La semana pasada Andoni Egaña Makazaga recordó en la columna Etxepekoak: "El pasado marzo-abril dábamos más importancia al tacto que a la respiración. Eran esclavos forzados, no besos. El dedo era la clave, no el aliento".
Sin embargo, los protocolos de limpieza –y desinfección– establecidos en aquel momento siguen vigentes en la mayoría de los lugares y siguen existiendo prohibiciones y barreras para compartir objetos en bibliotecas, escuelas y espacios deportivos, entre otros.
Pues bien, según un artículo publicado recientemente en la revista Nature, estas medidas son excesivas en condiciones normales. A pesar de que las investigaciones llevadas a cabo en el laboratorio demostraron que los virus podían permanecer en las superficies durante largos periodos de tiempo, la realidad ha demostrado que el virus se transmite por inhalación de gotículas y aerosoles emitidos por las vías respiratorias, sin que se hayan encontrado evidencias de infección por contacto con una superficie u objeto contaminado. Por lo tanto, la revista recomienda que la atención, los esfuerzos y los recursos se inviertan en evitar la transmisión por aerosoles y no tanto en la desinfección.
Ponerse la máscara, estar al aire libre o en lugares bien ventilados y evitar aglomeraciones son las medidas más efectivas. Sobre las máscaras, sin embargo, siempre hay alguna pregunta en el aire. Los científicos ya han demostrado que son capaces de proteger no sólo a los demás si están infectados, sino también a uno mismo. Ahora se debate qué máscara utilizar o cuánto.
De hecho, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU. ha renovado las instrucciones sobre las máscaras y ha recomendado el uso de una tela por encima de la máscara quirúrgica. Así, se ha extendido que lo mejor es vestir dos máscaras. Sin embargo, los expertos han advertido que lo más importante no es el número de máscaras, sino vestirse bien, sin dejar resquicios. De hecho, el CDC también ha dado esa razón para recomendar la segunda máscara: el quirúrgico ayudaría a adaptarse a la cara. Además, indica que las máscaras de tela son aptas siempre y cuando tengan filtro en el rango de capas.
Al mismo tiempo, en algunos territorios europeos se han recomendado o forzado máscaras tipo FFP2 en determinados lugares (transporte público, supermercados, etc.). Ante esta situación, los expertos han explicado que estas máscaras son especialmente adecuadas para profesionales como personal hospitalario, cuidadores de personas mayores o prestadores de servicios al público. Pero, para los que no corren grandes riesgos de contagio, no son necesarios, más aún, porque al ser más rígidos que los demás, a menudo no se ajustan bien a la cara.
Este razonamiento recuerda las explicaciones que algunos expertos explicaban en la pasada primavera para evitar el uso de las máscaras: que daban una falsa sensación de seguridad, que el mal uso era más peligroso que el no llevar nada...
Está claro, sin embargo, que en lugares cerrados y mal ventilados donde hay mucha gente, la máscara es fundamental y, por lo tanto, cuanto más protección ofrezca mejor. Y los mejores son los FFP2. Esto no quiere decir que sean necesarios en todas las situaciones: si está al aire libre y solo, no hace falta ni FFP2. Pero, siguiendo el principio de precaución, en espacios reducidos y multitudinarios, los de la FFP2 pueden no ser excesivos.
Las máscaras producen grandes inconvenientes. No es fácil adaptarse correctamente, hay que limpiarlos o cambiarlos con frecuencia, los de un solo uso tienen una influencia notable en el medio ambiente, irritan la piel y evaporan las gafas y, sobre todo, dificultan la comunicación. Sin embargo, junto con la ventilación y la distancia entre ellas, son el principal medio para evitar la transmisión del virus.
Dado que las preguntas iniciales ya han sido respondidas, convendría dotar a la ciudadanía de unas actitudes claras y garantizar su accesibilidad para todos. Hasta conseguir la inmunidad mediante la vacunación, que será nuestra principal protección.