Metáforas peligrosas

Galarraga Aiestaran, Ana

Elhuyar Zientzia

Publicado en Berria el 24 de marzo de 2020

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Ed. Comportamiento Estrelas/CC-BY-SA

En los últimos días, tanto en España como en otros países, el lenguaje bélico está predominando entre las autoridades al hablar del covid-19 y del coronavirus. Esta tendencia ha recibido críticas severas en muchos aspectos, incluso desde el punto de vista científico.

Y es que, dada la naturaleza de los virus, la metáfora de la guerra es totalmente inadecuada. Los virus no se pueden vencer. Se calcula que hay alrededor de 10 y 31 en el mundo, infectan todo tipo de seres vivos (bacterias, plantas, hongos, animales), de los que sólo unos pocos son patógenos. Como no pueden perdurar ni reproducirse fuera de las células de otros seres vivos, muchos no los consideran vivos. En cualquier caso, son el motor de la evolución y nuestros ADN tenemos sus huellas. Viven en nosotros gracias a nosotros y en parte a ellos también. En este contexto, hablar de guerra no tiene mucho sentido.

Lamentablemente, el virus causante de la enfermedad COVID-19 (SARS-CoV-2) es patógeno. Principalmente infecta las células de los alveolos pulmonares y en los peores casos provoca neumonía. Los pacientes más graves son tratados en las unidades de cuidados especiales, otras muchas se están curando en las habitaciones de los hospitales y las personas con síntomas más leves lo superan en sus hogares. Al mismo tiempo, hay en marcha una serie de estudios para el desarrollo de antivirus y vacunas, en los que los epidemiólogos y responsables de salud pública están empeñados en frenar la propagación de la enfermedad. La colaboración y la interdisciplinariedad son las claves, no las armas y la violencia.

Al margen de las metáforas de la guerra, dos científicos, los paleoantropólogos Juan Luis Arsuaga Ferreras y María Martinon Torres, han comparado el covid-19 con los incendios forestales. Según ellos, la enfermedad se propaga como fuego. Para controlar y apagar los grandes incendios, primero se debe disponer de un mapa, permanentemente actualizado, donde se encuentran los principales focos y cómo se despliegan las llamas. Después hay que ir apagando los focos y vigilar los fuelles para que no se vuelvan a encender. Además de los bomberos, se necesitan medidas para proteger los recursos, la información, los cortafuegos y la población. Y cuando sólo queden cenizas, se deberán plantar las zonas quemadas por el fuego. Para ello, consideran conveniente guardar algún esqueje.

Los dos científicos, además de dar una lección de futuro, no tienen ninguna duda de que se producirá un incendio; su metáfora está más cerca de la realidad que la de la guerra. Y eso tiene su importancia, ya que la distorsión de la realidad y el despertar una esperanza excesiva es perjudicial. En otras enfermedades, como el cáncer, se ha visto claramente: la metáfora de la lucha y el mensaje de la victoria indica que quien no supera la enfermedad no ha puesto suficiente por su cuenta.

Consciente de la importancia de las palabras, durante el mes de febrero, cuando la enfermedad causada por el coronavirus comenzó a extenderse desde China hasta el mundo internacional, la OMS denominó COVID-19 a la enfermedad, con el fin de atarla a un país determinado y evitar el racismo. Además, publicó una guía para evitar el estigma. De hecho, la estigmatización puede producir graves efectos colaterales, como que los infectados puedan inducir a ocultar su situación y, por tanto, aumentar el riesgo de transmisión del virus a otros. Esto se ha producido con el sida y otras enfermedades infecciosas. Que las palabras no aumenten el daño del virus.

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