Las vacunas se preparan con microorganismos muertos, derogados o partes de los mismos. Así, el organismo de la persona vacunada pone en marcha mecanismos de protección contra este microorganismo, pero al mismo tiempo éste no tiene la capacidad de provocar la enfermedad.
XVIII. En el siglo XX el viruela era una enfermedad mortal. En Europa a menudo se extendía en forma de epidemia y era una enfermedad endémica que causaba graves problemas de salud. El médico inglés Edward Jenner, nacido en 1749, descubrió que los campesinos afectados por el tipo de viruela que afecta al ganado vacuno eran resistentes a la viruela.
Además, la enfermedad del ganado bovino causaba síntomas humildes en el ser humano, mientras que la resistencia persistía durante muchos años. Por ello, hizo un experimento: extirpó el pus de una mujer que atropelló la enfermedad de ordeñar vacas y lo metió en la sangre a un niño sano de ocho años. Una semana después y durante un par de días, el niño sólo tuvo las habas que desaparecieron sin problemas en el lugar de la punción. Después le metió el pus de una persona enferma, pero no desarrolló la terrible enfermedad. Así, demostró que se generaba protección y el uso de la vacuna se extendió rápidamente por toda Europa. El nombre (vaccine) también fue recibido de la enfermedad que afectaba a las vacas.
Sin embargo, Jenner no fue capaz de explicar cómo se conseguía la inmunidad. Años más tarde, el químico Louis Pasteur declaró que los causantes de las enfermedades eran los microorganismos. Además, Pasteur demostró que lo conseguido por Jenner con la viruela se podía hacer también con otras enfermedades, entre ellas la introducción en la sangre de la bacteria atenuada del antrax, que la enfermedad no se desarrollaba y que se obtenía una protección a largo plazo.
Aunque el valor de las vacunas se demostró empíricamente, pasó un siglo hasta que se conocieron los fundamentos de la inmunología. La verdad es que es un sistema tan complejo que hay aspectos aún por resolver. El sistema inmune dispone de numerosos mecanismos para combatir las infecciones causantes.
Básicamente existen dos tipos de inmunidad. La primera es la inmunidad propia del nacimiento. Mediante muchos mecanismos impide la entrada de cuerpos extraños o los destruye en las primeras fases de la infección. El otro tipo de inmunidad es adquirida y se pone en funcionamiento si el agente extraño supera la inmunidad propia.
Entre las principales características de la inmunidad adquirida se encuentra la detección de elementos extraños al organismo. Además, el elemento extraño tiene la capacidad de distinguir unos de otros y conocerlos específicamente, lo que le permite dar respuesta a cada uno de ellos. Por último, una vez conocido el agente infeccioso, conserva su memoria, por lo que la respuesta a la siguiente infección será más rápida y eficaz. Todo ello es posible gracias a las células T y B del sistema inmune, así como a los anticuerpos que las producen.
Mediante las vacunas se consigue una inmunidad adquirida ante determinadas enfermedades. Para la vacunación contra una determinada enfermedad, el agente infeccioso se transforma para que pierda la capacidad de provocar virulencia o enfermedad. Pero tras la transformación conserva la capacidad antigénica, es decir, de provocar una respuesta inmune.
De esta forma, el organismo tiene preparados sus mecanismos de protección para el siguiente ataque del agente infeccioso. Algunas células especiales B (células de memoria) conservan el recuerdo del antígeno, por lo que crean anticuerpos específicos de forma inmediata y prolongada, y las células T también se multiplican cuando los agentes infecciosos penetran en la sangre. Esto provoca la destrucción o inactivación de los microorganismos, impidiendo el desarrollo de la enfermedad.
En la actualidad existen dos tipos de vacunas, bacterianas y víricas, en función del agente causante de la enfermedad que se pretende prevenir, ya que aún no se ha conseguido una vacuna para prevenir enfermedades causadas por protozoos o hongos. Ejemplos de vacunas bacterianas son la vacuna antituberculosa BCG, contra la fiebre tifoidea, y la triple vacuna DTP que recoge los anti-Kukutxeztul, Tetanos y Difteria. Por el contrario, los antigripales, la hepatitis B, la poliomielitis y la rabia o la vacuna triple vírica de sarampión, harcigalas y rubéola.
Tanto antibacterias como víricas se pueden hacer con microorganismos vivos o muertos. Los seres vivos que pierden la virulencia son abolidos, para lo que se reproducen en medios de cría apropiados para ellos, hasta que las nuevas generaciones pierden su capacidad de causar la enfermedad, otras veces se alteran genéticamente. En el segundo caso, mediante métodos físicos (calor) o químicos (ácidos y álcalis) se inactivan virus o bacterias. De esta forma los microorganismos mueren, pero no pierden la estructura que provoca la respuesta inmune.
Otros tipos de vacunas se producen con fragmentos de microorganismos que pueden ser proteínas, lípidos o polisacáridos con capacidad antigénica. Debido a la necesidad de un microorganismo completo para causar la enfermedad, las vacunas con sus partes no entrañan peligro. También hay vacunas con toxinas bacterianas, en cuyo caso las toxinas se someten al calor o al formol para que pierdan su toxicidad pero conserven su capacidad antigénica.
Además de los antígenos, las vacunas incluyen estabilizadores y antibióticos para evitar su deterioro, un asistente que refuerza la capacidad de respuesta inmune como las sales de aluminio y, en forma de excipientes, agua destilada, suero salado u otros.
Por otro lado, algunas vacunas protegen del único agente infeccioso. Las vacunas polivalentes, por su parte, se enfrentan a diferentes agentes de la misma enfermedad, como los tres tipos de virus que provocan la poliomielitis. Cuando en una misma vacuna se recogen antígenos de varias enfermedades, al igual que en la vacuna DTP, se les denomina asociados. Por último, las vacunas simultáneas son aquellas que, a pesar de tratarse de productos diferentes, se colocan al mismo tiempo, incluso por diferentes vías. Por ejemplo, la contra-poliomielitis se administra por vía oral y la DTP por vía parenteral, pero ambas se administran simultáneamente.
La inmunidad no se consigue inmediatamente después de la vacunación, normalmente suele durar unos meses, durante los cuales el cuerpo produce anticuerpos contra el agente infeccioso. Por ello, en general, la vacunación es una medida preventiva a medio o largo plazo que no resulta eficaz si se administra después de la infección. Sin embargo, hay excepciones como la vacuna antirrábica. Este caso es especial, ya que tras su introducción el organismo tarda más tiempo en causar lesiones irreversibles que en la producción de anticuerpos. Por lo tanto, una vez contaminada la vacuna, su aplicación es efectiva.
La inmunidad obtenida por las vacunas no es definitiva, ya que el número de anticuerpos que quedan en la sangre tras unos años no es suficiente para combatir la infección. En consecuencia, para el mantenimiento de la inmunidad, es necesario que las vacunas se administren más de una vez y, dependiendo del tipo de vacuna, se elabora un calendario de vacunación que incluya las dosis conmemorativas. El calendario se establece entre los 14 y 16 años a partir de los recién nacidos.
Las vacunaciones se realizan con dos objetivos principales: proteger a los individuos de las enfermedades infecciosas comunes o graves, y reducir su incidencia y extensión en el seno de la sociedad, al reducirse el número de pacientes, disminuyendo el riesgo de contagio.
Aunque los programas específicos de vacunación están en manos de cada comunidad, a nivel mundial se siguen las recomendaciones de la OMS. En el programa de inmunización realizado en 1974, esta organización proponía reducir la morbilidad y mortalidad de las seis enfermedades que afectan principalmente a los niños mediante vacunas: poliomielitis, sarampión, difteria, tosferina, tétanos y tuberculosis. El 8 de mayo de 1980, se cumplieron dos años desde que se diagnosticó el último caso de la viruela, por lo que la OMS declaró su erradicación y se suspendió la campaña de vacunación contra esta enfermedad.
Pidiendo la opinión de varios pediatras de Osakidetza, han querido dejar claro que para prevenir las enfermedades infecciosas no se puede prescindir de ellas. De hecho, aunque en algunos casos la protección que ofrecen las vacunas es muy útil, no hay que olvidar otros factores de gran importancia que afectan al desarrollo de enfermedades.
Las vacunas han permitido el dominio de enfermedades graves que antaño eran frecuentes. Junto a ello, dado que en la actualidad existen tratamientos adecuados para curar algunas de estas enfermedades, no es necesario que en todos los casos se den todas las vacunas y se preste más atención a otros agentes.
El bienestar y estilo de vida del niño influye enormemente en su sistema inmune. Por un lado, una alimentación adecuada, unos hábitos saludables y un ejercicio físico que le ayuda a mantenerse fuerte. Por otro lado, un buen estado psicológico también le beneficia y se protege más de las enfermedades. Por ello, hay que prestar mucha atención en aquellos momentos en los que el niño puede sentirse débil, como por ejemplo cuando empieza a la escuela, cuando los padres van a separarse o si ha tenido otro hermano. En esos momentos tiene un mayor riesgo de enfermar, por lo que para prevenirla hay que cuidar la afectividad del niño y enseñarle a superar las frustraciones. En definitiva, en la prevención de enfermedades, además de la vacunación, son muchos otros aspectos los que hay que tener en cuenta.
Además, en algunos casos habría que cuestionar si merece la pena o no vacunarse, y antes de tomar la decisión hay que tener en cuenta tanto la historia del entorno del niño como el número de enfermos que hay en la población. Por ejemplo, el aumento de casos de tuberculosis hace décadas hizo que en el calendario de vacunación de la AEE se incluyera el BCG, que ahora es la única comunidad del estado español que da esta vacuna. Pero esta vacuna tiene una serie de desventajas: es una vacuna vieja que protege sólo de los tipos más graves de tuberculosis y que puede producir falsos positivos en el diagnóstico de la enfermedad. Por todo ello, si no ha habido tuberculosis entre parientes y el niño no tiene que vivir en un lugar de especial riesgo, puede que no necesite vacunarse.
Otras vacunas, como las antitetánica y difteria, pueden ser totalmente recomendadas. Ambas enfermedades son causadas por toxinas bacterianas, por lo que aunque todos los niños de la zona estén vacunados, las bacterias permanecerán ahí y los niños no vacunados pueden enfermar con toxinas.
Por otra parte, algunos médicos consideran que las vacunaciones masivas obligan excesivamente al sistema inmune y provocan errores, aumentando así el riesgo de aparición de enfermedades autoinmunes. Según algunos estudios, el desarrollo de la celiaquía, algunas enfermedades degenerativas y diferentes tipos de diabetes puede estar relacionado con las vacunas. Además, algunas vacunas corren el riesgo de provocar efectos secundarios graves, mientras que otras permanecen protegidas a corto plazo y requieren una reinserción periódica.
Con estos ejemplos, estos pediatras quieren dejar claro que hay que tener en cuenta las características del niño y la vacuna. La última palabra la tienen los padres y tienen derecho a recibir toda la información para que la decisión sea responsable.
La inmunización obtenida a través de las vacunas se llama activa porque los mecanismos de protección los pone el propio cuerpo. En la inmunización pasiva se inyectan directamente ciertos anticuerpos (inmunoglobulinas) o células T activadas. En consecuencia, la protección es inmediata, pero tiene una duración máxima de dos o tres semanas. Se utilizan para curar más que para prevenir enfermedades y pueden provenir de seres humanos o animales que han pasado o han sido vacunados. |