Elhuyar Fundazioa
El informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas de 1989, tras analizar las relaciones entre la mujer, la población y el desarrollo, afirma que la inversión en la mujer es la clave para el futuro.
“La clave para el futuro puede ser el grado de libertad de la mujer para tomar decisiones sobre su vida. No sólo en los países pobres, sino también en los más ricos. Las mujeres, como madres, productores y proveedores de alimentos, políticos, etc., juegan un papel fundamental en el proceso de cambio.”
En consecuencia, el objetivo para la década de los 90 es invertir en la mujer.
Las mujeres tienen un lugar principal en el desarrollo. Además de controlar la mayor parte de la economía no monetaria mundial (agricultura de subsistencia, crianza y educación infantil, tareas domésticas, etc.), desempeña un papel muy importante dentro de la economía monetaria. Pero el problema es que a pesar de que las mujeres de todo el mundo realizan dos tipos de trabajo, el doméstico y el externo, la mayor parte de ese trabajo no se considera trabajo. Y no considerarlo como trabajo significa que no tienen ninguna ayuda.
El informe hace referencia a los costes derivados del abandono de las necesidades de las mujeres, como el crecimiento demográfico incontrolado, las altas tasas de mortalidad infantil y juvenil, el debilitamiento de la economía, el aumento de la agricultura ineficiente, el deterioro del medio ambiente, la fragmentación generalizada de la sociedad y una menor calidad de vida para todos. Además, los jóvenes y las mujeres, la desigualdad de oportunidades, los mayores riesgos y la necesidad de llevar a cabo una vida impuesta por otros, en lugar de estar en sus manos el rumbo de su vida.
Muchas mujeres, especialmente las de países en desarrollo, no tienen más opciones que el matrimonio y la maternidad. Estas mujeres, como es lo que se espera de ellas, tienen grandes familias. Si se invierte en Emakunde, se ampliaría el abanico de estrategias que tendrían a su disposición y dejaría de ser dependiente de la consideración social y asistencial de los hijos e hijas.
El informe demuestra que el cambio en un punto concreto de la vida de las mujeres, tanto a favor como en contra, afecta a todos. Sin embargo, introducir cambios supone reconocer que las mujeres son algo más que su mujer y su madre, replantear todos los planes de desarrollo. De hecho, en principio cualquier persona puede admitir la implantación de servicios de asistencia social para las mujeres, pero la priorización de la inversión en mujeres en el esfuerzo por el desarrollo requiere una reflexión sobre la concepción del desarrollo. No sólo por los países en desarrollo, sino también por las entidades financieras y de crédito.
En los últimos cuatro años, las crecientes presiones económicas de los 37 países más pobres han reducido en un 50% los gastos de atención a la salud y en un 25% los de educación. Este tipo de medidas penalizan a los pobres y entre los pobres a las mujeres principalmente. (En los países en los que los hombres se valoran más que las mujeres, las escasas monedas se destinan al cuidado de la salud y la educación de los niños, que son los que van a conseguir más dinero en el futuro, los que van a tener derecho a la propiedad, etc.).
Se debe priorizar la inversión en mujeres para lograr cambios en el desarrollo, incluso en países con dificultades económicas. Y los cambios son necesarios. Ante las condiciones actuales como el crecimiento demográfico y las ciudades superpoluladas, la creciente crisis ambiental, el aumento de la deuda internacional y el aumento de la pobreza de los países más pobres en desarrollo, muchos expertos han señalado que ha llegado el momento de un replanteamiento en profundidad. La respuesta está en el equilibrio dinámico entre los recursos humanos y naturales: un aprovechamiento más eficiente de los recursos limitados, un crecimiento más lento y equilibrado de la fuerza de trabajo, potenciando la salud, la educación, la mejora de la alimentación y el desarrollo personal, etc. Y no sólo para las mujeres, sino para toda la población.
Invertir en mujer no es panacea. No pondrá fin a la pobreza, no eliminará las graves desigualdades entre personas y países, ni frenará el crecimiento demográfico, ni garantizará la salvación y la paz del medio ambiente, pero contribuirá a alcanzar todos estos objetivos.
Los puntos más débiles del sistema mundial son el crecimiento demográfico, la localización de la población y el deterioro del medio ambiente. Los daños que sufre la Tierra son cada vez más notorios. Este deterioro se debe en gran medida al desmesurado uso de recursos en los países más ricos. Pero hay otra razón y es la combinación de la pobreza y el rápido crecimiento demográfico.
La población mundial actual de 5.200 millones aumentará cada año 90 millones hasta finales de siglo. A excepción de los seis millones, el resto de este crecimiento anual residirá en los países en desarrollo. Según estimaciones de las Naciones Unidas, a finales de siglo la población mundial ascenderá a 6.250 millones. El crecimiento podría interrumpirse al alcanzar los 10.000 millones, es decir, al doble de la cifra de hoy, quizá después de un siglo.
Pero esta es una proyección muy positiva. Para conseguir estas cifras, los usuarios de los servicios de planificación familiar deberían aumentar considerablemente (58% para el año 2000 y 71% para el año 2025). De lo contrario, la población crecerá durante más tiempo y a un ritmo más rápido hasta alcanzar los 14.000 millones de personas.
Estas cifras y sus posibles repercusiones en el futuro del mundo ponen de manifiesto que la crisis demográfica demanda soluciones inmediatas. No se puede dejar el problema para el próximo siglo. Entonces será demasiado tarde.
El estatus de las mujeres y la autodeterminación social y económica son fundamentales para afrontar este tipo de problemas.
Los cambios que se están produciendo en todos los países en desarrollo condicionan (no siempre en beneficio) la situación de la mujer. La participación en el Comercio y la Agricultura ha sido muy importante y está siendo incluida en el mercado formal, pero las mujeres tienen menos seguridad económica que los hombres. Por un lado, porque tienen menos oportunidades de acceso al mercado laboral y de acceso a los recursos productivos (en algunos países, por ejemplo, la mujer viuda puede perder el derecho a cultivar los que habían sido tierras familiares, y si quiere continuar, tiene que casarse con el hermano de su marido) y, por otro, porque después de haber entrado normalmente, tiene que llevar esta actividad a la vez que la madre y la mujer.
Por otra parte, muchas mujeres jóvenes siguen encadenadas en las redes de un montón de valores tradicionales. Según estos valores, la función principal es la reproducción, que no aporta ninguna importancia al resto de actividades. Su status depende casi exclusivamente del éxito que tienen como madre. Y no sólo el éxito, sino también la seguridad, porque los hijos (y principalmente los hijos) han sido la vía para garantizar su protección posterior. Muchas de estas prácticas han tenido una tradición secular y están plenamente integradas en la estructura social, habiendo sido valoradas positivamente muchas de las razones de la subordinación de la mujer.
Todas las prácticas han conducido a la inseguridad de la mujer, ya que otras causas habituales de inseguridad han sido tradicionalmente el cambio de residencia (al casarse, la necesidad de irse a vivir al domicilio de su marido, al depender de él y de su familia), los matrimonios prematuros (el marido generalmente mayor), la esterilidad, la vejez, la discrimación femenina (en salud, educación, etc.), la desnutrición, los embarazos de conformidad, los riesgos excesivos de maternidad, etc.
A estas causas habituales hay que añadir otras más recientes como la inestabilidad del entorno, las migraciones que se producen como consecuencia de ello y el fortalecimiento de los cultivos comerciales (los trabajos que anteriormente realizaban las mujeres han pasado a manos de los hombres).
“De joven, a primera hora de la mañana solíamos ir al bosque sin comer. Allí comíamos hasta saciar bayas y frutos silvestres y bebíamos agua fresca acumulada en las raíces del banj. Enseguida recogíamos la hierba y la madera de fuego que necesitábamos. Ahora los árboles han desaparecido y todo lo demás” Lo que cuentan las mujeres sobre las montañas de Uttarrakhand, en la India, se ha convertido en un hecho habitual. Hasta hace poco, lo necesario para satisfacer sus necesidades lo encontraban en terrenos cercanos. Sin embargo, hoy en día tienen que recorrer muchos kilómetros para abastecer la casa.
En la actualidad se están desmantelando bosques tropicales de 11 millones de hectáreas; la erosión por viento y lluvia se está llevando a 26 mil millones de toneladas de tierra, cada año se está formando un nuevo desierto de 6 millones de hectáreas, donde la acumulación de sal y las aguas estabilizadas ponen en peligro la mitad de los campos de regadío del planeta.
Las consecuencias más graves son las personas individuales (principalmente los habitantes más pobres y especialmente las mujeres). Las mujeres son las que tienen que recorrer las distancias más largas año tras año para recoger madera en bosques cada vez más pequeños. Tienen que caminar largas horas para encontrar agua no contaminada. Son ellos los que, en definitiva, tienen que hacer frente a las graves consecuencias que la degradación y la contaminación del medio ambiente producen en la salud de sus familias.
Y lo peor es que la presión de la población rural es el causante de este deterioro, pero el principal culpable es el vertido de un bosque que se destina a la reproducción de roturaciones para la explotación maderera y cultivos comerciales. En ausencia de interferencias externas, las comunidades convencionales mantienen su equilibrio con el entorno, al depender por defecto de él y tratar de no consumir más recursos de los que puedan restaurar.
El crecimiento de la población y las dificultades que les plantean las tierras cada vez más pobres para conseguir una buena cosecha hacen que los habitantes de los pueblos recurran a las ciudades para buscar trabajo. Parece que escapar de los pueblos debería aliviar la presión sobre este medio frágil, pero no es así, ya que las necesidades de las ciudades exigen aún mayores presiones. En África, por ejemplo, el consumo de madera y carbón por parte de los habitantes de las ciudades ha influido más en las reservas de madera que en el conjunto de los pueblos. Todas las grandes ciudades de la región del Sahel (Ouagadougou, Dakar, Niamey) están rodeadas de un gran anillo de destrucción.
La falta de tierra, la escasez de combustible, la contaminación y la emigración aumentan la inseguridad de las mujeres respecto al futuro. Muchos se ven obligados a llevar a cabo acciones que agravan aún más su seguridad futura, por lo que en países con escasez de madera utilizan el estiércol como combustible en lugar de como abono, aunque sepan que por comer hoy se están hipotecando los alimentos del mañana.
De forma resumida, las recomendaciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas a los Gobiernos son las siguientes:
Para garantizar la puesta en práctica de estas recomendaciones se establecen los siguientes objetivos específicos para 2.000 años.
Además del ámbito poblacional, estos objetivos se dirigen a entidades y organizaciones con objetivos específicos en materia de desarrollo. Consideran imprescindible una colaboración coordinada entre todos para el éxito.