¿Qué es lo que más te ha sorprendido, alterado o fascinado desde que empezaste a trabajar?
Hace muchos años que empecé aquí, y con el tiempo las cosas se olvidan. Pero tengo el recelo de que, cuando empecé a trabajar en la química cuántica, lo que más me atrajo fue nuestra capacidad de llegar al extremo final de la estructura química y luego poder conocer las características de una determinada molécula. Eso me fascinó a mí. Sobre todo por una contraposición. De hecho, en la teoría atómica de Feynman, el átomo era el componente de la materia. Cuando estudiaba química, sin embargo, veía que los átomos eran muy pocos, que normalmente había moléculas. Y sí, las moléculas están formadas por átomos, pero no son simples sumas de átomos, ésa es la magia de la química. Estas reflexiones me llevaron a centrarme en los enlaces químicos. Eso me enganchó.
Pero, aunque sea irónico, lo que más me atrae ahora es lo contrario. Entonces lo hacíamos de mayor a menor, de molécula a átomo, y ahora vemos que tenemos las moléculas ahí y que crean morfologías, morfologías funcionales. Es decir, morfologías que hacen algo: huesos, tejidos... Y su función no está en las moléculas. ¿De dónde surge esta funcionalidad? Ahora estoy con eso.
¿Qué le gustaría ser testigo de la revolución o el descubrimiento en su trayectoria?
Sueño tanto a pequeña como a gran escala. A pequeña escala, me gustaría saber cómo influye en la química la no localidad de la mecánica cuántica. Yo creo que lo tiene, pero no sé de dónde puede ser ese efecto, me gustaría verlo. Y a gran escala, uno de los mayores problemas que tenemos para investigar la funcionalidad de las moléculas es que tenemos que procesar mucha información y en el procesado seleccionamos. Tenemos que decidir qué es significativo y qué no, y ahí siempre perdemos información. Creo que el avance en la computación cuántica nos permitirá tomar la información en su totalidad, y entonces seremos capaces de ver lo que ahora no podemos ver.