Se debe prestar atención a la piel para determinar la capacidad del animal para dar una respuesta adecuada a las condiciones ambientales, tanto buenas como nocivas. Esto se debe a que la piel sufrirá sobrecalentamientos --bruscos o, en procesos climáticos, de larga duración-; la piel permitirá detectar la composición del agua en épocas de aumento o larva; y se producirán en la superficie compuestos antibióticos potentes que protejan este tejido húmedo, que puede ser una oportunidad inmejorable para los agentes patógenos. La piel también se verá afectada por cualquier cambio que el ser humano haya provocado en el entorno. La corteza recogerá en primer lugar la contaminación, la lluvia ácida y los cambios que se produzcan en el suelo, la hojarasca, la estructura forestal o los niveles de luminosidad.
Inmediatamente ante los cambios se pondrá en marcha un complejo conjunto de respuestas fisiológicas, anatómicas o comportamentales. Los animales intentarán escapar del medio que ha cambiado, pero por su pequeño tamaño y limitada capacidad de movimiento, les resultará complicado y pasarán a ser estacionales. O, para evitar la pérdida de agua por deshidratación, sólo circularán por la noche y utilizarán depósitos subterráneos. O lo adornarán con colores llamativos para ahuyentar a los depredadores. Finalmente, millones de años de evolución les permitirá sobrevivir en ecosistemas extremos, desde el bosque boreal, donde hay ranas capaces de congelar sangre en la hibernación, hasta el desierto, donde algunos tipos de sapos pasan años bajo la arena.
De hecho, en este recorrido de millones de años los anfibios han alcanzado una enorme diversidad genética, y ese es el tesoro que nos ofrecen. Varios expertos ponen en evidencia este tesoro los arrabios de los trópicos: sólo algunas especies acumulan mayor diversidad genética que los grupos de vertebrados enteros. Si se lleva el argumento al extremo, se puede decir que para la biodiversidad es más grave la pérdida de uno de esos arrabios que la desaparición de todos los patos del hemisferio norte. Por tanto, la conservación de los anfibios es de vital importancia, sobre todo si se tiene en cuenta la actual decadencia global.
El futuro de los anfibios en todo el mundo no es próspero sino muy oscuro. La decadencia global es una realidad constatada en América, Australia, Europa... Y antes de obtener pruebas evidentes de la decadencia, la destrucción del hábitat fue la principal causa de la desaparición de los anfibios. A la pérdida del hábitat hay que añadir otras causas de declive generalizado: nuevas enfermedades, contaminación de zonas amplias como la provocada por la lluvia ácida, o aumento de los rayos ultravioletas de la clase B asociados a la capa de ozono. Todos estos factores --y sus interacciones - están causando efectos dramáticos en las especies y poblaciones de anfibios.
En Euskal Herria, sin embargo, todavía no se ha demostrado la influencia de estos otros factores, a pesar de que en determinadas poblaciones se han producido episodios de enfermedades locales y de que existen pocos pozos en los que se encuentran anfibios muertos en época reproductiva. Por el contrario, alrededor del Pirineo de Huesca se ha constatado la desaparición de poblaciones afectadas por la enfermedad de la 'pata roja'. Este tipo de plagas pueden aparecer en cualquier momento en el País Vasco, por lo que es importante hacer un seguimiento cuando los animales se acercan a los humedales para su reproducción.
Sin embargo, lo observado hasta el momento sugiere que el descenso de poblaciones de anfibios en nuestro territorio se debe a la destrucción de los hábitats originales. Las creencias, como se explicará más adelante, ya se han confirmado en algunas poblaciones.
La actividad humana de unos pocos miles de años ha transformado radicalmente el medio natural que hemos compartido con los anfibios desde su nacimiento. En Euskal Herria, en la vertiente atlántica, el bosque se ha convertido en tierra agrícola. El paisaje está formado por pastizales rotatorios, matorrales y restos de bosques antiguos que actualmente son sólo pequeños arbolados. Predominan las plantaciones forestales de coníferas foráneas y eucaliptos. Los robledales, hayedos y marojales se han conservado únicamente en la zona de montaña de la vertiente húmeda y en la zona de transición. En la vertiente mediterránea destacan los cultivos de secano y los viñedos.
Sin embargo, ¿se puede afirmar que estas transformaciones hacen que en la actualidad la comunidad de anfibios sea más pobre? Es difícil responder a esta pregunta. Uno sabe cómo eran las poblaciones hace miles de años. Sin embargo, los escasos fósiles encontrados y el análisis biogeográfico de los anfibios actuales indican que --llegaron en las épocas glaciares a través de las travesías de los Pirineos - existía una comunidad de anfibios como la que tenemos hace tiempo.
Tampoco podemos responder a la siguiente pregunta. Es decir, ¿son actualmente más abundantes o menos los anfibios? Se cree que han disminuido. Aunque en algunas zonas bien conservadas se sabe que la abundancia actual y la de antaño puede ser similar, en general se observa que la abundancia ha disminuido. Y no es de extrañar pensar eso, porque, como nunca antes, el XIX. Desde la industrialización del siglo XX, el medio natural ha sufrido en muy poco tiempo numerosos ataques.
En la vertiente atlántica se intercalan distintos ambientes muy similares a los continentales, por lo que muchos de los anfibios de aquí surgidos han vivido de forma cómoda en nuestro país. Los bosquetes, las huertas rodeadas de arbustos, los pastos y los campos de cultivo, la vegetación de ribera, los cursos de agua, los caseríos, los depósitos de agua, los pozos, los caminos vecinales y los senderos constituían un mosaico de hábitats que facilitaba la comunicación entre núcleos de población.
El riesgo radica en la fragmentación de este hábitat, bien a través de infraestructuras, bien mediante cultivos extensivos que igualan el paisaje. Esta transformación produce un efecto barrera con límites insuperables para los anfibios. Hay que tener en cuenta que el número de especies coincide con la diversidad de hábitats. Cuantos más ecosistemas diferentes, menor será la competencia entre especies, ya que explotarán los diferentes lugares de residencia.
Por ello, a la hora de diseñar la gestión del paisaje atlántico pueden ser decisivos los nuevos conceptos de fragmentación del hábitat y conectividad entre poblaciones, por ejemplo. La actual ordenación del territorio ha supuesto la necesidad de intervención sobre las poblaciones, que a menudo ha sido la única medida efectiva de protección. Se sabe que el número de humedales, la distancia entre ellos y la densidad de las carreteras condicionan la diversidad de anfibios entre otros.
La reducción y simplificación de hábitats como consecuencia de la fragmentación, la construcción de infraestructuras en el centro, muy peligrosas para los anfibios, hacen que poco a poco se aísle las poblaciones y disminuya el número de individuos. Y eso es lo que, desgraciadamente, está sucediendo en la vertiente atlántica de Euskal Herria. Las redes comarcales entre Bilbao y Baiona se están complicando hasta acabar con la separación entre los pueblos. ¿La ciudad vasca?
Se están produciendo lagunas faunísticas significativas e irrecuperables. La fragmentación no sólo impide la existencia de poblaciones continuas, sino que impide nuevas colonizaciones migratorias. En definitiva, se trata de evitar un flujo biogeográfico que ha permitido la distribución de las especies actuales. En consecuencia, al ser cada vez más reducidas, sin relaciones entre ellas y separadas por distancias crecientes, el único futuro que les queda a las poblaciones es su desaparición. Definitiva y, en algunos casos, inmediata.
La estructura espacial del sur de Euskal Herria es completamente diferente. También las especies de anfibios, originadas en el Mediterráneo y en la propia península. Por el contrario, son de vital importancia para la biodiversidad local. De hecho, en muchas ocasiones, nuestro área mediterránea es el límite norte de la distribución geográfica de estos anfibios.
En el valle del Ebro, en una extensa llanura tan seca como templada, el clima obliga a las poblaciones a vivir alrededor de los humedales. Muchos de ellos han sido construidos por el hombre. El patrón de distribución de los anfibios en la zona es el correspondiente a la presencia puntual, es decir, están íntimamente ligados a los lugares de reproducción de los anfibios, siendo las rutas migratorias entre pozos. En este caso, la vegetación mediterránea original juega un papel fundamental en la comunicación entre las poblaciones, el matorral autóctono. El fuerte impacto de las carreteras puede considerarse aquí secundario, limitándose únicamente a las zonas húmedas y a los puntos que atraviesan las vías migratorias.
Para estas poblaciones terrestres el cereal es el principal obstáculo. Las extensas zonas agrícolas se convierten en barreras. Y es que para los anfibios son un desierto: apenas tienen guarida, el sol pega de lleno y, además, están llenos de productos fitosanitarios que contaminan las aguas y eliminan los invertebrados. Los anfibios encuentran los últimos asentamientos terrestres en los escasos restos de matorral y setos entre parcelas que quedan. No tienen más.
Aunque parezca mentira, algunas poblaciones han desarrollado comportamientos y trucos para sobrevivir en las zonas más desfavorecidas del sur, frente a la estacionalidad y a las condiciones climáticas cambiantes como la sequía. Reducen la fase acuática de la larva para completar la metamorfosis antes de que el humedal se seque completamente. También pueden llevar a cabo un segundo periodo reproductivo de otoño o invierno aprovechando las lluvias de esos tiempos.
En los suelos húmedos situados en la vertiente atlántica es mucho más difícil la formación de charcas. Es cuestión de capacidad. Por un lado, manda el relieve y las empinadas pendientes favorecen la escorrentía superficial; por otro lado, la densidad demográfica es enorme y las poblaciones humanas se han instalado en esos lugares aptos para los anfibios. La desaparición de humedales, los rellenos, los campos de cultivo y las plantaciones, las construcciones y las infraestructuras han venido acompañadas por el hombre. Antiguos lagos y pantanos han sido sustituidos por balsas y balsas de temporada. En los que han permanecido, a menudo, la calidad del agua y el nivel del agua no son los más adecuados para los anfibios y, además, los cambios en el medio son constantes. Por tanto, los humedales no pueden llegar a la madurez.
El nudo se va estrechando. Alterados los hábitats, contaminados y sin futuro, los anfibios están condenados a vivir en condiciones penosas. Atrapados en una red de carreteras cada vez más compleja, cortados el intercambio y la comunicación entre poblaciones, se encuentran bajo llave. Al final, a pesar de ser anfibios, se ahoga.