Armas biológicas

Introducción

Antiguamente las armas biológicas cautivaron a los militares. Durante la era clásica y durante la dominación romana, las tropas disponían de gente especializada para envenenar las aguas de los grifos y para introducir en algunos pueblos recipientes contaminados con leyes, plagas y cólera.

XVIII y XIX. Durante siglos los colonos europeos empezaron a utilizar este tipo de armas con el fin de destruir a los habitantes originarios de otros continentes, ya que la introducción intencional o no de enfermedades como sífilis, gripe, navarrería o tifus era más efectiva que el acero o la pólvora.

Soldado con uniforme de protección contra armas biológicas.

I. Consecuencia de la utilización masiva de armas químicas en la Guerra Mundial, II. Durante la Guerra Mundial se realizaron ensayos con armas biológicas. Es conocido que el ejército británico lanzó una gran cantidad de esporas del bacilo antrax en una isla escocesa vacía, conocida como Gruinard. El éxito fue enorme y todavía en 1989 los soldados del ejército británico se desplazan con trajes protectores para evitar la infecciosa forestal y la mortal enfermedad.

En 1940 y 1944 los japoneses bombardearon 11 ciudades en la campaña contra Corea y Manchuria con materiales contaminados por tifus y plagas. El número de muertes por estas armas biológicas nunca ha sido conocido.

En los campos de concentración de prisioneros de guerra, los japoneses inyectaron a 3.000 prisioneros chinos, mongoles, británicos y coreanos enfermedades infecciosas. Al menos 1.000 presos murieron en estos ensayos.

II. Tras la Guerra Mundial, en los años 50 y 60, el Gobierno de los Estados Unidos construyó un laboratorio militar en el estado de Marylan. Llamado Fort Detrick. En el mejor momento de su desarrollo, 1.000 científicos trabajaron en la investigación de armas biológicas.

Sin embargo, a finales de 1969 este proyecto norteamericano se paralizó y en 1970 Nixon declaró que el Gobierno no tenía intención de investigar armas biológicas con fines ofensivos. Dos años después, en 1972, se firmó en Londres, Moscú y Washington el “Acuerdo Internacional sobre Armas Biológicas”, que impedía el desarrollo, fabricación y recogida de armas biológicas con fines ofensivos.

Actualmente 130 estados han firmado este acuerdo. Por eso a principios de la década pasada parecía que el mundo no tenía que preocuparse de este tipo de armas. Los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Soviética decidieron detener la financiación de este tipo de armas, ya que las armas biológicas son menos útiles que las armas atómicas y químicas. Estas armas podían actuar contra los agresores, planteando el mismo problema que tenían en la antigüedad, lo que suponía el uso de numerosas vacunas en las ejércitos.

Época de la Ingeniería Genética

Los militares no podían imaginar que un año después de la firma del tratado se iba a producir una revalorización de las armas biológicas.

En 1973, en la Universidad Standford de California, los biólogos Stanley Cohen y Herbert Boyer consiguieron transferir genes de otras bacterias en la herencia material.

Lo sucedido en el mecanismo de seguridad que protege la herencia material de los seres vivos supuso revitalizar la investigación de armas biológicas. Si la obtención y utilización de los primeros patógenos suponía un enorme cuidado, a partir de ese momento podían ser rediseñados adaptándose a las necesidades militares.

Con las nuevas técnicas de recombinación genética, a los militares del Pentágono les aparecieron miles de posibilidades que no podían imaginar dos años antes. Se observa que el interés de las armas biológicas recombinadas aumenta con los presupuestos de los años 80.

Desde 1980 hasta 1987, el Pentágono ha incrementado sus inversiones en investigación y producción de armas biológicas y químicas en un 554%, invirtiendo 1.440 millones de dólares en estos proyectos. En 1986 se han utilizado 90 millones de dólares en investigación de armas biológicas y el número de proyectos de manipulaciones genéticas financiados por la Ministra de Defensa ha pasado de 0 en 1980 a 200 en 1987. A principios de los 80 se renovaron las instalaciones de Fort Detrick y los científicos retomaron su actividad.

Investigadores de USAMRIID (Instituto de Medicina del Ejército de Estados Unidos para la investigación de enfermedades infecciosas) investigan las consecuencias del virus de Lasa, Ebola o Chikungunya en varios laboratorios construidos con mayor seguridad. También la navarrería, la fiebre amarilla, la encefalitis equina, la gripe, la enfermedad de Harburgri y la fiebre del Rift. La bacteria Autrax, el botulismo, la enfermedad de la cadena, la peste, el tifus y las esporas del tétanos son de gran importancia militar. Junto a otras veinte toxinas de Fort Detrick, se investigan venenos de serpientes, setas, escorpiones y algas.

Siguiendo el camino de la ingeniería genética, la investigación y producción de armas biológicas no violan las normas del tratado internacional sobre armas biológicas firmado en 1972.

En caso de defensa se permite la producción limitada de armas biológicas. Y aquí tenemos la incertidumbre del acuerdo, que es muy difícil, sobre todo a nivel militar, saber exactamente la diferencia entre ataque y defensa. El pueblo que utiliza estas armas de ataque necesita vacunas, es decir, requiere una protección previa de este tipo de ataques y, por tanto, la creación de nuevas vacunas. Los germinados patógenos genéticamente recombinados pueden obtenerse durante unos meses y la generación de vacunas puede ser, si es necesario, un trabajo de años.

El futuro de las armas biológicas

Virus de la gripe. Una de las que se puede utilizar para fines militares.

¿Cómo serían estas armas? ¿Cuáles son sus consecuencias? Algunos científicos que han trabajado en estos proyectos, como el Dr. Michael Brende, catedrático de biología molecular en la Universidad de San Diego, afirman: “Escherichia coli, bacteria intestinal inocua, puede convertirse en un arma terrorífica recombinada genéticamente.

En un principio, esta bacteria se convierte en una incontaminante de los antibióticos a través de unos genes de resistencia, para posteriormente aumentar la resistencia a los ácidos intestinales para que se mueva libremente a través del aparato digestivo. Además se pueden aplicar genes de otros organismos (por ejemplo, una toxina que impide la acción de coagulante de la sangre). Finalmente se puede recombinar con un gen de ataque y así la bacteria se irradia a otras células del organismo atravesando la pared intestinal. La bacteria así recombinada puede expulsar sus toxinas en las fibras celulares sin que pueda actuar el sistema defensivo del organismo.”

Todo lo que dice el Dr. Brende no es ciencia ficción, sino una práctica común en el mundo de la ingeniería genética.

Por el momento, técnicos que trabajan en el campo militar en Estados Unidos han conseguido secuenciar y codificar algunos venenos biológicos. Se conocen las estructuras genéticas de autraxa, botulismo, cólera, difteria, tetano y algunas serpientes de toxinas venenosas. Conocer las secuencias genéticas significa que en cualquier momento los científicos pueden conseguir una cantidad ingente de venenos aguro y barato.

En el proyecto USAMRIID de Fort Detrick se ha comenzado a aplicar genes de veneno de serpiente en el ADN de una colibacteria tipo E. Por supuesto, la actitud oficial de estos estudios (intentando crear nuevas vacunas) se basa en objetivos médicos. Estudios por ironía de varios militares III. Dice que se hacen pensando en la salud de los pueblos del mundo: “En los países en los que 40.000 personas mueren con picadas de serpientes, nuestras vacunas pueden ser muy interesantes”.

Buscando sustancias venenosas sintéticamente, trabajan en Fort Detrick. Por ejemplo, se pretende sintetizar el veneno de un hongo llamado tricotezeno (llamado lluvia amarilla, que es 300 veces más eficaz que los gases químicos convencionales que atacan el sistema nervioso central).

El Pentágono ha gastado 113 millones de dólares secuenciando el gen que codifica la enzima acetilcolmesterasa. Esta enzima es importante para regular el papel de los neurotransmisores cerebrales. Según algunos informes del instituto de investigación para la paz de Estocolmo, estos conocimientos pueden ser utilizados para obtener ciertas toxinas que atacan a los centros nerviosos.

La mayoría afirma que las toxinas son armas biológicas que pueden utilizarse genéticamente recombinadas, ya que la producción es muy económica y sencilla utilizando la ingeniería genética.

Además, estas armas son muy manejables y de fácil producción. Científicos norteamericanos y europeos afirman: “El Estado que quiere conseguir armas biológicas recombinadas cuenta con 200 probetas y un laboratorio normal lleno de tecnología genética, materiales y cultivos originales. El resto de cosas, es decir, el transporte, los aerosoles, llenar el desván de los explosivos… se pueden hacer con la misma infraestructura militar utilizada para las armas químicas”.

En cuanto a la aplicación, los militares creen que el aerosol es el mejor medio para difundir armas biológicas entre el público. A partir de 1984 en una ciudad de Estados Unidos, concretamente en Dugway, el ejército quiere construir una planta de difusión de armas biológicas mediante aerosoles, con un presupuesto de 2.300 millones de dólares.

Sabemos que un pequeño cultivo es suficiente para que la gente de los pueblos enferme con autrax, esa fiebre y la peste. Sin embargo, estas enfermedades son conocidas y podría haber algo que hacer, pero si los virus y bacterias estuviesen genéticamente recombinados, no habría nada porque la medicina oficial no tiene experiencia en este sentido.

Otros riesgos de Armas Biológicas

Militares y políticos le aseguran que estas armas nunca se usarán para atacar, sino para mantener la paz. Sin embargo, para las personas que viven en los alrededores de los laboratorios, la investigación de estas armas puede suponer un riesgo enorme. Y sus transportes.

En la ciudad de Birmingham nunca hubiera ocurrido. El catedrático de Biología de la Universidad de Birmingham, Henri Bedson, contaba con un laboratorio en el primer piso de un antiguo edificio universitario, en el que además había más instalaciones de la universidad.

En 1978 investigaba con algunos colaboradores el virus navarro. Varias semanas después de la manipulación del virus, una joven de la ciudad enfermó con un grave navarro; Janet Parker. Cuando Janet conoció que trabajaba como fotógrafa en el Instituto de Anatomía de la Facultad de Medicina, la joven ingresó en el hospital donde trabajaba Bedson, se sorprendió, ya que el Instituto estaba situado sobre su laboratorio.

El 11 de septiembre de 1978 Janet Parker murió en navarro y dos días antes el doctor Bedson se suicidó cortando la garganta con unas tijeras cortando la hierba.

Unas semanas después, los técnicos de la universidad analizaron cómo se produjo la contaminación de Janet y concluyeron que el virus había subido al pie superior por una pequeña y estrecha vía respiratoria de la habitación contigua en la que trabajaba Janet. El laboratorio del Dr. Bedson declaró que no cumplía el 100% de las normas de seguridad de la OMS.

El suceso Parker-Bedson es una prueba de los riesgos que puede suponer la investigación de microorganismos y sobre todo en Europa, ya que los Ministros de Defensa de algunos países han encargado a los laboratorios universitarios los proyectos de investigación de la ingeniería genética. A pesar de que las medidas de seguridad implantadas por Asilomar en los laboratorios donde se lleva a cabo la manipulación genética de microorganismos son más estrictas que las de los laboratorios convencionales, en los últimos años la mayoría de los laboratorios (privados o públicos, que trabajan en la ingeniería genética) están descartando muchas de estas medidas rigurosas. Ahora muchas manipulaciones genéticas se realizan en multinacionales y laboratorios semi-convencionales.

En septiembre de 1981 desaparecieron del Fort Detrick 213 litros del virus Chikungunya y tantas armas como para enfermar a todo el mundo con fiebre tropical. El Pentágono aún no sabe qué pasó con este arma tan peligrosa.

El futuro de las armas biológicas

Como hemos visto, las técnicas de ingeniería genética no sólo se utilizan en el campo de la medicina, sino también con fines militares. Son capaces de deshacer millones de personas en un corto espacio de tiempo. Podríamos decir que estamos en la era de la ingeniería genética, ya que para los militares es muy atractivo crear gérmenes contra los pueblos con vacunas.

Tanto las armas biológicas como la energía nuclear pueden dejar contaminado el medio utilizado durante muchos años. Las armas biológicas son muy atractivas porque, sin cambiar la infraestructura del pueblo, como las bombas de neutrones, sólo mueren las personas. Además, si el agresor está vacunado contra la plaga, puede superar la contaminación biológica.

Por todo ello, se estima que los laboratorios de investigación de armas biológicas irán creciendo.

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