El verano pasado escuché a un científico en la radio hablando sobre las alcaparras. En cualquier otro momento sería inusual escucharlo en la radio, pero no en el verano anterior, en el que un hombre de Ávila acababa de morir debido a la enfermedad extraña y exótica de Krimea-Kongo.
El científico estaba enfadado y los minutos de la antena escaseaban para mostrar su preocupación. Se refería a la influencia de los inviernos templados en la biología de las alcaparras (aumento de la tasa de supervivencia invernal y prolongación del periodo de actividad) y en los patógenos que transmiten. El grupo de investigación del científico informó en 2010 de la aparición del virus en la península. En las alcaparras se encontró una cepa africana del virus, probablemente traída por alcaparras de aves migratorias y causante de la muerte del hombre de Ávila.
La temperatura condiciona el ciclo de vida y la extensión geográfica de los vectores de enfermedades, pero también la viabilidad de los patógenos que transportan, afectando a la incidencia y extensión de las enfermedades. El cambio climático, junto con los cambios en el uso de la tierra, los movimientos demográficos, los conflictos y el comercio internacional, es responsable de la aparición y reaparición de enfermedades (con el aumento de los inviernos templados, veranos calurosos y fenómenos meteorológicos extremos). Todos ellos condicionan los patógenos, depósitos y vectores.
A pesar de que en la última década se han puesto en marcha diversas iniciativas para investigar la incidencia del cambio climático en las enfermedades infecciosas y no infecciosas, el compromiso y la inversión a nivel mundial siguen siendo escasos. Es imprescindible acabar con el actual modelo de desarrollo para reducir las graves consecuencias del cambio climático en la eco-epidemiología y la salud de las enfermedades.
Vivimos un momento histórico único para conseguir los cambios sociales necesarios para no perder el tren de la sostenibilidad global. Una de las mayores barreras es la creciente desigualdad social mundial con el cambio climático. En la actualidad, en general, las políticas think tank y los gobiernos no tienen en cuenta la dimensión ambiental que conjugan estas desigualdades sociales. Según los científicos expertos en ‘medio ambiente social’, la desigualdad de género es una de las mayores amenazas que pueden comprometer el bienestar presente y futuro, incluso el funcionamiento ecológico de la tierra.
El ecofeminismo habla de temas feministas relacionados con preocupaciones ambientales, que se manifiesta por la opresión masculina. En un principio, el ecofeminismo destacaba que las mujeres tienen una relación más profunda con la tierra que los hombres, y establecía a las mujeres como víctimas, ya que indicaba que esta degradación del medio ambiente se debía a la misma opresión patriarcal.
Hoy en día, sin embargo, el ecofeminismo afronta con una nueva mirada llena de matices el problema de la degradación del medio ambiente y del cambio climático, es decir, se niega a poner en contra de los “hombres” una categoría unificada y homogénea de “mujeres”. Por tanto, lo que realmente interesa hoy es analizar el tema del “carácter interseccional del género y de las relaciones de poder”. Esta mirada puede hacer un gran favor para abordar complejos lazos de ciencia y política, género y cambio climático. En concreto, deberíamos focalizar el género en la intersección entre una clase social económicamente excluida, culturalmente invisible y políticamente no empoderada.
Dicho de otro modo, los esfuerzos por resolver los problemas que plantea el cambio climático en la sociedad serán más efectivos si comenzamos a abordar el género desde una perspectiva interseccional. Ha llegado el momento de situar la nueva visión del ecofeminismo en el centro del debate sobre el cambio climático, tanto en Euskal Herria como a nivel mundial.