"El factor que más ha influido en los últimos años en el concepto de muerte son los trasplantes". Son palabras de Luis Miguel Querejeta. Es Jefe del Servicio de Patología Forense, según él, durante muchos años los médicos no tenían problemas para asegurar la muerte de una persona: "Las huellas para cuando el médico llegaba al difunto eran visibles". Así, aseguraban la muerte con las técnicas disponibles: un examen médico ordinario, un fonendoscopio, etc. Sin embargo, los trasplantes cambiaron radicalmente porque "te obligan a jugar en la frontera".
Según Querejeta, a mucha gente le resulta difícil entenderlo. "La muerte no es súbita. Es un proceso, un paso del tiempo, en el que las funciones vitales se van apagando progresivamente hasta que la situación se vuelve irreversible. Debido a los trasplantes, hemos tenido que retroceder en el tiempo hasta el momento en que la muerte fisiológica aún no se ha producido pero las funciones son irreversibles".
Para que los órganos sean adecuados para su trasplante, los parámetros fisiológicos del cuerpo deben estar dentro de límites normales. Es decir, la presión arterial y el nivel de oxígeno de la sangre deben ser normales y la temperatura corporal no debe estar por debajo de los 32º C. "Eso significa que el corazón y los pulmones deben estar en marcha", ha subrayado Querejeta.
De hecho, la muerte (y la vida) no depende del latido cardíaco y de la respiración, sino que artificialmente se puede conseguir que una persona en estado irreversible tenga el corazón y los pulmones funcionando. Pero si se ha producido la muerte encefálica, es decir, si la actividad del encéfalo ha terminado, esta persona no podrá volver a la vida. Está muerto.
Querejeta explica que desde el punto de vista legal está muy claro cuándo y en qué condiciones se puede asegurar que una persona está muerta. "Según la causa podemos tener dos situaciones básicas. Uno es parar el corazón y los pulmones. En este caso, debes confirmar que no hay respiración ni latido durante 5 minutos. Esto se ve con un fonendoscopio y un electrocardiograma. Y la otra situación es que el encéfalo pierda sus funciones".
En este segundo caso, el médico deberá demostrar que el encéfalo ha cesado su actividad. La ley establece criterios para su certificación, en función de la causa de muerte y la edad. Querejeta aclara por qué: "Somos mucho más exigentes con los recién nacidos y los lactantes que con los adultos, ya que en ellos la capacidad de retroceder en una situación crítica es mucho mayor. Por eso podemos llegar a esperar 48 horas para asegurarse de que el encéfalo ha perdido actividad".
En cambio, con los adultos, y en las causas de muerte conocidas, es más fácil asegurar la muerte. "Por ejemplo, en el otro extremo del caso antes mencionado, puede estar el de una persona que ha sufrido un grave accidente de coche. Si vemos que los centros cerebrales están destruidos, basta con hacer un examen normal y un electroencefalograma para confirmar que está muerto".
De un extremo a otro, el tiempo que se tarda en asegurar la muerte cambia, y ahí entra en juego la normativa de trasplantes. En cualquier caso, la ley es muy clara, según Querejeta. "La ley no deja lugar a dudas. Esto no significa que no haya casos difíciles. Por ejemplo, en los casos de hipotermia, o en los que están bajo la influencia de drogas, no se puede asegurar la muerte hasta que desaparezcan estas condiciones. Pero desde el punto de vista clínico, los criterios son muy estrictos y claros".
Hace unos años, la mayoría de los donantes de órganos eran muertos en accidentes de tráfico. Pero esto ha cambiado radicalmente en los últimos años. Querejeta ha vivido de cerca el cambio: "Cuando yo empecé a trabajar aquí, el 90% de los donantes eran muertos en accidente de coche. Eran chicos jóvenes con traumatismo craneoencefálico. Ahora, afortunadamente, se han reducido mucho los accidentes de coche, lo que ha supuesto un cambio en el perfil de los donantes".
Dice que el perfil actual es el de una persona mayor con un derrame cerebral o un accidente cerebral isquémico repentino. "Esto provoca la muerte encefálica. De estos casos proceden la mayoría de los órganos que se trasplantan". A pesar de que el perfil de los donantes ha cambiado, Querejeta ha destacado que los trasplantes no han disminuido, "lo que significa que el sistema funciona correctamente". De hecho, en el ámbito mundial, el País Vasco es el territorio con una de las mayores tasas de trasplantes, muy por encima de Estados Unidos, Canadá y muchos otros países europeos.
Para que esto sea así, una vez comprobado que se ha producido la muerte, es fundamental actuar cuanto antes para que los órganos estén lo mejor posible. "Esto es lo que da urgencia a la situación. Cuanto antes vaya a ser extraído y transportado al lugar del trasplante, mejor estará el órgano", ha advertido Querejeta.
Además, hay que tener en cuenta que no todos los órganos tienen la misma capacidad de permanencia fuera del cuerpo: los riñones pueden durar entre 24 y 48 horas, pero el corazón y los pulmones sólo pueden durar entre 3 y 8 horas. Incluye hígado y arena (unas 12 horas) e intestinos (6-12 horas). Los tejidos, por su parte, duran mucho más: la córnea puede durar entre 5 y 7 días y los tendones y huesos pueden congelarse y permanecer años en buen estado.
Por otro lado, en ocasiones es posible que un paciente con el corazón y los pulmones parados se recupere gracias a un intento de reanimación cardiopulmonar. Según Querejeta, el médico debe valorar en cada caso la extensión del esfuerzo en función de la patología del paciente. "No está establecido un tiempo mínimo. Por ejemplo, a veces se puede alargar 45 minutos o una hora el intento de tonificación. ¿Por qué? Porque es un niño y has rescatado ahogado con la hipotermia, y tú sabes que en estas condiciones la situación es reversible".
Lo contrario: "Tienes un paciente habitual con una enfermedad cardíaca incurable que sufre una parada cardiopulmonar. Ahí está claro que no merece la pena dedicar 45 minutos a reanimar, porque ya sabes que no se va a revitalizar porque ya estaba muy débil".
Otro aspecto a tener en cuenta es el ético: "A partir de un momento, prolongar la reanimación no es ético, porque estamos convencidos de que la situación es irreversible y mientras tanto los familiares y allegados esperan y sufren inútilmente". Por lo tanto, según el caso, los médicos de urgencias deciden cuánto alargar la reanimación cardiopulmonar.
En algunos casos, el objetivo no es la recuperación del paciente, sino la obtención de un donante para trasplantes. Querejeta pone el siguiente ejemplo: "Un joven sufre un grave accidente de coche. Ha sufrido un gran traumatismo craneoencefálico y ha muerto. Si los servicios de emergencia llegan rápidamente al lugar de accidente y ven que se pueden recuperar las funciones cardiopulmonares, harán todo lo posible para que el joven vuelva a la vida, no porque eso no es posible, sino para tener un donante de órganos".
Querejeta ha alabado el trabajo de todos los profesionales que trabajan en trasplantes: "Desde médicos de urgencias hasta cirujanos que realizan el trasplante participan profesionales como la reanimación, el diálogo con familiares del fallecido, la logística... Es una cadena en la que todos los eslabones tienen importancia. Pues los profesionales que tenemos en cada uno de los eslabones hacen perfectamente su trabajo y gracias a ello conseguimos estas tasas de trasplante". Es la otra cara de la muerte.