El efecto de las vacunas del COVID-19, en general, está siendo aún mayor que el esperado en las sesiones clínicas. En los países de vacunación más avanzada se observa que la introducción de los grupos más vulnerables de la población tiene consecuencias directas en la mortalidad y en los ingresos hospitalarios, incluso son capaces en cierta medida de interrumpir la transmisión del virus. El éxito es tan notable, ya que el porcentaje de personas que rechazaban las vacunas ha disminuido en muchos países, incluso en los que la oposición era importante.
En este sentido, es paradójico que en Hego Euskal Herria, donde en realidad es la principal actitud a favor de las vacunas, haya grupos que ahora estén llenos de dudas. Esto es lo que han conseguido las autoridades en las plantillas con la primera vacuna de Astrazeneca.
De hecho, cuando supieron que hubo acontecimientos trombóticos poco habituales, interrumpieron la vacunación para investigar mejor estos extraños efectos colaterales. La Agencia Europea de Medicamentos (menos de un centenar de miles) comprobó que el riesgo de que se produjera era era realmente bajo. Lo especificó en el prospecto de la vacuna y recomendó continuar con la vacunación porque los beneficios de la vacuna eran mucho mayores que los riesgos.
Sin embargo, muchos gobiernos europeos modificaron sus criterios de vacunación, dejando a España a estos grupos a la espera de la segunda dosis. A partir de la primera dosis de Astrazeneca, quería saber las consecuencias de que la segunda sea de Pfizer. Alegando que los resultados provisionales de las sesiones clínicas han sido satisfactorios, decide dar Pfizer. Esta decisión va en contra de la recomendación de la EMA. Además, la experiencia de ensayos clínicos en el Reino Unido y otros lugares demuestra que si la primera dosis no afectó, la segunda tampoco lo hace. Y esto es lo que consta en el pliego de uso.
Pero parece que hay escasez de dosis de Astrazeneca. Por lo tanto, el gobierno ha priorizado la emisión del segundo Pfizer. Sin embargo, en lugar de explicarlo, ha ofrecido la posibilidad de recibir a Astrazeneca, pero para ello, y paradójicamente, el receptor debe firmar un documento reconociendo el daño que supone la vacuna de Astrazeneca. Hay muchas más evidencias, sin embargo, de que si tomamos la primera dosis de Astrazeneca, la segunda toma de la misma casa es segura y efectiva, la segunda más que la de Pfizer.
Parece que el Gobierno español confía en que la gente pueda decidir qué vacuna tomará con su información. Pero sólo los de ese grupo, los del resto no pueden elegir. Y, ni unos ni otros, nadie parece capaz de decidir, paradójicamente, sobre un tema mucho más sencillo: estar al aire libre, cuándo se necesita y cuándo no, ponerse la máscara. Por eso es obligatorio por el momento.
También es paradójico que se realicen sesiones clínicas para introducir a jóvenes mayores de 12 años y ver si es necesaria una tercera dosis, cuando todavía no está garantizado que los mayores de 18 años se incorporen en un plazo razonable. Y no sólo en los países empobrecidos; en Europa, todavía falta bastante para que el 70% de la población mayor de 18 años esté integrada, y hay dificultades para llegar a ciertos grupos.
Sin embargo, quizá la mayor paradoja es que las vacunas son tan efectivas y que en las estrategias para combatir el covid-19 se ha prestado tanta atención, al quedar al margen las cuestiones relativas al resto de aspectos de la sindemia. Un ejemplo tan cercano son las residencias de personas mayores: la vacuna ha reducido considerablemente las muertes, pero al mismo tiempo ha silenciado el debate sobre el cuidado de las personas mayores. Y, más lejos, ha ocurrido lo mismo con los debates sobre el modelo socioeconómico y la crisis ambiental. La solución para ellos no se acertará en un laboratorio farmacéutico, sino que la respuesta deberá venir de la sociedad.