La idea de que el desarrollo de la naturaleza es consecuencia de una evolución constante es muy antigua, ya que al menos los griegos clásicos la conocían. Según Heráclito todo se está vertiendo constantemente. En opinión de Enpedokles, el desarrollo de la vida es algo que va progresando gradualmente y pasa de seres imperfectos a otras estructuras más perfectas, tranquilas pero constantes. Parece ser que los atomistas, que se consideran como los defensores del evolucionarismo, creían que cada especie aparecía “ex novo”, pero aceptando que sólo permanecían bien adaptadas a su entorno, asimilaron la esencia de la teoría de la selección natural, pero podemos pensar que la base era sólo una especulación. “Ser verdad no permite mantener opiniones si éstas no están basadas en un análisis adecuado de las acciones”, señalaba un pensador. En este ámbito, los griegos no podían hacer más de lo que hicieron, es decir, plantear preguntas, problemas y buscar una solución palpable a través de la especulación.
En realidad han necesitado más de dos mil años y con ellos trabajos de varios investigadores para que los científicos tomaran en serio la hipótesis sobre la idea de evolución. Hasta la publicación de las obras de Darwin y Wallace, los científicos que no participaban en el debate del evolucionarismo dejaron este tema a los filósofos. Es más, hay que decir que la actitud de los científicos, incluso de la sociedad, era contraria. Los filósofos, por su parte, mantuvieron abierto este tema y no acertaron más que unas salidas que serían hipótesis de trabajo para los científicos. Por lo tanto, cuando la cultura tuvo una época nueva y más libre ver de nuevo este tema en Bacon, Descartes, Leibniz, Kant y otros filósofos no debe sorprendernos.
Mientras tanto, los científicos avanzaban constantemente recogiendo datos y poco a poco entrando en esta línea por el camino del evolucionismo. Algunos filósofos, al parecer, tuvieron ideas similares a las actuales sobre la transformación de especies (y la investigación experimental), pero la mayoría, por no decir todos, consideraban la evolución como un tema especulativo. Sin embargo, debemos reconocer que la filosofía ha contribuido a la teoría de la evolución. En la época que nos ocupa, por otra parte, los científicos y la filosofía eran a menudo idénticos.
Herbert Spencer, por ejemplo, a pesar de ser un buen biólogo le gustaba más la filosofía y antes de publicar como filósofo la obra “Origin of Species” de Darwin, completó y promulgó su sistema evolutivo. Pero en la misma época, el botánico Godron, por ejemplo, y a pesar de haber recopilado muchos datos sobre los cambios de las plantas, no aceptó la idea de evolucionismo. Tanto los filósofos como los científicos trabajaban correctamente. Mientras los filósofos debatían un problema filosófico que no era maduro para las investigaciones científicas, los científicos, actuando con prudencia, querían aceptar como punto de partida la mera especulación (ni siquiera como hipótesis) sin que la prueba fuera suficiente.
No obstante, como hemos visto anteriormente, el XVIII. y XIX. A lo largo de la primera mitad del siglo XX surgieron más científicos en contra de la opinión científica vigente, aceptando una u otra parte del evolucionismo. Buffon, por ejemplo, intervino entre la ortodoxia y las ideas del “encadenamiento de seres”, proponiendo finalmente las influencias directas del entorno en el cambio de seres. El poeta Erasmus Darwin, al escribir:
“Las metamorfosis de los animales, como cuando la cabeza se convierte en rana...; los cambios que supone el crecimiento artificial: como en los caballos, los perros y las ovejas...; las variaciones estacionales y medioambientales...; la unidad básica que se observa en todos los animales de sangre caliente ...; todas estas señales nos dicen que proceden de un tronco vivo y parecido”. Vemos las ideas de Lamarck y Saint-Hilaire, pero lo que influyó en Darwin (también en Wallace) fue Malthus.
Thomas Robert Malthus nació en 1766. Tras sus estudios fue nombrado sacerdote protestante de la iglesia de un pueblo de Surrey (Inglaterra). En aquella época, el crecimiento de la población inglesa era enorme y a la vez la situación de la vida a menudo era lamentable. En 1798 publicó su “Essay on Population”. En ella, reconociendo que la raza humana tiende a reproducirse constantemente, pensaba que si eso no se mantiene dentro de un límite generará hambre para todos. Por lo tanto, si esa frontera no se alcanzase civilizadamente, sería provocada por guerras, hambrunas y plagas. En este sentido, debemos recordar que en otras publicaciones de su libro se aprobó un adecuado control de natalidad y que en aquella época el control venía de la mano del retraso matrimonial.
La propia influencia que tuvo este libro en Darwin nos dijo claramente: “En octubre de 1838 con virutas y sobre todo de temporada, leí un ensayo sobre la población de Malthus. Debido a las largas observaciones que hacía constantemente a las costumbres y plantas de los animales, estaba bien equipado para comprender la lucha por la supervivencia en todas partes. Por eso pensó inmediatamente que mientras subyace la variedad más adecuada bajo estas condiciones, el resto desaparecerá. Esto provocaría la aparición de nuevas especies. Tenía una teoría para trabajar”.
Charles Robert Darwin nació en 1809 en Shrewsbury, Inglaterra. Su padre era médico local y el ambiente de la casa era bueno económicamente e incluso cultural. Al principio, como su padre, tomó el camino de Edimburgo para convertirse en médico, pero tras ver dos operaciones, en aquella época se realizaban sin anestesia, decidió abandonar esos estudios. Fue entonces cuando comenzó el camino de la Iglesia y, con la intención de ser pastor protestante, comenzó en las aulas de Christ’s College de Cambridge. Allí conoce al teólogo Henslow, que imparte clases de botánica. Éste le acogió y le hizo despertar su afición. Después de obtener su licenciatura en 1831, debido a las gestiones de Henslow, Darwin tuvo la mejor oportunidad de su vida, un viaje en un barco llamado Beagle.
En aquel navío tuvo la oportunidad de conocer las tierras y aguas de Sudamérica. Se quedó fascinado por la prosperidad de la vida natural en aquellos parajes y tuvo la sensación de que todos los seres vivos estaban interrelacionados. Tras su regreso a su casa, recogió y analizó todo el material recogido, y trabajó duro para elaborar sus cuadernos de transmutación. Quince meses después leyó la obra de Malthus y descubrió la clave de la teoría de los medios y procesos para el desarrollo de nuevas especies.
Los seres de una misma raza son distintos por sus características congénitas. Darwin lo aceptó sin pronunciarse sobre la causa de las desigualdades. Cuando en un grupo de seres crece el número y con ello aumenta la competencia por encontrar pareja, los seres con especificidades aptas para la vida o para la lucha por encontrar pareja tienen ventaja sobre los demás y como consecuencia la probabilidad de tener una vida más larga y la posibilidad de tener más crías y mejores. Además, esas crías heredarán las peculiaridades de sus padres. Por lo tanto, la misma raza irá cambiando debido a la progresiva desaparición de los seres más inadecuados, y por último, una variedad más sostenible y consistente de la misma raza.
Tomando esta idea como hipótesis, Darwin pasó veinte años recopilando datos y ensayando. Mientras tanto leyó un libro de maquinistas: de cría de animales domésticos, de horticultura, de historia natural. Realizó experimentos cruzando las palomas de la casa, estudió el transporte de las semillas, estudió la distribución geográfica y geológica de plantas y animales, es decir, puso delante de sus ojos todo lo que tenía que ver con el tema que tenía entre manos. Formó y ordenó los resultados de los trabajos en profundidad y expresó una habilidad especial en este campo, así como el significado de las acciones. Darwin era muy inteligente inventando hipótesis de trabajo, pero nunca cerraba los ojos ante los hechos. Escribe: “Siempre he tratado de guardar toda la libertad mental y, aunque me resulte muy atractivo, siempre he estado dispuesto a rechazar cualquier hipótesis que no se ajustara a los hechos.”
Para 1844 Darwin estaba convencido de que las especies no eran invariables y de que su origen era la selección natural. Sin embargo, no publicó sus resultados. Pero en 1858 recibió una obra escrita por Wallace en la que aparecía el núcleo de su teoría. Entonces Darwin, aunque inventado por la misma teoría, se puso a disposición de Lyell y Hooker, quienes decidieron presentar en breve el informe de Wallec y una carta de Darwin a Asa Gray en 1857 y un resumen de su teoría en 1844. Darwin comenzó a trabajar y resumió los resultados de todas sus investigaciones. Así, en 1859 publicó un gran libro titulado “The Origin of Species”.
Al principio mucha gente se asustó por esta teoría. Aquella forma de pensar cuestionaba, al menos en gran medida, las ideas religiosas y filosóficas de la raza humana. Hoy en día la idea de la evolución está totalmente aceptada, por lo que es difícil comprender el ambiente de aquella época. Sin embargo, debemos pensar que en aquella época había muy pocas personas capaces de entender las pruebas que se daban a favor de la teoría. Estas pruebas requerían de profundos estudios sobre los seres vivos y de los restos fósiles. Por eso, la mayoría tenía dos opciones: o negar las consecuencias de una teoría que no entendía en qué se basaba, o rechazar las ideas heredadas de los antepasados. La salida es totalmente conocida.
Pero el ataque a las ideas de Darwin no provenía únicamente de la gente menor. El prestigioso anatomista Owen, por ejemplo, estaba totalmente en contra y escribió una dura y áspera crítica. Por supuesto, muchos de sus compañeros estaban de acuerdo con él. Por el contrario, Hooker, Asa Gray, Huxley y Lyell, entre otros, se mostraron rápidamente a favor de Darwin. Desde el principio Huxley se puso al frente de todo el equipo. Él se puso el seudónimo de “El Perro de Darwin” y estaba dispuesto a desviar las flechas que venían en contra del libro de Darwin de todas partes. El más conocido de todos los conflictos de Huxley es el del obispo Wilberforce. En 1860 asistió a la reunión de la British Association de Oxford. El obispo era un hombre muy hábil, entre otras cosas en el campo de las ciencias naturales y fue elegido para defender la postura de la ortodoxia. Sin entender la verdadera esencia del problema, el obispo intentó romper la idea misma de la evolución. Huxley le dio una respuesta profunda y, más aún, le reprochó su desconocimiento e irreverencia en este campo.
Sin embargo, cuando Huxley, como buen científico, vio un hueco en la teoría de Darwin, no lo ocultó. Y al considerar que la creación de las especies sólo aparecía a través de la acumulación de variaciones, denunció que al lado se dejaba un punto de gran importancia, es decir, que los seres obtenidos mediante el cruce entre especies similares pero diferentes son a menudo estériles. La razón de esta esterilidad es difícil de entender si se considera que todos venimos del mismo tronco. Pero nadie le dio importancia a esta dificultad expresada por Huxley y se descartó en la creencia de que se iba a resolver con el trabajo y con el tiempo.
Tras superar el ambiente de exclamación, los biólogos de la época fueron aceptando el camino de Darwin y creían que la selección natural era suficiente para expresar la evolución. No obstante, esta aceptación no fue unánime y compartida. El etnólogo más famoso del continente, Virchow, no aceptaba esta teoría. Sin embargo, en Alemania las ideas de Darwin tuvieron un gran éxito y no sólo en los amantes de la naturaleza.
Filósofos y políticos coincidieron en la creación de lo que se denominó “Darwinismus”, en el que sus miembros a menudo eran más darwinistas que el propio Darwin. Junto a esto, las vías de Darwin, es decir, la observación y experimentación sobre las herencias y variaciones, fueron abandonadas a partir de los caminos especulativos. La sociedad reconoció la selección natural como causa adecuada y probada del origen y evolución de las especies. El darwinismo, de alguna manera, perdió la parte de su teoría científica, convirtiéndose en filosofía (o si se quiere en religión).
A partir de ahí se abrieron dos caminos: por un lado, el de los naturalistas que estudiaban la botánica y la zoología en la realidad, como el de los que estaban creciendo nuevas plantas y animales en caseríos y huertas, y por otro lado, el de los morfologistas del laboratorio. Para los primeros, las especies permanecían fijas y las nuevas variedades no venían por niveles y sin darnos cuenta, sino en bapate, indicando los cambios que se veían desde el primer momento. Los segundos, por el contrario, actuaban en sus especulaciones y sin consultar a los demás. Esta situación se corrigió en la última década del siglo y los investigadores de los laboratorios volvieron a investigar las herencias y variedades. Entonces vieron que sus ideas a menudo no se ajustaban a los hechos y en 1900 se encontraron obras de Mendel, olvidado, pero eso lo veremos en otro.
Aunque el propio Darwin reconoció que la razón fundamental de la evolución era la selección natural, no descartó totalmente la idea de Lamarck de la herencia de las particularidades obtenidas a través del uso o no de los órganos. Pero las pruebas que tenía en aquella época no eran suficientes para dar salida al problema. A finales de siglo el científico August Weismann dio un paso más en este campo. Esto implicaba una distinción entre cuerpo o some y células germinales. Las células de somas sólo producen células de su especie, pero las células germinales no generan sólo células de su especie. También crean el resto del cuerpo.
Por lo tanto, al ser una mezcla del cuerpo del ser, el verdadero tronco genealógico proviene directamente del plasma germinal. Cuando Weismann publicó sus conclusiones se sorprendió muchísimo. Los biólogos estaban acostumbrados a mantener la ley de utilizar o no órganos para responder a las preguntas del arreglo. Por otra parte, los filósofos evolucionistas, especialmente Spencer, reconocían que la herencia de las peculiaridades obtenidas a lo largo de la vida era la clave del desarrollo de la raza. Por su parte, los pedagogos y los políticos basaban esta teoría en el progreso de la sociedad. Sin embargo, y mientras los biólogos estaban aceptando nuevas ideas, los demás han seguido firmemente hasta ahora con sus propios prejuicios. Pero no pasar por herencia las especificidades obtenidas a lo largo de la vida significa que la naturaleza es más que una nodriza y que la herencia es más que el medio ambiente.