Desde que hace 15 años los psiquiatras descubrieron que el cambio de estación tenía efectos psicológicos sobre el ser humano, se ha mantenido la idea de que el invierno reduce la actividad del cerebro, aunque nunca se ha demostrado, y cuando han tratado de demostrarlo se han obtenido resultados opuestos. El psicólogo de la Universidad de Tromso en Noruega, Tim Brenn, al realizar los mismos test con 100 habitantes del pueblo en invierno y primavera, observó que no había diferencias entre los resultados obtenidos y que, además, en los casos en los que había diferencias, los resultados de invierno eran mejores.
En el mundo no hay universidades situadas más al norte que la Universidad de Tromso; los habitantes de Tromso tienen una noche de 2 meses en invierno y dos meses en verano. Y si al tratarse de un invierno tan oscuro y largo no se aprecia la influencia de este invierno en sus habitantes, no tiene por qué aparecer en otras personas más meridionales. La afirmación aprobada durante 15 años, por tanto, no era correcta.