Especies resbaladizas, estereotipos viscosos

Medina, Rafa

Conneticuteko Unibertsitateko biologoa

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Ed. Guillermo Roa/Elhuyar

Ocurre alguna vez que una determinada forma de expresar una idea resulta especialmente atractiva, fácilmente asimilable y reproducible y, finalmente, difícil de descartar cuando se observa que no es del todo correcta. Como si fuera viscoso. Se critica a menudo, por ejemplo, el ejemplo utilizado para representar la evolución: la fila de peatones homínidos, un hombre moderno erguido en la cabeza y un rayo peludo y agachado en el otro extremo. Es cierto que el ser humano proviene de otros primates, pero también es cierto que esta imagen transmite una idea errónea de la evolución que sugiere un proceso lineal de progreso y mejora.

A pesar de que no es tan conocido, existe un problema similar cuando queremos explicar en biología qué queremos decir con el término especie. Un amplio colectivo de personas interesadas en la ciencia y muchos biólogos se verán recompensados por el interminable debate existente entre los partidarios de una definición y otra. Llevan decenas de años sin poder llegar a un acuerdo y nunca van a ser de la misma opinión, probablemente porque las especies son convenciones humanas que sólo existen en nuestra mente. Quizá los más atrevidos defiendan el concepto biológico de la especie (aquella definición que aprendimos en el instituto, es decir, que son conjuntos de poblaciones con capacidad de reproducción conjunta y que dan lugar a posteriores fecundos), la mejor de las malas definiciones.

Hay que decir que, a pesar de no ser el tema científico más atractivo para la mayoría de la población, no hay que quitar importancia a este tema: la especie es, digamos, la unidad fundamental de la biodiversidad. Sería preocupante decir que las limitaciones impuestas a las especies son consecuencia de decisiones arbitrariamente tomadas por un número reducido de biólogos, y no por la investigación científica, teniendo en cuenta que, además de la presencia de especies en los listados de flora y fauna, éstos se basan en metaanálisis ecológicos para evaluar el cambio climático o en establecer criterios importantes para priorizar la conservación de determinados espacios protegidos frente a otros.

Afortunadamente, el verdadero panorama no es la locura que nos sugiere el estereotipo viscoso. Sí, es cierto que no hay acuerdo sobre cómo definir una especie en el plano teórico, y también es cierto que la aparición de este tema en varios círculos puede provocar de repente un intenso debate. Sin embargo, los resultados de las investigaciones que se realizan sobre la delimitación y localización de especies no difieren sustancialmente de otras conceptualizaciones científicas: la determinación (discutida y tocada por errores, como siempre) se realiza mediante revisión por asimilados, pudiendo ser contrastada o revocada por otros expertos. El debate parece quedar en un plano muy teórico, pero en la práctica los diferentes conceptos no tienen por qué excluirse uno del otro. Al igual que en el relato de ciegos que intentan describir un elefante, las definiciones de la especie son el resultado de diferentes puntos de vista sobre un mismo tema: normalmente una especie determinada puede ser conocida de forma coherente desde diferentes puntos de vista (morfológico, ecológico, filogenético...).

¿Qué provoca entonces el "ruido"? Ninguna definición de especie es insignificante (si fuera alguna, el debate no se alargaría tanto), y al mismo tiempo ninguna es insignificante. Por ejemplo, el concepto biológico es atractivo y viscoso, pero en ningún caso puede establecerse como un criterio universal (porque entiende la hibridación de una manera muy sencilla o porque se limita a los organismos con reproducción sexual). Los diferentes “conceptos de especie” son más útiles como huella que como definición. Cada vez más, la descripción y delimitación de las especies requiere un análisis integrado del mayor número de datos posibles: morfología comparada, filogenia, paleontología, ecología, etc.

Es cierto que la conceptualización y delimitación de las especies es resbaladizo por diversas razones. Una de ellas es la incertidumbre. Encontrar relaciones entre unos organismos y otros es una tarea muy difícil, máxime si tenemos en cuenta que no podemos tomar todos los organismos y extraer su ADN, ni realizar cruces entre todos para ver si tienen posteriores fecundos, ni conocer todos los fósiles del pasado para ayudar a tomar una decisión u otra. Nuestro desconocimiento es tremendo, por lo que las decisiones taxonómicas son siempre hipótesis de trabajo y a menudo, a medida que obtenemos más información, las sustituimos por otras cada vez más estables. No debemos confundir esta incertidumbre con la arbitrariedad o el capricho.

Otro elemento a tener en cuenta es el tiempo. Las especies son el resultado de una interrupción puntual del árbol de la vida, pero como todos los organismos de la biosfera han tenido el mismo ancla, las especies forman parte de una continuidad en el tiempo. Este doble carácter, a la vez continuo y discontinuo, se convierte en una dificultad cuando una especie se separa en dos (especiación). El estudio de un proceso de especiación puede resultar confuso, ya que estaremos viendo una imagen fija de un proceso en desarrollo --no previsible -: los diferentes conceptos de la especie pueden no ser coherentes entre sí, en los casos en los que el objeto de estudio se encuentra en transición, y tendremos una falsa percepción de que el problema se encuentra en definiciones diferentes.

¿Se puede desarrollar una ciencia como la biología en torno a un concepto clave que aparentemente todo el mundo utiliza, pero que no puede incluirse en una definición de dos o tres líneas? Parece que sí. Aunque haya estereotipos viscosos, no hay razón para cuestionar que las especies son elementos propios de la ciencia, como los genes y los ecosistemas. La dificultad, quizás, son los límites de la lengua y no la capacidad que tenemos de encontrar y caracterizar a estas entidades a través de la acción de emprender.

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