El tema podría durar mucho, pero en pocas palabras hemos pedido a dos conocidos investigadores que respondan: ¿tiene límites la ciencia? Aquí sus reflexiones.
Cada cual da su significado a la palabra ciencia, pero la sociedad muchas veces tiene que decidir cómo conseguir nuevos conocimientos a través de la ciencia y cómo usarlos después de conseguirlos. Por ejemplo, está regulada la utilización de animales y células madre para la realización de experimentos de laboratorio. Con estos ejemplos podemos pensar que la sociedad impone limitaciones (sobre todo éticas) a la ciencia. Pero, ¿es así?
Para poder responder a la pregunta anterior deberíamos definir qué es la ciencia. En este sentido, a lo largo de la historia ha habido once pensadores, y desde un punto de vista filosófico, yo diría que la ciencia es una actitud. Es decir, la ciencia no es el conjunto de conocimientos adquiridos a través de ella. No es el método científico asociado ni el uso de conocimientos. Estos son componentes de la actividad científica. La ciencia es una forma de observar el mundo y de sacar conclusiones, cuya fuerza motriz es la curiosidad humana. Para que lo anterior pueda considerarse científico es necesario tener una mentalidad amplia y clara. Gracias a ello, cada vez es más lo que sabemos a través de la ciencia. Desde el mundo subatómico hasta el lejano universo, la materia se estructura de muchas maneras y está en constante cambio. Las dimensiones espacio-tiempo se exploran de muchas maneras, no sólo de las ciencias experimentales, sino también de las demás.
En nombre de la ciencia se pueden hacer cosas buenas y malas, pero sin duda se toman las mejores decisiones teniendo en cuenta las conclusiones obtenidas a través de la actividad científica. Sin embargo, ese no es el objetivo de la ciencia, la ciencia no tiene objetivos ni intenciones. Los seres humanos ponemos condiciones y objetivos a la actividad científica. Los seres humanos delimitamos todo esto. La ciencia está en otra dimensión: está dentro de nosotros. ¿Tiene límites nuestra curiosidad? Esa es la clave. Si la respuesta es negativa, podemos concluir que la ciencia no tiene límites.
Los seres humanos queremos conocer la realidad; queremos conocer el universo, la naturaleza, la naturaleza humana, y sobre todo, queremos entendernos. Y la ciencia es una de las vías más fiables para conocer la realidad. Los que nos dedicamos a la ciencia analizamos la realidad y creamos modelos basados en las regularidades que encontramos. Con estos modelos tratamos de explicar lo observado y, si es posible, hacer previsiones. En ocasiones, las nuevas observaciones no se ajustan a los modelos que hemos considerado válidos. Esto nos obliga a cambiar –mejorar– estos modelos. Así aumentamos y mejoramos nuestro conocimiento de la realidad. Hasta ahora siempre ha ocurrido eso: los nuevos modelos han sustituido a los antiguos en la dialéctica continua. Pues estoy convencido de que esta dialéctica va a ser para siempre, porque no hay razón para pensar que terminará alguna vez. Por lo tanto, no hay razón para pensar que nunca llegaremos a un conocimiento completo de la realidad.
Pero supongamos que ese camino hacia el conocimiento terminará alguna vez. ¿Hasta dónde deberíamos fiarnos del valor de ese conocimiento? En definitiva, las capacidades cognitivas que hemos adquirido a lo largo de la evolución han sido adecuadas para multiplicar nuestros genes a través de los siguientes, por eso estamos aquí. Pero esto no significa que esas capacidades cognitivas sean herramientas adecuadas para entender la realidad. La verdad es que sólo obtenemos imágenes de la realidad, de la arquitectura de nuestro sistema cognitivo, pero no del conocimiento real de la realidad. Pensemos, por ejemplo, cómo un pulpo capta toda la realidad. Si tuviera conciencia, también pensaría que conoce y entiende la realidad.