En los desiertos arenosos de la costa brasileña, las lagartijas y los cactus han inventado una forma de intercambio que beneficia a ambos, es decir, el cactus aporta comida y agua a la lagartija, que dispersa las semillas del cactus en el desierto.
Joao Vasconcellos Neto de la Universidad de Campinas y sus compañeros de trabajo analizaron el lagarto sugandil Tropidurus torquatus que habita en el refugio de Linhares, al norte de Río de Janeiro. En dicho refugio la temperatura alcanza los 50ºC durante el día. Sugandila se alimenta de hormigas y coloca el observatorio sobre el cactus violaceus que habita en los desiertos para cazar.
Cada día el cactus produce uno, dos, tres o cuatro pequeños frutos rosados. El fruto en la parte superior del cactus sale por las mañanas junto al que empieza a trabajar. A medida que la temperatura aumenta a lo largo del día, el fruto crece cada vez más rápido y así queda a la vista de las lagartijas.
El lagartija sube al cactus viendo el fruto y toma el fruto. El lagartija, tras comer el fruto, dispersa los excrementos y sus semillas a través del desierto. Cada fruto ha tenido una media de 22 semillas, y para crecer “se necesitan algunos componentes químicos presentes en el estómago de las lagartijas”, explica Vasconcellos-Neto.