Desde que empecé a investigar, siempre he tenido como tema la fertilidad humana artificial. Y me parece fascinante la revolución que se ha producido desde la década de los 80. No creo que sea más un cambio tecnológico y sociológico, sino un fenómeno tecnocientífico que ha cambiado la civilización.
En la década de los 90, cuando leí la tesis, recuerdo las representaciones que teníamos sobre la donación de óvulos o la pesadez subrogada, de cara al futuro. Y el resultado que esta revolución tecnológica ha dado, junto con la biomedicina, no es en absoluto el que representábamos entonces. Ha superado con creces nuestras expectativas y ha generado grandes oportunidades, preguntas e inquietudes. Sobre todo me ha preocupado la aplicación, que se ha orientado hacia el beneficio económico.
Antes era optimista de estas tecnologías, hoy reconozco que soy crítico. La reproducción asistida se ha convertido en una industria privada en la que quien tiene dinero tiene acceso a formas de reproducción y la mayoría de la gente no lo tiene. Ha producido discriminación y mercantilización del cuerpo humano. Para mí eso es preocupante. En su día se establecieron unas bases, no sólo para la reproducción humana, sino también para la donación de órganos, que hemos superado y ahora existe una industria que vive de nuevas formas de explotación del cuerpo humano. Además, ha reforzado los riesgos de las personas que antes eran vulnerables: mujeres jóvenes, pobres… Sus cuerpos se han convertido en materia prima en Europa y en países empobrecidos fuera de Europa.
Lo que se está haciendo con la desregulación del cuerpo humano no se limita a la reproducción. Ahí está lo que está sucediendo con las sesiones clínicas, en el ámbito del cuidado… Ante eso creo que deberíamos hacer un nuevo planteamiento.
Cuando hace 75 años se proclamaron los derechos humanos, la idea del cuerpo humano y la actual no tiene nada que ver. En el momento en que estamos, necesitamos un nuevo estatus del cuerpo humano, en el que incorporo también inteligencia. Tenemos que reflexionar en estos momentos, en los que dar un paso más en la aplicación de la tecnología nos daría un cambio fundamental en la propia naturaleza del ser humano.
De lo contrario, si no abordamos esta reflexión en serio, corremos el riesgo de pasar a una etapa sin posibilidad de volver atrás. Debemos plantear la renuncia a algunas opciones. Esto nunca ha sido así en la historia: hemos hecho todo lo que podíamos hacer. Desde mi experiencia también ha sido así: hemos hecho realidad todo lo que se podía hacer en la reproducción humana. Por lo tanto, ser conservador sería revolucionario.