A la espera de la llegada del autobús o del turno de pago en el supermercado; a la llegada de la carrera; a disfrutar con tranquilidad de una buena obra en el museo. De pie, claro. No parece complicado. Sin embargo, no todos lo hacemos bien. Algunos, cuando están de pie, mantienen un hombro por encima del otro. Otros tienen la espalda inclinada hacia delante. Pero es cierto que en estas cosas de mantener la postura bien colocada hay auténticos artistas. Ahí están los mimos que, sin moverse, saben fingir que son de piedra o las famosas guarniciones del Palacio de Buckingham. Torpe o artista, todos tenemos que utilizar mucha información y más de un sentimiento para mantenernos de pie sin caer.
Si ponemos el títere articulado de pie y lo sueltamos, vendrá de arriba abajo inmediatamente. Al tener articulaciones, las piezas se desplazan y caen por el peso.
Tomaremos el muñeco rígido para el siguiente ensayo. Si mientras está de pie soplamos a la altura de los pies, se desequilibrará, comenzará la balanza y se caerá.
¿Cómo conseguimos que nosotros permanezcan de pie? Porque estamos dotados de un complejo sistema capaz de superar esas barreras, que tiende a estabilizar nuestro equilibrio constantemente.
Primero necesitamos un soporte. Esto nos lo proporciona el conjunto óseo y son huesos unidos por articulaciones que nos permiten la libertad de movimiento. Y después el movimiento. Esto se debe a las contracciones de los músculos asociados a estos huesos.
Cuando estamos de pie hay una fuerza que nos afecta desde fuera: nuestro propio peso. Debido a esta fuerza, las cabezas y los cuerpos tienden a caer hacia delante, las faldas flexionan sobre las piernas y las patas deslizan sobre los pies. Para estar quieto, esa fuerza debe ser accionada por otro contrario. Ese es el papel de los músculos: los contraemos y así evitamos esos movimientos que de por sí se producirían. A esto se le llama tono muscular. Cuando esta tensión se relaja, caemos sin remedio.
Pero eso es una explicación que sólo tiene en cuenta el aspecto mecánico. ¿Cómo conseguimos mantener el equilibrio en una postura? ¿Cómo conseguimos que cuando suena el viento, de pie o agachado, pero manteniendo la postura? Para que esto ocurra, es evidente que tenemos una forma de conocer la inclinación del cuerpo y de conocer los ajustes y correcciones que debemos realizar sobre la vertical.
Procesamos tres tipos de información que obtenemos a través de los sentidos para equilibrar la postura: las obtenidas con oído interno, visión y sensaciones que recibimos de los pies.
El oído informa a los centros nerviosos sobre la orientación y aceleración de la cabeza. Esta información nos llega a través de las células sensoriales que tenemos en los canales semicirculares y en el sistema otolítico, ya que en cada momento comunican la postura al sistema nervioso. Si le damos agitaciones muy continuas a la cabeza, estas células tienen demasiada información en poco tiempo. Quedan descontrolados y como consecuencia de ello, la caída al suelo tampoco es difícil.
La segunda fuente de información externa son los pies. Necesitamos dos informaciones: el contacto con el suelo y la posición con la pierna del pie.
La tercera y última fuente de información es el ojo. La visión tiene gran importancia en la capacidad de mantener la postura. Y si no, prueba: intenta mantener el equilibrio sobre una pierna. Con los ojos abiertos podrás comprobar que se consigue mucho más fácil que con el cierre.
Los vestíbulos, pies y ojos del oído interno no son suficientes. Además de toda la información que recibimos del exterior, necesitamos otros elementos orientados hacia el interior. El primero es el movimiento de los ojos. Esto da una posición respecto al vestíbulo del ojo. La segunda es la información que se obtiene de los músculos racideos. Estos músculos están situados a ambos lados de la columna y comunican la posición con la cabeza de los miembros inferiores.
Conociendo toda la información así obtenida, podemos conocer nuestra posición en el espacio en cada momento. Toda esta información va a los centros nerviosos, desde donde automáticamente llegan los órdenes necesarios para el equilibrio mediante el control del tono muscular. Este automatismo se denomina sistema postural.
La posturología, que busca su lugar en el campo de la medicina, tiene como objetivos analizar el sistema postural y desarrollar técnicas adecuadas de diagnóstico y curación en problemas posturales.
Hemos visto que es posible manipular las entradas de información del sistema postural. Por ejemplo, podemos pedir a una persona que tenga los ojos cerrados o abiertos y así obligar a que su sistema postural actúe de otra manera. La realización de este tipo de ensayos ha permitido conocer que el sistema postural es hasta 250 veces más preciso cuando se dispone de acceso a la visión.
Como ya se ha mencionado anteriormente, las informaciones que recibimos de diferentes fuentes no las usamos de cualquier manera, sino en contacto. En consecuencia, en aquellos casos en los que exista un fallo en el movimiento de los ojos o en el funcionamiento del vestíbulo, la información obtenida a través de la vista no tiene gran valor. En estos casos resulta imposible descodificar esta información visual. Diremos que quien tiene este error es ciego postural.
Desde hace unos diez años sabemos que cuando el niño de un año empieza a dar sus primeros pasos, si se le ponen trabas para ver que no puede mantenerse de pie. Estudios más recientes han explicado que ni siquiera los niños de diez años han integrado completamente la vista en el sistema postural. El concepto de ciego postural debe aplicarse, por tanto, únicamente al adulto que se mantiene mejor de pie que con los ojos cerrados.
Las técnicas de reafirmado postural de los indicios no son muy complejas: la clave está en el funcionamiento visual del sistema postural. Para ello el paciente se sienta en una silla que gira para cortar la información del vestíbulo y se sube a una plataforma inestable para anular también la información de los pies. Como sólo le queda la información que recibe a través de la vista, debe aprovecharla para mantenerla de pie. Tras tres meses de ejercicio, normalmente el paciente ha recuperado su sistema postural.
Otro tipo de problemas que estudia la posturología es el denominado reflejo pos-tural. Para analizar qué son estos reflejos vamos a ver en qué consiste el test inventado por el médico japonés Fukuda. Si una persona golpea suavemente el talón con los ojos cerrados y los brazos extendidos hacia delante, levantando poco los pies, se verá que girará a un lado y otro sobre su eje. El test del fuero mide el tamaño de esta desviación. Normalmente este desvío es menor que el 30.
El mismo test, pero con la cabeza girada hacia la derecha, el cuerpo gira rápidamente hacia la izquierda. Y al revés, con la cabeza girada hacia la izquierda y en el talón, el cuerpo se desplaza hacia la derecha. Este test pone en marcha el llamado reflejo de nuca. Este reflejo se debe a los músculos de la nuca. Si una persona no responde correctamente al test es porque sus músculos de la nuca no actúan simétricamente.
Otros tests similares permiten conocer el tono de los diferentes músculos y corregir así los problemas posturales.
Como hemos visto, nuestra forma de dirigir la postura es influir en los inputs o entradas del sistema postural. La visión permite reconstruir la simetría del tono muscular y fijar el equilibrio postural.
Veamos otro ejemplo. Los niños con estrabismo inclinan los pies hacia dentro cuando caminan y tener torticolis no es raro. Su sistema postural está perdido porque hacen una interpretación errónea de las informaciones visuales del espacio.
Se ha propuesto la utilización de prismas para estos casos. El objetivo de estos prismas es desplazar la imagen para compensar el error propio de los ojos. Con estos prismas, por tanto, la vista quedaría corregida y así evitar los efectos nocivos que el fallo visual puede causar en la postura.
Como hemos visto, mantener de pie requiere una habilidad fina. La ciencia tiene que analizar los mecanismos de esta habilidad y la posturología está en ese camino.