Junto con el desconocimiento, o como consecuencia de éste, a menudo se produce un notable abandono en algunos grupos de animales, siendo los anfibios un claro ejemplo de esta reacción. ¿Cómo le pueden gustar a nadie esos animales tan fríos, húmedos, esbeltos y resbaladizos? La verdad es que los anfibios han sido durante mucho tiempo mezprechados en nuestra cultura, salvo en la gastronómica; los sapos, los txantxikus, los arrubios... siempre han estado unidos a las prácticas y leyendas más lujuriosas relacionadas con la brujería. Desaparecidos los hechizos, los sapos y las ranas se han considerado como un grupo de animales muy conflictivo y viscoso.
Pero nada más iniciarse en los estudios de los anfibios, todos estos sentimientos desviados caen inmediatamente y se sustituyen por fascinantes; si nos atrevemos a acercarse un poco, nos damos cuenta de que el ojo del sapo más temido oculta un precioso mosaico de colores. Sin embargo, entre los anfibios de Euskal Herria hay algunas raras y esbeltas ranitas que, sin necesidad de esfuerzos duros como éste, han sido capaces de superar todos los repuestos del poblado por su belleza evidente: las ranas de árboles ( Hyla sp. ).
La rana arbórea común ( Hyla arborea ) es una elegante ranita de 5 cm de longitud, lo que más llama la atención a primera vista es su intenso y brillante color verde. La cabeza es pequeña, más extensa que larga; los ojos laterales, grandes y notables, se ven envueltos en una línea oscura que va desde el extremo hasta las patas traseras, completando el mimetismo tan necesario para la supervivencia de esta ranita con la distorsión de la forma. El vientre es blanco por la parte ventral y también la papilla en las hembras. En los machos, la papa puede presentar una coloración variable: amarilla o marronácea a verde. Esto tiene su función, claro. De hecho, en la falda se sitúa la funda vocal con la que se realizan las canciones de la época. En primavera, entre abril y mayo, los machos comienzan a cantar en las orillas de los ríos y lagos, para lo cual se hincha el manguito de collar colorido, añadiendo a la convocatoria acústica la visual.
Como está claro, las ranas son animales que, en general, han alcanzado un alto grado de adaptación a la vida terrible, y que gracias a sus largas y afiladas patas traseras, poseen una gran habilidad para dar grandes saltos. Sin embargo, en el caso de las ranas arbóreas, la especialización en saltos aumenta: para mantener mejor el sustrato, al final de cada dedo presentan una copadura discoidal, característica de la familia Hylidae. Una rana de árboles cierra los ojos al dar un salto y no los volverá a abrir hasta llegar a su destino. En ese momento, y gracias a la epidermis vesical y húmeda de las copaduras, se adhiere mediante la superficie abdominal. Por todo ello, las ranas han colonizado la vegetación de las orillas de las masas de agua, que se ocultan en los juncos y en los puentes.
Pero la salida del agua y la colonización de la tierra tiene mayores obstáculos que el sistema de movimiento. Y para huir de los depredadores han necesitado algo más que saltos esbeltos. Por ello, insertados en la epidermia de las ranas arbóreas, y como ocurre en muchos otros anuros, aparecerán glándulas venenosas que segregan sustancias tóxicas para los depredadores. Por tanto, y aunque este sistema no sirve para todos los enemigos, (para los arroyos serpientes, entre otros — Natrix sp. —) si un depredador atropellara accidentalmente una rana de árboles, con estos venenos la liberaría inmediatamente.
¡Pero no creas que ver la ranita es tan fácil! Estas traviesas ranitas, capaces de cambiar la coloración de la piel y de tomar la del sustrato, van a tener mimetismo como primera vía defensiva, por lo que hay muchas horas agarradas a una rama o junco, tan paralizadas como si fueran de cera. Sin embargo, estos cambios de coloración no siempre dependen del sustrato y los factores que le afectan son múltiples: miedo, humor, variaciones de humedad y variaciones, color del cielo, etc. Y de ahí viene a esta singular ranita, entre otras cosas, la buena acogida del ser humano, por su uso como barómetro natural. Según esto, y aunque lo normal es el color verde, es fácil encontrar ranas de árboles azules, marrones, grises jaspeadas o incluso casi blancas.
Como hemos mencionado, todas estas especializaciones de las ranas son adaptaciones a la vida en tierra, pero esto no significa que hayan superado la dependencia del agua, ¡ni mucho menos! Y es que estos pequeños vertebrados normalmente tienen que vivir cerca del agua, y al igual que la mayoría de los anfibios, es necesario mantener el nivel de humedad corporal, con un riesgo grave de deshidratación. Por ello, el periodo de actividad de las ranas de árboles se extenderá desde la tarde hasta la madrugada y, salvo en la época de celo, no suelen ser visibles durante el día. Asimismo, en caso de verano muy caluroso, las ranas de árboles tenderán a la estiba y hasta que mejoren las condiciones exteriores se esconden en el foso, en los bajos de musgo o en los mojones vegetales, huyendo del sargori veraniego. Al no tener control de la temperatura de su cuerpo, incluso cuando el ambiente les resulta demasiado frío, pierden la actividad metiéndose en la luz invernal. Esta hibernación dura de octubre a marzo.
Al templar el tiempo, y cuando las orillas de las aguas se hacen de todo tipo de plantas nuevas y frescas, comienzan las Fiestas de Primavera para muchos animales y también para las ranas de árboles. A principios de abril, y adelantándose a las hembras, las ranas masculinas se adornan. Los colores de la funda vocal de la papa se refuerzan en esta época con tonalidades moradas. Y gracias a esta estructura, como si de un antiguo cooblaje se tratara, y unidos en grandes grupos, comienzan a reivindicar su viejo canto.
La importancia de este canto es enorme para la reproducción, ya que además de la convocatoria, sirve también para el conocimiento. De hecho, en los lugares en los que conviven la ranita común ( Hyla arborea ) y la ranita meridional ( Hyla meridionalis ), la falta de hibridación entre ambas especies se basa en la diferencia de cantos (Paillete, 1967), observación que se ha convertido en la base para la consideración de estas dos ranas de árboles consideradas antiguamente como subespecies de la misma especie.
La reproducción se produce en el agua, mientras que la fecundación externa se realiza con amplexos axiales. La rana gruesa sube sobre la espalda de la hembra, y gracias a sus conchas en el interior de las manos, la hembra se sujeta muy estrechamente por la parte posterior de los brazos, manteniéndose así durante mucho tiempo. En esta posición ayuda a la hembra a eliminar los huevos que ya tiene desarrollados. Y a medida que estos huevos vayan al exterior, se fecundarán con el espermio segregado por el macho.
La puesta o puesta suele ser nocturna, y cada hembra (por grupos en el fondo del pozo) deja cientos de ejemplares.
El desarrollo del huevo dura entre 12 y 15 días, pero puede variar con la temperatura del agua. Entonces, algunas glándulas específicas del extremo de la larva segregan una sustancia que afecta a la rotura de la cápsula del huevo, produciéndose la eclosión. La larva recién nacida de 5-8 mm apenas tiene capacidad para moverse; en tres días le aparecerán los ojos, las nasuchas y la boca, y junto a la branquias y la aparición de la cola, empezará a moverse el animalito que ya llamaremos la cabeza.
En esta época, la rana joven de árbol, que es la nueva rana de árboles, es fitófago, un animal que se alimenta de plantas (comiendo), aunque puede utilizar otros alimentos. Los renacuajos, por ejemplo, viven absorbiendo agua y filtrando los plancton y residuos orgánicos que circulan por ellos; el agua aspirada es expulsada mediante una estructura tubular que se abre a la izquierda de la cabeza, conocida como espiráculo.
El desarrollo de la mazorca tarda unos tres meses, aunque este periodo vuelve a estar relacionado con la temperatura y otros factores. Las transformaciones que se producen en este tiempo son tremendas: además de la aparición de patas evidentes y la pérdida de la cola, serán obligatorias otras adaptaciones fisiológicas profundas que requiere pasar de la vida acuática a la terrestre. La epidermis se convertirá en impermeable y los órganos de los sentidos deberán adaptarse al nuevo entorno. Por otro lado, al pasar de fitófagos a depredadores, se producirán transformaciones en la boca, las mordazas y el tubo digestivo.
Al final de todo este proceso, la rana joven sale a tierra y no volverá más al agua hasta que tres o cuatro años después llegue a la madurez sexual.
Sin embargo, sólo algunas de las centenares de regulaciones lograrán esto. Y al final, el sentido de poner tantos huevos estaría ahí: en ese alto nivel de mortalidad.
Sin embargo, hoy en día los problemas de las ranas vienen de otro lado. Se sabe que la mayor parte de la paliza que la sociedad industrial ha dado al medio puede ser recibida por los hábitats húmedos; se dice que los pozos y pantanos son lugares fangosos, fuente de enfermedades, o por lo menos el lugar de origen de los mosquitos que los extienden, que también se generan en nuestra planta contigua. Por estas razones, los habitáculos de las ranas se cubren de cemento, obligándolas a emigrar y/o desaparecer.
Este problema se agrava en el caso de las ranas arbóreas meridionales ( Hyla meridionalis ). En Hego Euskal Herria esta ranita es más encontrada que en Donostia, y aunque las observaciones vienen de hace tiempo (Bosca, 1879), se limitan a una zona concreta, por lo que se puede afirmar que se trata de una colonia expuesta y aislada. Sin tener en cuenta estos problemas, o lo que es peor, sin tener ninguna idea al respecto, en los últimos tres años se han secado dos grandes pozos de las ranas de árboles del sur. ¡Esta marcha sólo la veremos en libros!
¿No es hora de mirar con más detenimiento a esas ranas repugnantes?