En 1880 Antoine Abbadia, apasionado astrónomo, instaló una lente meridiana al oeste del castillo, en una gran sala preparada para ello.
Gracias a esta herramienta podía determinar el movimiento y la posición de las estrellas. Los círculos están divididos en grados centesimales y no en sexagesimales, como es habitual. El señor Abbadia intentó introducir la división decimal del ángulo y del tiempo, pero no tuvo éxito en ello.
En su donación a la Academia de Ciencias en 1896, Abbadia declaró: “que el Observatorio publique y divulgue el catálogo de 500.000 estrellas”. Consciente de la prosperidad de la obra, pidió que la llevaran a cabo religiosos que “están fuera de los quebraderos de cabeza de este mundo”. Al mismo tiempo, puso al frente un oratorio belga del observatorio: Padre Verschaffel. Sin embargo, el Consejo de Estado rechazó la cláusula solicitada y Antoine tuvo que modificar su donación. Sin embargo, la Academia de Ciencias le aseguró que se respetaría su deseo.
Antoine murió en 1897 y el Observatorio ya funcionaba muy bien. El padre Verschaffel, astrónomo imaginativo, fue quien inventó el primer cronógrafo registrador.
Tiene el mérito de formar a sus jóvenes, que manejaban con gran destreza la lente meridiana.
Las primeras publicaciones aparecieron en 1902. Trabajaron hasta el comienzo de la guerra mundial, cuando hasta entonces se publicaron 26 catálogos de estrellas que dieron fama al Observatorio de Abbadia en el mundo de la astronomía.
Con la entrada de los alemanes, los trabajos se suspendieron.
Tras la guerra, la Academia decidió reparar el Observatorio. Con la ayuda del Observatorio de Burdeos, la lente fue equipada con un micrómetro impersonal y material electrónico moderno.
En 1962 el Observatorio se reanuda y participa en dos grandes programas al amparo de la Comisión Astronómica Internacional: En el programa SRJ, bajo la dirección de la Marina de Washington en Estados Unidos y P. 2. En T., con el observatorio de Tokio.
C.N.R.S. (Centro Nacional de Investigación Científica), que asegura la financiación de personal y material, ordenó en 1975 el cierre de todos los pequeños observatorios, incluido el de Abbadia, con el fin de mejorar la distribución de su presupuesto en grandes proyectos. En Francia sólo queda una lente meridiana: Del Observatorio de Burdeos, que en aquella época era experimental y que actualmente está trabajando. Se trata de una herramienta totalmente automatizada y representativa de los grandes avances técnicos: la asociación informática y electrónica.
El último director del Observatorio de Abbadia, el canónigo de Magondeaux, se retiró a la vida contemplativa y pasó su tiempo en la sala de frailes y en la capilla del castillo.
La lente meridiana, cumpliendo su función y en adelante inmóvil, está muy presente protegida por los locales. De vez en cuando nos cuenta su historia: lo que ha visto y lo que no ha visto. En una ocasión, Antoine, preocupado por el cálculo de la constante de refracción, quiso echar un vistazo a la cumbre de Larrun, el monte situado al otro lado del observatorio. Para llevar a cabo su experiencia, en las gruesas paredes de piedra del castillo realizó orificios circulares de este a oeste.
No conoció bien los efectos de la difracción de luz y no vio nada (salvo el negruzco). Sin pretender ocultar su vacío, grabó en la piedra bajo el último orificio las siguientes palabras: “no ver, no aprender.” Son palabras que ponen a la vista una cierta humildad, con una pequeña dosis de humor. A su manera, Abbadia, un sabio humanista, nos hace un guiño maravilloso, porque fue la lente la que la vio...