Los salmones reciben nutrientes marinos y los transportan aguas arriba que van a desovar. Sus cuerpos muertos fertilizan la vegetación junto al río. Según los análisis isotópicos, en los arroyos en los que se produce la puesta, árboles y arbustos recogen del 22 al 24% del nitrógeno de las hojas de los salmones. Gracias a estos nutrientes, la tasa de crecimiento de los árboles circundantes aumenta considerablemente.
Al mismo tiempo, la vegetación de ribera mejora la calidad del hábitat del río gracias a la sombra, la sedimentación, el filtrado de alimentos y los montones de madera acumulados. Esto favorece la proliferación de salmones. Por lo tanto, la puesta no sólo sirve para mejorar la producción de ribera, sino que genera un mecanismo de feedback, ya que los nutrientes que contienen los salmones mejoran la zona de puesta y cría para los salmones de las siguientes generaciones.
La investigación llevada a cabo por Robert Naiman, que trabaja en la Universidad de Washington, se ha desarrollado en Alaska y, en su opinión, la interacción entre ambos exige una gestión conjunta, ya que cualquier cosa que afecte a los salmones afectará a las plantas y viceversa. A modo de ejemplo, menciona en su trabajo la sobrepesca y la contaminación.