Las fuentes de placer no son sólo para satisfacer las necesidades fisiológicas del organismo. Prueba de ello es uno de los experimentos recogidos por el doctor Francisco Mora en neurociencias en Los laberintos del placer en el cerebro humano.
En este experimento, las ratas fueron entrenadas para comer una vez al día en un plazo de dos horas. A esas dos horas, las ratas podían comer lo que querían, la comida que tenían en la misma jaula, un pienso seco y compacto. Pero una vez a la semana, y en el mismo periodo de dos horas, las ratas sabían que podían atravesar un largo laberinto de 16 metros y que al final del mismo iban a tener otra comida esperando. Una comida agradable, agradable y atractiva.
Los investigadores ponían las jaulas a una temperatura agradable. Por el contrario, en el laberinto que llevaba a la comida dulce había -15C y corrientes de viento fuertes. A pesar de estar cómodos en la jaula, y a pesar de disponer de alimentos suficientes, se les ponía a elegir otro tipo de comida al día, las ratas abandonaban la jaula y se adentraban en el laberinto frío en busca de la comida dulce.
Ese día las ratas comían la mitad de lo que solían costar y en más de una ocasión sufrieron los daños producidos por la congelación. Y, sin embargo, las ratas siempre decidían asumir el riesgo e intentar conseguir una comida dulce. Sólo por placer. Es más placentero conseguir esta comida dulce que compensar el hambre con este alimento seco que tienen en la jaula.
Lo observado en las ratas es aún más evidente en las personas. Según ha explicado el neurólogo Alberto Bergaretxe, "el mecanismo del placer es muy antiguo en la evolución, igual en todos los animales, incluso en aquellos que desde el punto de vista evolutivo son mucho más simples que nosotros. Es necesario para sobrevivir y garantiza que el individuo vuelva a ser fuente de placer".
Hasta ahí no hay diferencia alguna entre lo que sienten las personas y el resto de los animales, y entre el placer básico y los placeres más elaborados. Sin embargo, Bergaretxe considera que hay diferencias: "Porque el mecanismo del placer está excitado por estímulos diversos y las respuestas que generan son básicamente iguales. Pero las formas de coordinar e integrar estas respuestas son diferentes según se trate de comer placer, de escuchar música o de recordar algo".
Según Bergaretxe, en este mecanismo también participan las previsiones y expectativas, la historia personal y cultural de cada uno. "Todo esto modula la la respuesta, y por eso son diferentes los placeres de beber agua y escuchar la música que te gusta cuando te apetece. Aunque el sistema límbico se ocupa del mecanismo básico del placer (es decir, taláculo, hipotálamo, amígdala...), en otros placeres también intervienen otras estructuras cerebrales más complejas que ellas: lóbulos temporales, lóbulos frontales, memoria... En eso se distinguen".
De hecho, el sistema límbico es igual en todos los animales, incluso en aquellos que son primitivos desde el punto de vista evolutivo. Por el contrario, las complejas estructuras mencionadas por Bergaretxe se limitan a aquellos animales que se consideran más desarrollados en evolución.
Por otra parte, al igual que la función evolutiva de los placeres básicos es garantizar la supervivencia, otro tipo de plazas también tienen una función, aunque menos evidente. Bergaretxe considera que este tipo de placer es importante desde el punto de vista de la cohesión social, ya que son "útiles" para estructurar grupos, crear dinámicas de grupo, fortalecer relaciones, etc.
Además, Bergaretxe cree que hay un aspecto intangible, difícil de definir, pero que explica por qué buscamos ese tipo de placer y no nos resignamos a satisfacer las necesidades básicas. "Me parece que esa pasión está en el núcleo de ser persona. Además, no todas las personas necesitan eso. Mucha gente es conservadora, es decir, están a gusto con lo que tienen y no necesitan más. Pero hay pocos que tienden a buscar innovación. A ellos se les llama novelty seeking y esta tendencia viene determinada en parte genéticamente", afirma Bergaretxe.
En opinión de Bergaretxe, "probablemente éstas son las que hacen evolucionar la especie, por decirlo de alguna manera. En mi opinión, aquí se incluye el placer social y el placer intelectual. Y los animales que no tienen el cortex tan desarrollado, que son evolutivamente más primitivos, no lo tienen".
En el pasado, muchos han entendido el placer como el reverso del dolor, como si el dolor y el placer fueran las dos caras de la misma moneda. Bergaretxe ha anulado esta creencia: "No hay ese dualismo, aunque es cierto que el dolor y el placer utilizan partes del mismo sistema".
El mecanismo del placer parte de las neuronas que producen dopamina, las neuronas dopaminérgicas. Luego entran en juego otras, sobre todo neuronas noradrenérgicas y serotoninérgicas. Los mismos que el dolor. Y algunos neurotransmisores que fluyen son iguales.
Pero, para Bergaretxe, el dolor tiene algo que no tiene placer. "Por un lado, te parece útil: tocas la plancha caliente y te quemas; bebes demasiado alcohol y te duele la cabeza. Esos dolores son buenos porque aprendes que no tienes que volver a hacerlo. Y lo entendemos fácilmente. ¿Pero qué sentido tiene el dolor crónico? ¿Cuál es la causa evolutiva de este dolor? ¿Qué beneficio tiene para el individuo o la sociedad que una persona con cáncer o artritis sufra un dolor intenso? ".
En el placer no lo ve así, aunque también puede tener efectos secundarios negativos, "por ejemplo en el caso de las drogas. Además, eso es lo que más hemos estudiado, sobre todo la cocaína".
Según Bergaretxe, una vez tomada una dosis de cocaína, todas las personas comienzan a tener una reacción similar. Sin embargo, a largo plazo hay personas que tienden a desarrollar la dependencia y otras que no lo hacen. "Pues su base genética es conocida", afirma Bergaretxe. "Y, probablemente, las conclusiones de estos estudios pueden extrapolarse bien a otros estímulos".
Por lo tanto, considera que la clave de las variaciones a largo plazo de otros estímulos puede ser también genética: "Claro, las experiencias anteriores, la cultura... influyen en la respuesta a los estímulos, lo modulan, pero yo creo que la genética también tiene algo que decir".
Además de los estudios relacionados con las drogas y la genética, se realizan otro tipo de investigaciones para profundizar en el conocimiento del placer. Por ejemplo, Bergaretxe ha mencionado un estudio reciente realizado en Estados Unidos con estudiantes universitarios: "En el estudio se utilizó el PET (tomografía de emisión de positrones) para ver qué zonas del cerebro se activaban durante el coito. Claro, no puede ser lo mismo lo que sientes metido y participando en un experimento que lo que sientes en un lugar tranquilo y agradable".
Sin embargo, los resultados del estudio le parecen útiles para conocer mejor el placer sexual: "Por ejemplo, se ve muy bien cómo se encienden determinadas zonas y cómo se inhiben otras. Y es que esa inhibición es necesaria para perder el control en ese momento, y en ese estudio han demostrado que el lóbulo frontal, que hace de censor, se apaga".
A Bergaretxe le encanta poder verlos. "También se están realizando investigaciones por resonancia magnética y a medida que la tecnología avanza, iremos profundizando en el conocimiento. Yo, por ejemplo, tengo un interés especial en el proyecto Connectome project. El objetivo es ver por dónde van las neuronas. Me parece fascinante".