas para comprobar su respuesta ante este medicamento. En función de estas respuestas, determinan las dosis a tomar, los posibles efectos secundarios de la medicación, etc.
A la hora de diseñar un ensayo clínico, los investigadores intentan que en el experimento participen el menor número de variables posibles. Cuanto menos variables hay, más fácilmente pueden relacionar las reacciones que observan con el efecto del fármaco.
En base a este criterio, y a la vista de la variabilidad de las mujeres, los investigadores han tenido una gran tendencia a utilizar durante mucho tiempo exclusivamente a hombres en ensayos clínicos. No veían nada malo en ello, porque estaban convencidos de que las diferencias entre hombres y mujeres se limitaban a los órganos sexuales. Por lo tanto, consideraban mucho más cómodo, sencillo y eficaz utilizar voluntarios que no tenían fluctuaciones en el tiempo, en beneficio del ensayo.
Poco a poco, ciertos fármacos provocaron graves efectos secundarios en las mujeres embarazadas. El caso del compuesto talidomida fue muy famoso: Fue publicada en 1958 para tratar el insomnio y la ansiedad. También lo hacían las mujeres embarazadas para hacer frente a las molestias ocasionadas por el embarazo. No sabían que esta sustancia provocaba malformaciones en el feto y nacieron miles de niños malformados.
Ante ello, las mujeres pasaron de ser innecesarias en los ensayos a ser objeto de protección y de exclusión total de los ensayos. Había que proteger su fertilidad. La respuesta fue total por parte de las autoridades. Por ejemplo, en 1977, la agencia de regulación de medicamentos y alimentos (FDA) en Estados Unidos dijo claramente que estaba prohibida la participación de mujeres reproductoras en ensayos clínicos.
Sin embargo, no se dieron cuenta de que esta decisión, que tenía por objeto proteger, no sólo perjudicaba a las mujeres. Estas mismas razones que llevaron a las mujeres a la exclusión sirven para comprobar que es necesario tenerlas en cuenta en los ensayos clínicos.
Para tomar un medicamento, sería necesario saber si hombres y mujeres responden de la misma manera a un tratamiento concreto, si el efecto de los medicamentos varía con el ciclo mensual o después de la menopausia, si los tratamientos de hormonas artificiales (tanto los anticonceptivos como los utilizados para hacer frente a los síntomas de la menopausia) tienen alguna influencia y si el medicamento afecta tanto a mujeres embarazadas como a niños.
Esta tendencia a la exclusión de las mujeres de los ensayos clínicos hace que gran parte del conocimiento científico que tenemos actualmente no sea completo. Con el paso del tiempo, las organizaciones sanitarias se dieron cuenta de un gran error y comenzaron a recomendar la participación de las mujeres en los ensayos clínicos. La prohibición del FDA antes mencionada estuvo vigente hasta el año 1993. Fue entonces cuando se empezó a decir que había que incluir a las mujeres en los ensayos y, una vez finalizado el ensayo, diferenciar las consecuencias por sexo.
No es lo mismo incluir a las mujeres en los ensayos clínicos que analizar los resultados obtenidos en el ensayo por sexo. Si en una investigación concreta se han incluido mujeres, pero en la interpretación de los resultados no se han analizado de forma separada a hombres y mujeres, la incidencia de los medicamentos en unos y otros aparece mezclada. Y es posible que el efecto, los efectos secundarios y otros efectos sean diferentes en unos y otros.
En Europa, desde hace unos quince años se empieza a concienciar de la importancia de las mujeres, que cada vez son más valoradas. Las leyes están cambiando poco a poco, han empezado a dar recomendaciones, pero todavía no dicen nada concreto, quedan en generalidades. Dicen que la participación de las mujeres debe ser proporcional al impacto de la enfermedad estudiada en la población y que las mujeres deben estar debidamente representadas.
Sin embargo, no especifican cómo deben diseñarse los ensayos clínicos ni cómo deben actuar los comités de ética que analizan los proyectos de ensayos clínicos en esta materia, ni cómo deben presentarlos una vez realizado el ensayo clínico
cómo debe aparecer la información de sexo en los informes. Estos informes son la única información que se da a conocer en los ensayos clínicos. En ellos se recogen los resultados de la investigación realizada. De ellos depende decidir qué resultados reportar y qué resultados no dar.
En general, los investigadores muestran una actitud similar, es decir, no excluyen a las mujeres, pero en muchos casos no especifican si las han tenido en cuenta en sus ensayos y, a pesar de ello, no analizan los resultados obtenidos por sexo.
Esto quedó patente en un estudio realizado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. Analizó todos los informes presentados en el primer cuatrimestre de 2007 para saber si se tenía en cuenta la participación de las mujeres en los ensayos clínicos. Se comprobó que sólo un 20% de los 25 ensayos presentados analizó los resultados por sexo o que tuvo en cuenta la influencia del sexo.
Ante estos resultados, no pudieron decir si la participación de las mujeres fue suficiente o no, ya que el 80% de las investigaciones no lo habían hecho. La única conclusión que pudieron extraer fue que los investigadores no tuvieron en cuenta si el sexo influyó en la investigación que realizaron, al menos en el informe final.
En realidad, cuando se han realizado este tipo de estudios, los resultados han sido muy variados, es decir, no siempre han encontrado diferencias en la respuesta de hombres y mujeres a los medicamentos. A veces sí han encontrado diferencias significativas, pero otras han llegado a la conclusión de que estas diferencias no son preocupantes o que la respuesta es la misma en hombres y mujeres si la dosis utilizada se ajusta al peso corporal.
Por eso es imprescindible saber si hay o no diferencias. No sería aceptable generalizar los efectos. Si no hay diferencias hay que demostrar que no hay, ya que es posible que haya diferencias. ¿No se basa el método científico? Un largo proceso desde que una molécula inventa hasta que la acepta como medicamento y, en el último momento, administra medicamentos a una parte de la población sin pruebas suficientes.
Nuestra sociedad no ha alcanzado, por tanto, la famosa igualdad entre mujeres y hombres en cuanto a ensayos clínicos. Para que lleguemos, es imprescindible que los investigadores tomen conciencia de su importancia.
Sería conveniente que las instituciones también apostaran por la igualdad. Sería de gran ayuda si se modificara la legislación al respecto y se definiera cómo se deben realizar los ensayos clínicos para garantizar la igualdad entre hombres y mujeres. Las entidades que otorgan subvenciones también pueden colaborar exigiendo que los resultados de los proyectos de concesión de subvenciones se analicen en función del sexo.
Fuera de los organismos oficiales, las revistas científicas pueden tener una gran fuerza --cuanto mayor sea el nombre de una revista -. En definitiva, conviene a todos los investigadores dar a conocer la investigación realizada, divulgar al máximo los resultados obtenidos. Pues bien, si las revistas consideran imprescindible que en los experimentos se tengan en cuenta a las mujeres y que los resultados se desagreguen por sexo a la hora de decidir si las investigaciones son o no publicables, incluso de forma indirecta, obligarían a los científicos a diseñar los experimentos de esta manera.