No todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de adaptación a bajas temperaturas y condiciones de vida extremas. Se sabe que los habitantes de Alaska, por ejemplo, son capaces de soportar altas temperaturas y heladas largas, pero la razón no estaba tan clara en los años 50.
En aquella época, un grupo de investigadores del Ejército de los EEUU partió a Slope Borough de Alaska para estudiar los mecanismos de adaptación del cuerpo humano frente al frío. Según los investigadores, es posible que el tiroides esté directamente relacionado con estas vías de adaptación, más concretamente con algunas de las hormonas que segrega la glándula endocrina.
Recientemente se ha conocido la inyección del isótopo iodine-131 a la población para influir en el funcionamiento del tiroides. Esta línea de investigación no tuvo éxito y decidieron suspender el estudio. Sin embargo, los habitantes de Slope Borough no olvidarán tan fácilmente la investigación, ya que la tasa de cáncer ha aumentado considerablemente entre los investigadores que les inyectaron el isótopo. Las organizaciones sanitarias de Alaska han solicitado que se informe del proyecto de aclaración de responsabilidad. Varios investigadores han señalado que a los habitantes de este poblado no se les había informado de lo que estaba haciendo ni se les había solicitado permiso.
De momento, sólo se han publicado los primeros datos de la polémica, pero el debate durará mucho tiempo. Nos permite reflexionar sobre el coste social del progreso. ¿Quién controlará al investigador?