Los vikingos llegaron a la costa galesa y se encontraron con una colina en forma de serpiente. Le llamaron Great Orme, es decir, harra, serpiente de mar o algo así. Era un lugar bonito, aparentemente llamativo, en el que, además de belleza, la colina ofrecía otra cosa: el cobre metálico en sus entrañas.
Pero aquel cobre se explotaba mucho antes de que llegaran los vikingos. 1.600 años antes como mínimo. De hecho, según los arqueólogos actuales, Great Orme fue la mayor mina de cobre de la Edad del Bronce. Unos seis kilómetros excavados en aquella época han perdurado hasta la actualidad. Tras el análisis de estos túneles, los expertos calculan que en la Edad del Bronce se extrajeron 1.769 toneladas de cobre. Para ser en el Neolítico es una gran marca.
Esta marca es, en definitiva, un indicador de la historia del cobre y de la importancia que el bronce adquirió en el Neolítico. No es nada nuevo: La propia Edad del Bronce significa lo mismo. Y el bronce es sólo un cobre mejorado, una aleación al 90% de cobre, más dura que el propio cobre, más fácil de fundir y más adaptable. Al igual que el uso de cobre supuso un gran avance respecto al uso de la piedra y la madera, el bronce también supuso un gran avance respecto al cobre. Hasta que el hierro se impuso, el bronce era el metal más útil que el hombre conocía.
Las fuentes de cobre, como Great Orme, se explotaron perfectamente para conseguir el bronce. Sin embargo, la cantidad de cobre extraído no es más que una fragilidad en comparación con la producción de cobre en una mina actual.
La mina de cobre más grande del mundo es la de Chuquicamat, en Chile, donde se extraen más de seiscientas mil toneladas de cobre anuales, es decir, 350 veces más cobre que el que se extrae de la mina Great Orme en un solo año en 1.200 años. Y por si fuera poco, hay que tener en cuenta que en la mina Chuquicamata no se encuentra el cobre metálico, sino el mineral con cobre, que es calcopirita; para obtener de esta beta un kilo de cobre, hay que extraer al menos 85 kilos de calcopirita. Estos números son muy representativos.
A todo ello hay que añadir la huella del consumo de cobre. Según datos de la organización internacional ICSG, en los primeros once meses de 2005 se consumieron 154.000 toneladas de cobre más que los que produjeron. Y eso no es nuevo, es la misma tendencia que en años anteriores. Los países más desarrollados consumen cobre de forma desproporcionada y ahora, además, otros países, sobre todo China, India y Rusia, están incrementando este consumo. Ante esta situación, los países occidentales ricos comienzan a preocuparse.
Hay varias formas de mirar este problema. Una de ellas es la reflexión tecnológica y el primer paso puede ser comprender por qué tenemos tanta dependencia del cobre. Es una reflexión tecnológica sobre todo
el cobre también se utiliza en todos los aparatos eléctricos y electrónicos.
De hecho, en el caso del cobre, el cambio más brusco que se ha producido desde la Edad del Bronce ha sido el uso de la electricidad. Pero el cobre tiene otras aplicaciones: fabricación de tubos, utensilios de cocina, forma parte de algunas aleaciones, sirve para mantener diversas estructuras, radiadores de coches, etc. Sin embargo, el 45% del cobre utilizado en la actualidad se utiliza en componentes eléctricos.
¿Por qué? Pues porque el cobre tiene muy buenas propiedades, casi perfectas. La fabricación de hilos de cobre es sencilla, es un buen conductor, resistente, no es un material magnético y resistente a la corrosión. No es poco.
Por eso es muy abundante. Por ejemplo, un ordenador tiene unos dos kilos de cobre y un coche tiene al menos 20 kilos. La suma de los cables de un avión comercial permitiría formar un hilo de cobre de aproximadamente cien kilómetros. Si el cobre se agotase, sería una crisis enorme en esta sociedad.
Pero, ¿se nos acabará el cobre? ¿Ese riesgo es real? Es muy difícil de responder, pero algunos lo han intentado. En Estados Unidos, por ejemplo, el ecologista de la Universidad de Yale, Thomas Graedel, se ha esforzado. En su opinión, la respuesta es afirmativa, el cobre se agotará y se han realizado los cálculos para saber cuándo ocurrirá.
En primer lugar, se ha calculado la cantidad de cobre extraído en Norteamérica (Canadá, Estados Unidos y México). a lo largo del siglo XX. El resultado ha sido eliminado de la cantidad de cobre convertido en basura. Según ellos, el resultado es un buen indicador del consumo actual, ya que en Norteamérica se ha importado muy poco cobre. En el siglo XX. Este consumo ha sido calculado de otra manera. En la segunda se analiza el cobre de un solo municipio: El mismo municipio en el que se encuentra la Universidad de Yale, New Haven.
En ambos casos se ha obtenido un resultado similar. La media de utilización de cobre por persona en Norteamérica es de 150 kilogramos. Seguramente el resultado también puede servir para los países occidentales.
Hoy en día muchos pueblos consumen mucho menos cobre, pero es difícil decir cómo evolucionará este consumo. China, India y Rusia están disparando su consumo, pero otros países también pueden crecer económicamente durante décadas. Eso es muy difícil de predecir. Por ello, los ecologistas de la Universidad de Yale han realizado un cálculo drástico. Calculan qué pasaría si todos los habitantes del mundo consumieran lo que consumen hoy en Norteamérica. Por supuesto, para ello han valorado el crecimiento de la población mundial en las próximas décadas y han concluido que el cobre se agotaría para el año 2050.
Aunque el cálculo está realizado correctamente, no está basado en el consumo actual. Pero es evidente que la naturaleza no puede resistir durante mucho tiempo el consumo norteamericano o europeo. Además, en el cálculo no se hace referencia a la energía, el agua y otros recursos necesarios para la extracción del cobre. Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, además de agotar el cobre, los ecologistas anunciarían un enorme impacto ecológico.
En los últimos años se han propuesto muchos sustitutos del cobre, sobre todo para sustituir a los cables eléctricos. Se ha propuesto la fibra óptica para la transmisión de datos, la realización de conexiones eléctricas con el tamaño de las nanomoléculas, entre otras, la tecnología sin cables. Pero no hay solución que pueda sustituir al cobre. Todos son más caros, fabricados con materiales más frágiles o generan otros problemas (aumento de la radiación, problemas de seguridad, etc.). Quién sabe, quizá se pueda conseguir un sustituto útil, pero por el momento la tecnología no permite que el cobre que está disperso en el mundo sea sustituido por otra cosa.
¿Entonces qué? Pues hay que hacer una reflexión de siempre; los ecologistas de la Universidad Yale han dicho claramente que antes o después hay que empezar a reciclar el cobre. Es un concepto muy sencillo, en definitiva, en la naturaleza todos los elementos tienen un ciclo. Al final de la vida útil de lo que se consume, habría que buscar algún modo de convertirlo de nuevo en materia prima.
Es un concepto sencillo pero a poner en marcha. Son muchas las empresas que están desarrollando sistemas de reciclaje de cobre. Como siempre, es una cuenta de dinero; cuando la salida del cobre de los cables resulte más económica que la extracción subterránea, entonces se reciclará. Ese es el reto.