Metales y seres vivos, una relación complicada

Galarraga Aiestaran, Ana

Elhuyar Zientzia

En muchas definiciones de metales pesados se menciona que son tóxicos y son potenciales contaminantes del agua, del aire y del suelo, incluso a baja concentración. Sin embargo, a veces, a pesar de su peligrosidad para los seres vivos, no todos les afecta de la misma manera, por lo que la tolerancia de ciertos seres vivos a los metales pesados puede ser utilizada en beneficio de otros vivos.
Metales y seres vivos, una relación complicada
01/06/2007 | Galarraga Aiestaran, Ana | Elhuyar Zientzia Komunikazioa

Thlaspi caerulescens es una planta que sólo crece en terrenos con una alta concentración de metales pesados.
C. Weller/ARS
Los metales forman parte de los seres vivos, una parte pequeña en comparación con otros componentes, pero importante, ya que cumplen diversas funciones. En el cuerpo humano, el calcio es el metal más abundante (el 0,23% de todos los átomos que lo componen son átomos de calcio); es uno de los componentes de los huesos, tejido conjuntivo y músculos, y tiene otras funciones.

Otros metales, en una proporción mucho menor en el organismo, son tan imprescindibles como el calcio. El cobalto, el cobre, el hierro, el manganeso y el zinc son microelementos, es decir, la cantidad que el cuerpo humano necesita de estos minerales se mide en miligramos, y si el organismo no alcanza la cantidad mínima, aparecen problemas de salud.

El hierro, por ejemplo, es conocido porque se produce anemia si no se toma suficiente. Forma parte de la hemoglobina y de las enzimas que intervienen en el metabolismo energético. No es, sin embargo, el único metal relacionado con la hemoglobina o los glóbulos rojos. Cobalto

Es el componente de la vitamina B 12, asociada a la formación de glóbulos rojos. El cobre es necesario para transformar el hierro de la hemoglobina y asimilar el hierro de los alimentos. También participa en la absorción de la vitamina C.

Para crear glóbulos rojos es imprescindible el hierro, el cobre y el cobalto.
J. Kv/CDC

Por otra parte, el manganeso activa las enzimas que intervienen en la síntesis de grasas y está relacionado con la asimilación de las vitaminas C y B 1. El zinc es un componente de las enzimas digestivas que participa en el metabolismo.

Además de estos metales microelementos, existen otros que se clasifican en oligoelementos. Son níquel, cromo y molibdeno y se necesitan en cantidades aún menores a las anteriores (microgramos). Intervienen en el funcionamiento del área, en el transporte de proteínas y en el metabolismo de la glucosa, y en la formación de enzimas, respectivamente.

Todos los micro y oligoelementos mencionados son metales pesados. Sin embargo, los metales pesados son de mala reputación por su agresión al medio ambiente y a los seres vivos. Por supuesto, como ocurre con muchos otros elementos o compuestos, la clave está en gran medida en dosis. Sin embargo, otros metales pesados no tienen ninguna función en el organismo y son tóxicos en la dosis más baja. Son mercurio, plomo y cadmio.

Sin embargo, el mercurio, el plomo y el cadmio se encuentran en la vida cotidiana de las personas, al igual que otros metales pesados. Las baterías y pilas contienen plomo, mercurio, cadmio y níquel; el acero está hecho de hierro, y gracias a ello se levantan los edificios; el cobre se utiliza para conducir la fuerza de luz; los coches se fabrican en acero, aluminio y cobre; los electrodomésticos y muchos de los aparatos que se utilizan en los laboratorios como la medicina son metálicos... Está claro que los metales pesados son casi imprescindibles.

Las personas vivimos rodeadas de metales pesados.
De archivo
Debido a su uso, no es de extrañar que el medio ambiente llegue a pesar de que existen tecnologías y métodos para evitar o reducir los daños que producen. Muchos son acumulativos, ya que el cuerpo no los expulsa y, además, a medida que asciende en la cadena trófica, la concentración aumenta. Es decir, los seres vivos que están en la base de la cadena trófica acumulan metal, incluso los que los comen, aumentando la concentración… hasta llegar al nivel superior de la cadena trófica. Y ahí está el hombre.

Más que cuenta de dosis

Sin embargo, no todo es cuestión de dosis, sino también de la forma química en la que los metales tienen toxicidad. Por ejemplo, el elemento de mercurio es poco tóxico por boca ya que se absorbe poco y se elimina rápidamente. Por el contrario, el vapor de mercurio se absorbe en los pulmones y se producen intoxicaciones crónicas y agudas.

En general, los compuestos orgánicos de metales son más nocivos que los inorgánicos, como los compuestos orgánicos que contienen mercurio y cadmio son 10-100 veces más tóxicos que los inorgánicos. Pero siempre hay excepciones, y en el caso del arsénico, los compuestos inorgánicos son los más tóxicos.

Los metales pesados alteran la estructura del ADN y, por tanto, son causa de cáncer.
De archivo

Además, el estado de oxidación también influye en la toxicidad y el cromo es un ejemplo claro: Cr 3+ es un elemento esencial, pero Cr 6+ es muy carcinogénico. Además, pueden existir interacciones entre compuestos, por lo que su efecto sobre el cuerpo puede ser mayor o menor que individualmente.

Por otra parte, algunas formas de los metales son más útiles que otras, es decir, son más fácilmente solubles en el entorno y llegan a los seres vivos, por lo que tienen más posibilidades de dañarlos. Factores como la hidrofobicidad, la temperatura, el pH, las interacciones iónicas, etc. influyen en la disponibilidad de los metales y en la mayor o menor penetración en los cuerpos de los seres vivos (biodisponibilidad). Por ejemplo, al aumentar la temperatura aumenta la biodisponibilidad de los metales, el cloruro de cobalto y el cloruro de cobre se disuelven mucho más fácilmente al bajar el pH del suelo de 8 a 7 y el cloruro de cadmio es muy tóxico en agua salada.

Daños profundos

De este modo, los metales pueden adoptar una u otra forma en función de las condiciones, y así penetran en el organismo, por ejemplo inhalados, aspirados (plantas) o ingeridos (animales). Luego llegan al interior de las células por diferentes vías. Allí es posible que se elimine, se forme un compuesto y se convierta en inerte o que se acumule en algún compartimento dentro de la célula. En estos casos no produce daños.

Pueden existir interacciones entre compuestos que contienen metales pesados, por lo que su efecto sobre el cuerpo puede ser mayor o menor que individualmente.
De archivo
Pero es posible que la célula no sea capaz de hacerlo y entonces puede ser peligrosa. De hecho, al llegar a las células, el hierro y otros metales pueden interactuar con el óxido peróxido (H 2 O 2 ), dando lugar a la oxhidrilo radical (OH). Este radical, extremadamente oxidante, causa daños en los lípidos de la membrana celular, proteínas, ácidos nucleicos y, en general, produce daños metabólicos que pueden llevar a la persona a la muerte.

Por otro lado, algunos metales compiten con metales esenciales. Sustituidos por reacciones en cadena que impiden o modifican las funciones de las biomoléculas.

Influyen no sólo en el metabolismo, sino también en el ADN. Si llegan al núcleo celular se unen a las proteínas del ADN. Los metales también interactúan con el óxido peróxido en el interior del núcleo y los oxhidrilo radicales que se forman oxidan bases o desoxirribosa. Además, la pérdida de bases puede tener otras consecuencias, como la rotura de dobles hélices y formación de simples, puentes de proteína de ADN o puentes entre dos moléculas de ADN.

En la replicación del ADN, los metales pesados inhiben las enzimas que intervienen en el proceso, dando lugar a errores. También producen cambios en la síntesis de nucleótidos y en los procesos de metilación del ADN. Todos estos cambios afectan a la estructura del ADN y pueden ser causa de cáncer. Es más, aunque no se produzca ningún cambio en la secuencia del ADN, los metales pesados son capaces de dificultar la expresión de los genes debido a los cambios que se producen en las proteínas que intervienen en el proceso de transcripción.

Thlaspi caerulescens es una planta que absorbe zinc, cadmio y otros metales pesados y los almacena en hojas sin sufrir daños.
O. Distrito

Biorremediación

Los metales pesados, por tanto, provocan graves efectos sobre los seres vivos. Pero no es lo mismo: algunos organismos tienen una gran tolerancia a los metales pesados. La biorremediación se basa en el uso de seres vivos (microorganismos, hongos y plantas) o sus enzimas, que tienen la capacidad de absorber metales, acumularlos, transformarlos o eliminarlos, para eliminarlos o neutralizarlos.

Así, en muchos lugares se utilizan determinadas plantas para limpiar suelos contaminados con metales pesados. En el País Vasco, NEIKER, Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Agrario y el equipo de Biología Vegetal y Ecología de la UPV/EHU Jose Maria Becerrilak, por ejemplo, están investigando el uso de la planta denominada Thlaspi caerulescens para restaurar la salud de los suelos de Karrantza y de algunas zonas de la margen izquierda de Bilbao. De hecho, en estas zonas hubo minas, por lo que sus tierras están contaminadas con metales pesados (hierro, zinc, cadmio, plomo).

Según Lur Epelde, que trabaja en NEIKER, la salud del suelo se mide por los microorganismos que allí habitan. Son ellos los bioindicadores, que estudian la actividad de los microorganismos, la biomasa, la biodiversidad, etc. y saben cuál es el estado de salud de la tierra. Si los indicadores indican que la tierra está enferma, ponen en marcha una técnica de fitoextracción para regenerar el suelo, como la plantación de Thlaspi caerulescens.

Se está investigando el uso de la planta de Thlaspi caerulescens para restaurar la salud de los suelos de algunas zonas de Karrantza y de la margen izquierda de Bilbao.
L. Epelde
Esta planta se encuentra espontáneamente en terrenos próximos a las minas y sólo crece en zonas con una alta concentración de metales pesados. Su principal característica es que absorbe zinc, cadmio y otros metales pesados, almacenándolos en hojas sin sufrir daños. Concretamente los guarda en vacuolas de hojas. Así, en las hojas puede llegar a acumular 10.000 ppm de cadmio y 30.000 ppm de zinc, es decir, es un hiperacumulador.

A pesar de su reducido tamaño, es una planta que extrae gran cantidad de metales del suelo, por lo que es ideal para restaurar las zonas contaminadas. Plantan, dejan crecer y reciben la cosecha y la replantan. Con el tiempo, la salud del suelo mejora considerablemente, lo que se percibe en los microorganismos del suelo. Los bioindicadores demuestran que la planta favorece el suelo y no sólo porque lo limpia con metales. Además, las raíces de las plantas son una fuente de compuestos orgánicos que mejoran la estructura física de los suelos.

Algunas plantas que absorben metales a través de sus raíces son apropiadas para limpiar los humedales con metales pesados.
De archivo

En NEIKER también se están trabajando otras líneas. Además de los hiperacumuladores, se pueden utilizar plantas del suelo que no acumulan tantos metales pero que crecen mucho, como el vino y el sorgo. Con este tipo de plantas añaden quelantes (EDTA, EDDS...) al suelo para aumentar la disponibilidad de metales y facilitar la absorción de metales.

También se puede aprovechar la capacidad de absorción de metales por las plantas a través de las raíces. Lur Epeld reconoce que aún no han probado este sistema en NEIKER, pero que es adecuado para la limpieza de metales pesados en humedales y aguas subterráneas.

La interacción entre metales y seres vivos es, sin duda, compleja y peligrosa. Pero no hay que olvidar que sin metales no habría vida, al menos igual que la que hay en la actualidad.

Metales pesados en el mar
Uno de los grandes envenenamientos de metales pesados ha sido el pescado. Un claro ejemplo de lo ocurrido en 1956 en la bahía japonesa de Minamata es que el metilmercurio que emitía una fábrica de plástico se depositó en pescados y mariscos. Los habitantes de la zona se los comieron y ese año murieron 44 personas. Otros muchos sufrieron graves consecuencias que se vieron afectadas en la siguiente generación.
Tal vez por este hecho y otros similares, está muy extendida la creencia de que la principal fuente de metales pesados a base de alimentos son los pescados y mariscos.
La creencia de que los peces son la principal fuente de metales pesados a base de alimentos.
(Foto: De archivo)
Como ocurre a menudo, sin embargo, se cree que es medio corrupto. Aunque la mayor parte del mercurio que se ingiere en el País Vasco con alimentos procede de peces y mariscos, en algunos lugares de Francia la fuente principal son las setas. El plomo que toman los habitantes del País Vasco procede principalmente de bebidas alcohólicas, seguido de pan y fruta. Las principales fuentes del cadmio son los cereales y las verduras, así como el tabaco en los fumadores.
Sin embargo, la concentración de metales pesados en los alimentos está muy lejos de ser tóxica y la normativa al respecto es extremadamente estricta. En el País Vasco, AZTI-Tecnalia se encarga de analizar la concentración de metales pesados en especies marinas, y según Victor Valencia, es muy difícil llegar a concentraciones potencialmente peligrosas para el consumidor, ya que no sólo controlan el producto final sino que también vigilan la calidad de las aguas.
En Francia son las setas las que más mercurio consumen y en Euskal Herria el plomo procede principalmente del vino.
(Foto: De archivo)
Al margen de los controles, Valencia explica la complejidad de las vías biogeoquímicas de los metales pesados. En primer lugar, hay que tener en cuenta que los metales pesados o cualquier otro elemento se diluyen cuando llegan al mar. Además, debido a la composición del agua marina, normalmente se forman compuestos, se unen y precipitan. Por ello, las concentraciones de metales pesados en las aguas marinas son muy bajas, inferiores a las que se dan en las aguas continentales.
En principio, hay riesgo de acumulación en grandes depredadores (atunes, tiburones...), pero también hay muchos agentes implicados y no hay normas generales. De hecho, "aunque en la cadena trófica se dice que se van acumulando metales, no siempre es así", advierte Valencia. Una parte es eliminada y, además, la concentración varía según el ciclo. En ostras y mejillones jóvenes, por ejemplo, la concentración se estabiliza: sigue acumulando, pero a la vez crecen.
En principio existe el riesgo de acumulación de metales pesados en grandes predadores, aunque son muchos los agentes implicados.
(Foto: De archivo)
Finalmente, Valencia dice que muchas veces las muertes súbitas relacionadas con el vertido de un metal no son debidas al metal. En la mayoría de los casos, el vivo mata los ácidos de la solución, no los metales en disolución. Los asesinos suelen ser oxidantes (lejías), ácidos y bases.
Por todo ello, Valencia se posiciona a favor de que los metales pesados aporten a su medida el riesgo que generan en los seres vivos marinos y sus consumidores.
Después del accidente de Aznalcoll
El 25 de mayo de 1998 se agrietó el pozo que albergaba los restos mineros de Aznalcollar (Sevilla, España). En consecuencia, se vertieron 6 hm 3 de agua y lodos ácidos al río Guadiamar y a los terrenos circundantes. El Guadiamar es un ramal del Guadalquivir que lleva el agua hasta los humedales del Parque Nacional de Doñana. Por ello, el accidente tuvo una gran repercusión internacional.
La franja pirítica del sureste de la península Ibérica es la más importante de Europa y una de las mayores del mundo en sulfuros metálicos. El mineral de Aznalcollar tiene cobre, plomo, zinc y plata. Los minerales se extraían al aire libre y de parte de los residuos se obtenía ácido sulfúrico. El resto se recogía en el pozo.
(Foto: Wwal)
En el momento del accidente, el vertido captó tierras de arroz, algodón y cereales. También contaminó los olivos y las tierras en las que se cultivaban frutales, llegando hasta el río Guadiamar. Causó una enorme pérdida económica y causó grandes daños medioambientales. Se perdió la cosecha, murieron todas las especies acuáticas y prohibieron la pesca de supervivientes.
Las minas se cerraron y pronto comenzaron a tomar medidas para recuperar el espacio. En primer lugar se retiró el lodo y posteriormente se procedió a la restauración de la zona. En este sentido, la zona ha sido un importante laboratorio para probar técnicas de biorremediación.
En la actualidad todavía quedan restos del vertido. En el río, por ejemplo, han empezado a aparecer las mismas especies que antes del accidente, pero todavía son pocos los ejemplares. Eso sí, la concentración de metales pesados en los peces ha bajado mucho, pero la salud del río Guadiamar es mediocre, no sólo por aquel vertido sino también por la presión que se soporta antes y después. No obstante, el Consejo General de Investigación Científica del Estado español (CSIC) considera que las medidas adoptadas hasta la fecha han sido las adecuadas, por lo que seguirán trabajando en la misma línea.
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