El descubrimiento del universo superreducido ha sido una de las grandes revoluciones de nuestro siglo. El análisis del comportamiento del mundo subatómico (y por tanto del control) es ya una historia que dura casi cien años. Esta historia es la historia de la física cuántica.
El primer paso básico que se dio para definir el comportamiento de las fracciones subatómicas fue la invención de una función matemática. Erwin Schrödinger es el científico que llevó a cabo este trabajo en 1925. A través de esta función matemática, denominada “función de onda”, se puede encontrar la localización, con mayor o menor probabilidad, de las fracciones subatómicas durante la experimentación en el laboratorio. Esta fórmula es tan apropiada que permitió a través de ella (y de otros principios) crear potentes tecnologías de láseres, superfluidos, superconductores, electrones microscópicos o explosivos de neutrones. Sin embargo, este funcionamiento fáctico de la teoría ha ido acompañado de problemas, ya que la imagen del universo que nos ofrece esta teoría es totalmente opuesta a la intuición.
En 1927, entre Einstein y Bohr, fundadores de la teoría cuántica, se inició un profundo debate sobre el contenido filosófico de esta teoría. El mundo que describe las funciones de onda según Bohr es en sí mismo probabilista. La función de Scrödinger no sólo nos define las probabilidades de encontrar un electrón en la órbita del átomo, sino que también nos definen que la identidad del átomo está dispersa en los diferentes lugares de la órbita. La personalidad del electrón, por tanto, está diluida en las distintas zonas de la órbita. Es más, mientras no se observe el electrón en esta órbita la fracción sólo tendrá una existencia potencial. Esto significa que, mientras los científicos no observan, el mundo microfísico no está determinado.
Einstein, pensador de formación clásica, no podía aceptar este punto de vista de Bohr y por ello defendió que la función de Schrödinger sólo indicaba probabilidad subjetiva. Subjetivo significa que la probabilidad de onda explica nuestro desconocimiento del mundo microfísico. Por el contrario, Einstein considera que el mundo microfísico está completamente determinado (la posición y velocidad del electrón, por ejemplo) y que si la física cuántica no explica estas variables en sus fórmulas es una teoría incompleta, aunque es correcta. Einstein propuso la creación de una teoría que tuviera en cuenta estas variables ocultas, acercándose así a la física determinista clásica.
Intentando aclarar estas ideas, en 1935 expuso la paradoja conocida como EPR (símbolo de los nombres de los científicos de Einstein-Podolsky-Ros), en la que se explica esta situación. En 1964 el físico irlandés John Bell consiguió explicar esta paradoja en términos lógicos mediante una fórmula matemática. A nivel teórico, al menos, ya era posible saber quién tenía razón en aquel debate, Einstein o Bohr. En 1981, Alain Aspect consiguió llevar a cabo un experimento de laboratorio específico para verificar esta fórmula lógica y sus consecuencias fueron brutales: el mundo microfísico está indeterminado antes de ser observado.
Esto ha sido demasiado para muchos físicos si tenemos en cuenta, además, la imagen que históricamente han tenido los físicos de su trabajo. La labor de los físicos ha sido siempre el mundo de la objetividad y el determinismo, y ese ha sido uno de los hitos que han tenido con la meticidad. ¿Dónde estaba entonces la física? No es de extrañar que muchos físicos hayan caído en puro instrumentalismo. A juicio de los instrumentalistas, la teoría cuántica es muy útil para crear tecnología y mantener la naturaleza bajo control, pero no es capaz de dar una imagen global de la realidad.
Ante la revolución provocada por los resultados finales, David Bohm (que fue alumno de Einstein), al igual que su maestro, defendió que el universo es real y está muy determinado. En su opinión, la realidad universal está unida en un soporte más profundo y ajeno a las dimensiones que estudia la ciencia actual. Las cualidades que aparecen diferenciadas en nuestro nivel (fracciones individuales, seres vivos, inteligencia, etc...) son sólo reflejo de la unidad del universo cósmico a nivel profundo. Este modelo fue desarrollado matemáticamente en 1951 y desarrollado en 1980. Esta visión supera el indeterminismo del experimento Aspect en.
El nuevo racionalismo de Bohm no ha sido considerado entre los científicos. Es heterodoxo y además trabaja actualmente con Krishnamurti, un filósofo del más alto nivel de la India, analizando los conceptos de espacio y tiempo que tienen los filósofos orientales. Esto ha sido demasiado para la ciencia ortodoxa y el físico que fue nombrado candidato al Premio Nobel está intentando olvidarse.
El núcleo de la filosofía de la ciencia, tras escribir el “Tractatus”, atribuyó al filósofo Wittgenstein las limitaciones sobre lo que se puede hablar con ese libro y él, dibujando un círculo, respondió:
“Sí, he marcado las limitaciones de lo que se puede hablar (de este círculo), pero el mundo que me interesa es el que está fuera de este círculo, el que la ciencia no puede hablar”. Albert Einstein decía en sus memorias filosóficas que “cuanto más antiguo es más místico (metacientífico) sentirse, cada vez más preocupado estaba por las preguntas que la ciencia no respondía, porque las más importantes eran esas preguntas. Son sólo dos ejemplos de los pensadores más altos que hemos tenido en Occidente. Todos sabemos la afición y adhesión de Bohr y Schrödinger a la mística oriental porque creían que los huecos interpretativos de la física cuántica se encontrarían en esas remotas místicas. ¿Y qué decir de la aproximación de Heisenberg a la filosofía griega?
La física cuántica ha abierto nuevos caminos entre la ciencia y la religión (mística, metacencia) 500 años después de que estas ramas del pensamiento se alejaran. El resultado de esta entrevista se verá posteriormente, pero entre los científicos con formación filosófica ya no hay duda, el conocimiento (aunque sea científico) no genera automáticamente conocimiento y la ciencia occidental actual explica claramente esta incapacidad. La ciencia occidental tendrá que actuar con humildad si quiere socializar su aportación progresista y el dogmatismo nuclear en la estructura de la ciencia (T. S. Tal y como ha explicado Kuhn de una manera inequívoca) deberá abandonarlo.